TURISMO A ESCALA METROPOLITANA

Hay que invertir la dirección promocional del turismo en Barcelona y construir las herramientas de cooperación entre organizaciones, asociaciones y empresas que se dedican a la gestión de espacios patrimoniales, acontecimientos y servicios para el visitante, con el objetivo de consolidar y estabilizar una oferta dinámica.

Por Xavier Marcé, regidor de Nou Barris.

Sobre las múltiples consideraciones que afectan la evolución del turismo en Barcelona, casi siempre se obvian las que hacen referencia a su dimensión metropolitana. No es un hecho que nos tenga que sorprender demasiado, dado que la Barcelona Metropolitana ha convertido con el tiempo en un recurso dialéctico que nos remite a la “madre de todas las soluciones”, así como a una metáfora de la Cataluña dual sobre la que se sustenta el frágil equilibrio de nuestro país. Una y otra circunstancia retrasan de manera poco comprensible la gestión racional de la mayor parte de los conflictos que hoy en día nos afectan: movilidad, diversificación económica, sostenibilidad ecológica y gestión turística.

Uno se preguntará qué tiene que ver en esta ecuación el turismo cuando hay tan poco a visitar en Hospitalet, Badalona, Cornellà o Sta. Coloma. Nada más lejos de la realidad.
Para abordar esta cuestión es necesario, en primer lugar, desconsiderar el concepto de turismo como un sustrato útil a la hora de definir una política pública de gestión del visitante. El turista es por definición una persona que visita o recorre un país o un lugar por placer; por el contrario, el visitante es alguien que va a ver algo. Se trata, aparentemente de definiciones similares, pero esconden una sutil diferencia sobre la que se basa la esencia del turismo urbano. Pongámonos, pues, en otra dimensión y consideremos este fenómeno desde la perspectiva de la economía del visitante. Entonces veremos que la clave de vuelta de la gestión turística deja de ser la gestión de la demanda para pasar a ser la gestión de la oferta.
Barcelona, como tantas otras ciudades europeas, ha trabajado tradicionalmente el turismo desde la perspectiva de la demanda considerando que la justificación prioritaria de la promoción turística era la competencia eficiente con otros destinos. Ahora toca invertir esta dirección promocional poniendo en valor toda una serie de elementos que deberán contribuir a diversificar los flujos turísticos, ampliar su base territorial y multiplicar los valores relacionales entre los residentes y los visitantes. Es necesario, pues, construir las herramientas de cooperación entre organizaciones, asociaciones y empresas que se dedican a la gestión de espacios patrimoniales, acontecimientos y servicios para el visitante, con el objetivo de consolidar y estabilizar una oferta dinámica.
Abordar estas cuestiones implica aceptar que la gestión lógica del turismo urbano es esencialmente aspiracional, y por tanto administrable desde la perspectiva de la construcción de imaginarios pensados ad hoc; en lugar de una gestión pasiva basada esencialmente en la administración, más o menos racional, del patrimonio natural o cultural. Incluso la existencia de estas realidades patrimoniales es, en el caso de las grandes ciudades, manipulable (en el sentido de convertirse en el objeto potencial de subversiones que alteren su significado original). Barcelona no puede ser un destino vacacional, en la medida que su oferta patrimonial y cultural debe ser objeto de una atención prioritaria que renueve su interés por los propios residentes.

“Las condiciones para desarrollar un gran espacio metropolitano existen, a pesar de que no siempre van en la dirección correcta.”

Esta observación resulta oportuna a la hora de reflexionar sobre cuáles son las razones por las cuales la caída del turismo provocada por la pandemia ha dejado en estado de choc las audiencias de la mayor parte del museos de la ciudad.
El visitante de una gran ciudad no es, de manera general, otra cosa que un ciudadano a tiempo parcial y, en la medida que la ciudad planifica sus contenidos para el residente, es el prestigio que éstos le otorgan lo que moviliza y multiplica su atractivo para los turistas.
Es en este sentido que considerar el conjunto de la Barcelona metropolitana como el sujeto de una misma política del visitante se convierte en esencial. En primer lugar, desde el punto de vista del alojamiento. Dormir a veinte paradas de metro del centro de la ciudad es habitual en Nueva York, París, Berlín o Londres. En segundo lugar, porqué la capacidad para generar dinámicas icónicas que se conviertan en tendencia para el propio ciudadano y al mismo tiempo en motivo de interés para el visitante es absolutamente viable.

