EL HECHO SOCIAL, PARA ENTENDER LA NECESIDAD E LA METROPOLIS BARCELONA

La última década y, en concreto, este último año debido a la pandemia global de covid, ha destacado la importancia de llegar a un consenso entre las diferentes sensibilidades sociales para la construcción de la ciudad.

Per Felipe Campos Rubio, Director General Associació Educativa Itaca LH

La última década y, concretamente, este último año a causa de la pandemia mundial del covid, ha puesto de manifiesto la importancia de lograr un consenso entre las diferentes sensibilidades sociales para la construcción de la ciudad. Ya no hablamos solo del valor de las “piedras” que hacen ciudades, sino también del hecho social y la forma como orientamos los retos en materia de vivienda, sostenibilidad, trabajo, educación… Todas estas acciones determinarán la estabilidad para poder acometer la transformación de Barcelona, y son determinantes para armonizar el desarrollo económico y social para convertirla en un espacio de oportunidades.
Según el informe «The World’s Best Cities 2021», elaborado por Resonance Consultancy —asesores líderes de bienes inmobiliarios, turismo y desarrollo económico—, Barcelona es la octava mejor ciudad del mundo para vivir, trabajar, investigar y también para visitar el 2021, con el permiso del covid, está claro. Considerada como una de las clasificaciones mundiales de referencia, el informe analiza estadísticas clave y reseñas generadas por usuarios, además de la actividad en línea en canales como por ejemplo Google, Facebook e Instagram. Un hecho que ya pose sobre la mesa la gran oportunidad mundial que tenemos de trabajar en un concepto superlativo, más amplio, más poderoso y más justo, una metrópoli Barcelona entendimiento como espacio vital de referencia y de justicia territorial.
Una idea de suma, de cooperación no únicamente con visión de territorio, sino también un espacio nuevo de gobernanza diseñado con herramientas del siglo XXI, como un proyecto de cohesión mediante el cual se pueden articular vínculos con diferencias. Una nueva ecuación en la que la suma de las variables dé como respuesta un nuevo municipalismo y se pueda generar a la vez comunidad y acogida, en la que poder construir equidad y reconocer identidades de cada municipio, pero a la vez generar un escenario metropolitano renovado, cooperativo y participativo, donde sociedad civil organizada, sector privado y público trabajan juntos para no dejar en nadie atrás.

Por todo ello, hace falta una apuesta decidida por una metrópoli resiliente, cohesionada, inteligente, y próspera con diferentes niveles de gobernanza y conectada en el mundo. Con un gran pacto, en el cual todos los agentes económicos y sociales de la región metropolitana de Barcelona trabajen plenamente para garantizar los derechos y oportunidades de los ciudadanos no sujetos a barreras administrativas que delimitan la vida en los barrios de las mismas ciudades miembros.
Porque la pregunta que nos tendríamos que hacer es: “¿Tiene sentido que una familia que vive en la calle limítrofe entre una ciudad y otra no tenga los mismos recursos, atención y respuesta administrativa que su vecino del bloque de piso del lado?” O puede ser una derivada de la pregunta primaria: ¿“No es este hecho una vulneración de derechos, en la cual un ciudadano del mismo territorio puede tener, por el hecho de su código postal, un tratamiento diferente a su situación de vulnerabilidad?”
No podemos debatir sobre el hecho social de una metrópoli para las personas sin señalar que cualquier acción y redefinición del territorio, necesita primero un buen diagnóstico exhaustivo seguido de un plan de acción conjunto.

“Naciones Unidas anticipa que entre 240 y 490 millones de personas de 70 países diferentes entrarán en pobreza «multidimensional», y señala que esta catástrofe humanitaria se agravia si añadimos la variable del cambio climático.”