La razón por la cual el distrito cultural del Hospitalet, los restaurantes chinos de Fondo o cualquier otro destino metropolitano no es de interés turístico es porqué tampoco lo son para los propios barceloneses. Éste es el punto de salida que hay que adoptar para transformar nuestro modelo turístico: administrar la oferta desde la perspectiva de los intereses de los propios ciudadanos.
Un alojamiento turístico no debe ser necesariamente una ubicación más o menos descentralizada de un mismo centro urbano. Es, de hecho, una base multiplicadora a escala comercial, un punto de información, una pauta de transporte. También es, a corto plazo, un apunte que personaliza los mapas una ciudad o un barrio y, a largo plazo, algo que favorece el interés potencial de inversores de todo tipo, públicos o privados. Esta dinámica que descentraliza el flujo de visitantes en un territorio amplio es observable en muchas ciudades que han resuelto de manera eficiente una gestión turística integrada de sus áreas metropolitanas. Brooklyn o Queens en Nueva York, los distritos periféricos de París, o Camden en Londres. Y vale la pena recordar que París o Manhattan (como grandes destinos turísticos) tienen una medida similar en Barcelona ciudad.
La consolidación de los alrededores de la Plaza Europa a la Hospitalet como núcleo comercial (hoteles, restaurantes y centros comerciales) nos ayuda a entender la relevancia de una oferta descentralizada. Obviamente, la Feria tiene un papel determinante, pero en su escala también lo puede tener la sede de un Museo Nacional, el Parque de Collserola, un gran festival de música, un ecobarrio en Vallbona o una universidad. La cuestión es convertir en tendencia local aquello que queremos que se convierta a medio plazo en tendencia global.
La comodidad de una gestión metropolitana hipermunicipalista (bien que con algunos apuntes sólidos de solidaridad territorial) no es la mejor manera de hacer frente a los cambios económicos que acompañarán la gestión postpandemia. Hoy por hoy, ir a vivir a Sant Boi es una tragedia para muchos jóvenes barceloneses y barcelonesas, mientras que a los de Sant Boi les resulta indiferente vivir en Barcelona. Las condiciones para desarrollar un gran espacio metropolitano existen, a pesar de que no siempre van en la dirección correcta.

Por Xavier Marcé, regidor de Nou Barris.

Sobre las múltiples consideraciones que afectan la evolución del turismo en Barcelona, casi siempre se obvian las que hacen referencia a su dimensión metropolitana. No es un hecho que nos tenga que sorprender demasiado, dado que la Barcelona Metropolitana ha convertido con el tiempo en un recurso dialéctico que nos remite a la “madre de todas las soluciones”, así como a una metáfora de la Cataluña dual sobre la que se sustenta el frágil equilibrio de nuestro país. Una y otra circunstancia retrasan de manera poco comprensible la gestión racional de la mayor parte de los conflictos que hoy en día nos afectan: movilidad, diversificación económica, sostenibilidad ecológica y gestión turística.

Uno se preguntará qué tiene que ver en esta ecuación el turismo cuando hay tan poco a visitar en Hospitalet, Badalona, Cornellà o Sta. Coloma. Nada más lejos de la realidad.
Para abordar esta cuestión es necesario, en primer lugar, desconsiderar el concepto de turismo como un sustrato útil a la hora de definir una política pública de gestión del visitante. El turista es por definición una persona que visita o recorre un país o un lugar por placer; por el contrario, el visitante es alguien que va a ver algo. Se trata, aparentemente de definiciones similares, pero esconden una sutil diferencia sobre la que se basa la esencia del turismo urbano. Pongámonos, pues, en otra dimensión y consideremos este fenómeno desde la perspectiva de la economía del visitante. Entonces veremos que la clave de vuelta de la gestión turística deja de ser la gestión de la demanda para pasar a ser la gestión de la oferta.
Barcelona, como tantas otras ciudades europeas, ha trabajado tradicionalmente el turismo desde la perspectiva de la demanda considerando que la justificación prioritaria de la promoción turística era la competencia eficiente con otros destinos. Ahora toca invertir esta dirección promocional poniendo en valor toda una serie de elementos que deberán contribuir a diversificar los flujos turísticos, ampliar su base territorial y multiplicar los valores relacionales entre los residentes y los visitantes. Es necesario, pues, construir las herramientas de cooperación entre organizaciones, asociaciones y empresas que se dedican a la gestión de espacios patrimoniales, acontecimientos y servicios para el visitante, con el objetivo de consolidar y estabilizar una oferta dinámica.
Abordar estas cuestiones implica aceptar que la gestión lógica del turismo urbano es esencialmente aspiracional, y por tanto administrable desde la perspectiva de la construcción de imaginarios pensados ad hoc; en lugar de una gestión pasiva basada esencialmente en la administración, más o menos racional, del patrimonio natural o cultural. Incluso la existencia de estas realidades patrimoniales es, en el caso de las grandes ciudades, manipulable (en el sentido de convertirse en el objeto potencial de subversiones que alteren su significado original). Barcelona no puede ser un destino vacacional, en la medida que su oferta patrimonial y cultural debe ser objeto de una atención prioritaria que renueve su interés por los propios residentes.