Hacer la fotografía de la situación actual puede ayudarnos a entender nuestras debilidades como sociedad. Sin lugar a dudas, el covid ha sacudido nuestro presente y también nuestro futuro. Esta situación global con clara incidencia en el ámbito local, en los barrios de nuestras ciudades, pone de manifiesto como la mayoría de la población vive en las metrópolis, un hecho que no se puede desvincular del hecho social en el área metropolitana.
Es en este ámbito donde se produce un debate profundo entre ciudades construidas para ser vividas o para ser consumidas, para ser habitadas o para especular, para garantizar los derechos en términos de justicia social o de gentrificación. Y este debate no se ve afectado únicamente en términos locales, hay una clara relación con la cooperación entre los diferentes actores (a fecha de hoy no hemos superado el discurso de buenos y malos, puros e interesados), y poner en el centro de las políticas públicas la persona en todas sus dimensiones, el ciudadano con los derechos adquiridos por el hecho de vivir en un territorio.
Tampoco se pueden desvincular del debate metropolitano los factores asociados al cambio climático y los límites ambientales del planeta, en términos de movilidad sostenible, emisiones, tratamiento del agua y garantía al acceso en términos de calidad y excelencia. En momentos como los que está viviendo actualmente la humanidad en las ciudades, el hecho social de los individuos es también el hecho social en la metrópoli.
La vida a las grandes metrópolis se puede ver desde diferentes puntos de vista, pero la última crisis sanitaria, social y económica deja los colectivos que sufren en una situación más vulnerable y dramática, a la denominada UCI social. Los datos hablan por sí solas: al 2021 habrá más de 150 millones de personas que se encontrarán en una situación de pobreza extrema.
El combate contra el covid, la recesión y el cambio climático dejan el futuro de la humanidad en una situación profundamente grave, y esta situación tiene un nombre propio: pobreza. Las ratios volverán a repuntar por primera vez desde 1990 a escala global. El Banco Mundial calcula que se superarán los 150 millones de personas que subsisten con menos de 1,90 dólares al día en 2021 . Naciones Unidas anticipa que entre 240 y 490 millones de personas de 70 países diferentes entrarán en pobreza «multidimensional», y señala que esta catástrofe humanitaria se agravia si añadimos la variable del cambio climático.
La mayoría de los países que han visto repuntar sus índices de pobreza extrema ya registraban tasas más que notables antes de la llegada de la pandemia del covid. Además, las naciones de rentas medianas también han visto elevarse notablemente sus registros, alrededor del 82%.

La convergencia de la crisis sanitaria del covid, las presiones de los conflictos armados y del cambio climático pose en riesgo extremo el objetivo de acabar con la pobreza el 2030 si no se activan de forma inmediata acciones políticas de impacto y sincronizadas internacionalmente. Si no es así, la tasa de pobreza extrema se situará todavía en el 7% al final de la década que apenas acabamos de iniciar. Especialmente por el incremento en las grandes ciudades, donde se trasladarán los mayores repuntes de la pobreza, hasta ahora más vinculadas a las áreas rurales. Y, aunque la ratio ha ido decreciendo hasta la irrupción de la gran pandemia, diferentes expertos han manifestado que, entre 2015 y 2017, el trienio en que se consumó el ciclo de negocios posterior a la crisis económica del 2008, entraron en situación de extrema pobreza más de 52 millones de personas. Y esto no es todo: entre el 1990 y el 2015 el recorte de este indicador fue de apenas un punto porcentual cada año.

Sin acciones concertadas internacionales, sin alianzas en los territorios, con miradas amplias, superando barreras administrativas y sociopolíticas, el covid abrirá todavía más la herida y propiciará que las desigualdades de renta, sociales y de movilidad dejen las personas vulnerables todavía más indefensas, expuestas de pleno en futuros choques económicos, climáticos y de progreso, y sometidas a un mayor riesgo de conflictividad civil.

Los países, en todas sus dimensiones estructurales en el territorio, no pueden obviar que, para revertir estos datos de la crisis sanitaria y la recesión mundial, tienen que centrar los esfuerzos a fortalecer las relaciones y la cooperación sectorial. Se requiere capital, trabajo, innovación y formación académica, factores capaces de activar la industria y la producción, pero también proyectos público-privados de la mano del sector social para reducir la pobreza en los territorios, en los barrios, en las ciudades y al conjunto de la metrópoli.