“Las condiciones para desarrollar un gran espacio metropolitano existen, a pesar de que no siempre van en la dirección correcta.”

 

 

 

Esta observación resulta oportuna a la hora de reflexionar sobre cuáles son las razones por las cuales la caída del turismo provocada por la pandemia ha dejado en estado de choc las audiencias de la mayor parte del museos de la ciudad.
El visitante de una gran ciudad no es, de manera general, otra cosa que un ciudadano a tiempo parcial y, en la medida que la ciudad planifica sus contenidos para el residente, es el prestigio que éstos le otorgan lo que moviliza y multiplica su atractivo para los turistas.
Es en este sentido que considerar el conjunto de la Barcelona metropolitana como el sujeto de una misma política del visitante se convierte en esencial. En primer lugar, desde el punto de vista del alojamiento. Dormir a veinte paradas de metro del centro de la ciudad es habitual en Nueva York, París, Berlín o Londres. En segundo lugar, porqué la capacidad para generar dinámicas icónicas que se conviertan en tendencia para el propio ciudadano y al mismo tiempo en motivo de interés para el visitante es absolutamente viable.

La razón por la cual el distrito cultural del Hospitalet, los restaurantes chinos de Fondo o cualquier otro destino metropolitano no es de interés turístico es porqué tampoco lo son para los propios barceloneses. Éste es el punto de salida que hay que adoptar para transformar nuestro modelo turístico: administrar la oferta desde la perspectiva de los intereses de los propios ciudadanos.
Un alojamiento turístico no debe ser necesariamente una ubicación más o menos descentralizada de un mismo centro urbano. Es, de hecho, una base multiplicadora a escala comercial, un punto de información, una pauta de transporte. También es, a corto plazo, un apunte que personaliza los mapas una ciudad o un barrio y, a largo plazo, algo que favorece el interés potencial de inversores de todo tipo, públicos o privados. Esta dinámica que descentraliza el flujo de visitantes en un territorio amplio es observable en muchas ciudades que han resuelto de manera eficiente una gestión turística integrada de sus áreas metropolitanas. Brooklyn o Queens en Nueva York, los distritos periféricos de París, o Camden en Londres. Y vale la pena recordar que París o Manhattan (como grandes destinos turísticos) tienen una medida similar en Barcelona ciudad.
La consolidación de los alrededores de la Plaza Europa a la Hospitalet como núcleo comercial (hoteles, restaurantes y centros comerciales) nos ayuda a entender la relevancia de una oferta descentralizada. Obviamente, la Feria tiene un papel determinante, pero en su escala también lo puede tener la sede de un Museo Nacional, el Parque de Collserola, un gran festival de música, un ecobarrio en Vallbona o una universidad. La cuestión es convertir en tendencia local aquello que queremos que se convierta a medio plazo en tendencia global.
La comodidad de una gestión metropolitana hipermunicipalista (bien que con algunos apuntes sólidos de solidaridad territorial) no es la mejor manera de hacer frente a los cambios económicos que acompañarán la gestión postpandemia. Hoy por hoy, ir a vivir a Sant Boi es una tragedia para muchos jóvenes barceloneses y barcelonesas, mientras que a los de Sant Boi les resulta indiferente vivir en Barcelona. Las condiciones para desarrollar un gran espacio metropolitano existen, a pesar de que no siempre van en la dirección correcta.

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