Estos datos y diagnóstico nos ayudan a llegar, como decíamos antes, a la necesidad de elaborar un plan de acción concreto. Es el momento de la cooperación, es el momento de la metrópolis. Así, todo apunta hacia la cooperación territorial y la superación de antiguas barreras con el hecho social como bandera, cosa que nos invita a corregir debilidades democráticas, un paso imprescindible para generar un nuevo escenario metropolitano en Barcelona.

Se perfila así el reto del plan de acción: transitar hacia una esfera de democracia metropolitana con capacidad política para construir y promover el hecho social en la vida de la metrópolis. Si buena parte de los retos de futuro se expresan hoy en la escala metropolitana, parecería coherente definir una agenda amplia de políticas de respuesta de todos los municipios miembros, con el conjunto de los actores que operan en el territorio, con visión empresarial pero también contando con el Tercer Sector. Una nueva construcción, un nuevo modelo con una naturaleza política y una madurez democrática y participativa en el cual el interés superior del ciudadano sea la principal prioridad.

Superar esta visión individualista propiciaría, sin ningún tipo de duda, que la red de barrios y ciudades fueran más dinámicas, que las fracturas urbanas persistentes y los nuevos ejes de vulnerabilidad social relacionados con la vivienda, la precariedad laboral y la acción social, tuvieran una respuesta multiplicadora en un territorio que ha superado el esquema de jerarquía espacial entre Barcelona y una corona crecida con lógica de periferia. La metrópolis de Barcelona marcada por el hecho social rompería con la idea de una AMB de municipios desconectados, centrados únicamente en sus propios proyectos de ciudad, en que el ciudadano es enmarcado solo según su código postal. Entramados de identidades municipales, sin ningún sentimiento de pertenencia, una realidad que debemos hacer evolucionar hacia un nuevo modelo metropolitano, de relaciones que debemos reconocer y gobernar con liderazgos renovados.

Por lo tanto, podemos concluir que el contexto actual nos invita a reflexionar profundamente sobre las relaciones, a incorporar el hecho social a la acción gubernamental en el marco de una clara cooperación público privada en un nuevo acuerdo metropolitano, que implique nuevas políticas metropolitanas de redistribución social, construcción urbana y compromiso contra el cambio climático.

Pero este nuevo espacio político más cooperativo reclama, pues, un hecho determinante, un nuevo marco de gobernanza, de nuevos liderazgos compartidos, una nueva matriz relacional entre los municipios articulada con componentes supramunicipales de amplias competencias metropolitanas, que haga posible construir la gran Metrópoli de Barcelona con un hecho social propio al servicio de las personas.

Para acabar, tenemos la gran oportunidad de darle un nuevo sentido al «The World’s Best Cities 2021», elaborado por Resonance Consultancy, un horizonte con determinación política y colectiva, con grandes pactos públicos y privados, donde sea posible en Barcelona la construcción metropolitana, la construcción del hecho social. Un territorio más democrático, más comunitario, con un liderazgo fuerte que apueste para superar las diferencias y el inmovilismo.

Es el momento de hechos y no de palabras, es el momento de las personas. Siempre ha sido el momento de cooperar por el bien de todos y todas, de tejer alianzas territoriales para hacer realidad la metrópoli ciudadana. Cómo decía el filósofo Bertrand Russell: “Lo único que redimirá la humanidad es la cooperación”. Es este el camino, nunca ha sido otro.

Per Felipe Campos Rubio, Director General Associació Educativa Itaca LH

La última década y, concretamente, este último año a causa de la pandemia mundial del covid, ha puesto de manifiesto la importancia de lograr un consenso entre las diferentes sensibilidades sociales para la construcción de la ciudad. Ya no hablamos solo del valor de las “piedras” que hacen ciudades, sino también del hecho social y la forma como orientamos los retos en materia de vivienda, sostenibilidad, trabajo, educación… Todas estas acciones determinarán la estabilidad para poder acometer la transformación de Barcelona, y son determinantes para armonizar el desarrollo económico y social para convertirla en un espacio de oportunidades.
Según el informe «The World’s Best Cities 2021», elaborado por Resonance Consultancy —asesores líderes de bienes inmobiliarios, turismo y desarrollo económico—, Barcelona es la octava mejor ciudad del mundo para vivir, trabajar, investigar y también para visitar el 2021, con el permiso del covid, está claro. Considerada como una de las clasificaciones mundiales de referencia, el informe analiza estadísticas clave y reseñas generadas por usuarios, además de la actividad en línea en canales como por ejemplo Google, Facebook e Instagram. Un hecho que ya pose sobre la mesa la gran oportunidad mundial que tenemos de trabajar en un concepto superlativo, más amplio, más poderoso y más justo, una metrópoli Barcelona entendimiento como espacio vital de referencia y de justicia territorial.
Una idea de suma, de cooperación no únicamente con visión de territorio, sino también un espacio nuevo de gobernanza diseñado con herramientas del siglo XXI, como un proyecto de cohesión mediante el cual se pueden articular vínculos con diferencias. Una nueva ecuación en la que la suma de las variables dé como respuesta un nuevo municipalismo y se pueda generar a la vez comunidad y acogida, en la que poder construir equidad y reconocer identidades de cada municipio, pero a la vez generar un escenario metropolitano renovado, cooperativo y participativo, donde sociedad civil organizada, sector privado y público trabajan juntos para no dejar en nadie atrás.

Por todo ello, hace falta una apuesta decidida por una metrópoli resiliente, cohesionada, inteligente, y próspera con diferentes niveles de gobernanza y conectada en el mundo. Con un gran pacto, en el cual todos los agentes económicos y sociales de la región metropolitana de Barcelona trabajen plenamente para garantizar los derechos y oportunidades de los ciudadanos no sujetos a barreras administrativas que delimitan la vida en los barrios de las mismas ciudades miembros.
Porque la pregunta que nos tendríamos que hacer es: “¿Tiene sentido que una familia que vive en la calle limítrofe entre una ciudad y otra no tenga los mismos recursos, atención y respuesta administrativa que su vecino del bloque de piso del lado?” O puede ser una derivada de la pregunta primaria: ¿“No es este hecho una vulneración de derechos, en la cual un ciudadano del mismo territorio puede tener, por el hecho de su código postal, un tratamiento diferente a su situación de vulnerabilidad?”
No podemos debatir sobre el hecho social de una metrópoli para las personas sin señalar que cualquier acción y redefinición del territorio, necesita primero un buen diagnóstico exhaustivo seguido de un plan de acción conjunto.

“Naciones Unidas anticipa que entre 240 y 490 millones de personas de 70 países diferentes entrarán en pobreza «multidimensional», y señala que esta catástrofe humanitaria se agravia si añadimos la variable del cambio climático.”

 

 

Hacer la fotografía de la situación actual puede ayudarnos a entender nuestras debilidades como sociedad. Sin lugar a dudas, el covid ha sacudido nuestro presente y también nuestro futuro. Esta situación global con clara incidencia en el ámbito local, en los barrios de nuestras ciudades, pone de manifiesto como la mayoría de la población vive en las metrópolis, un hecho que no se puede desvincular del hecho social en el área metropolitana.
Es en este ámbito donde se produce un debate profundo entre ciudades construidas para ser vividas o para ser consumidas, para ser habitadas o para especular, para garantizar los derechos en términos de justicia social o de gentrificación. Y este debate no se ve afectado únicamente en términos locales, hay una clara relación con la cooperación entre los diferentes actores (a fecha de hoy no hemos superado el discurso de buenos y malos, puros e interesados), y poner en el centro de las políticas públicas la persona en todas sus dimensiones, el ciudadano con los derechos adquiridos por el hecho de vivir en un territorio.
Tampoco se pueden desvincular del debate metropolitano los factores asociados al cambio climático y los límites ambientales del planeta, en términos de movilidad sostenible, emisiones, tratamiento del agua y garantía al acceso en términos de calidad y excelencia. En momentos como los que está viviendo actualmente la humanidad en las ciudades, el hecho social de los individuos es también el hecho social en la metrópoli.
La vida a las grandes metrópolis se puede ver desde diferentes puntos de vista, pero la última crisis sanitaria, social y económica deja los colectivos que sufren en una situación más vulnerable y dramática, a la denominada UCI social. Los datos hablan por sí solas: al 2021 habrá más de 150 millones de personas que se encontrarán en una situación de pobreza extrema.
El combate contra el covid, la recesión y el cambio climático dejan el futuro de la humanidad en una situación profundamente grave, y esta situación tiene un nombre propio: pobreza. Las ratios volverán a repuntar por primera vez desde 1990 a escala global. El Banco Mundial calcula que se superarán los 150 millones de personas que subsisten con menos de 1,90 dólares al día en 2021 . Naciones Unidas anticipa que entre 240 y 490 millones de personas de 70 países diferentes entrarán en pobreza «multidimensional», y señala que esta catástrofe humanitaria se agravia si añadimos la variable del cambio climático.
La mayoría de los países que han visto repuntar sus índices de pobreza extrema ya registraban tasas más que notables antes de la llegada de la pandemia del covid. Además, las naciones de rentas medianas también han visto elevarse notablemente sus registros, alrededor del 82%.

La convergencia de la crisis sanitaria del covid, las presiones de los conflictos armados y del cambio climático pose en riesgo extremo el objetivo de acabar con la pobreza el 2030 si no se activan de forma inmediata acciones políticas de impacto y sincronizadas internacionalmente. Si no es así, la tasa de pobreza extrema se situará todavía en el 7% al final de la década que apenas acabamos de iniciar. Especialmente por el incremento en las grandes ciudades, donde se trasladarán los mayores repuntes de la pobreza, hasta ahora más vinculadas a las áreas rurales. Y, aunque la ratio ha ido decreciendo hasta la irrupción de la gran pandemia, diferentes expertos han manifestado que, entre 2015 y 2017, el trienio en que se consumó el ciclo de negocios posterior a la crisis económica del 2008, entraron en situación de extrema pobreza más de 52 millones de personas. Y esto no es todo: entre el 1990 y el 2015 el recorte de este indicador fue de apenas un punto porcentual cada año.

Sin acciones concertadas internacionales, sin alianzas en los territorios, con miradas amplias, superando barreras administrativas y sociopolíticas, el covid abrirá todavía más la herida y propiciará que las desigualdades de renta, sociales y de movilidad dejen las personas vulnerables todavía más indefensas, expuestas de pleno en futuros choques económicos, climáticos y de progreso, y sometidas a un mayor riesgo de conflictividad civil.

Los países, en todas sus dimensiones estructurales en el territorio, no pueden obviar que, para revertir estos datos de la crisis sanitaria y la recesión mundial, tienen que centrar los esfuerzos a fortalecer las relaciones y la cooperación sectorial. Se requiere capital, trabajo, innovación y formación académica, factores capaces de activar la industria y la producción, pero también proyectos público-privados de la mano del sector social para reducir la pobreza en los territorios, en los barrios, en las ciudades y al conjunto de la metrópoli.

Estos datos y diagnóstico nos ayudan a llegar, como decíamos antes, a la necesidad de elaborar un plan de acción concreto. Es el momento de la cooperación, es el momento de la metrópolis. Así, todo apunta hacia la cooperación territorial y la superación de antiguas barreras con el hecho social como bandera, cosa que nos invita a corregir debilidades democráticas, un paso imprescindible para generar un nuevo escenario metropolitano en Barcelona.

Se perfila así el reto del plan de acción: transitar hacia una esfera de democracia metropolitana con capacidad política para construir y promover el hecho social en la vida de la metrópolis. Si buena parte de los retos de futuro se expresan hoy en la escala metropolitana, parecería coherente definir una agenda amplia de políticas de respuesta de todos los municipios miembros, con el conjunto de los actores que operan en el territorio, con visión empresarial pero también contando con el Tercer Sector. Una nueva construcción, un nuevo modelo con una naturaleza política y una madurez democrática y participativa en el cual el interés superior del ciudadano sea la principal prioridad.

Superar esta visión individualista propiciaría, sin ningún tipo de duda, que la red de barrios y ciudades fueran más dinámicas, que las fracturas urbanas persistentes y los nuevos ejes de vulnerabilidad social relacionados con la vivienda, la precariedad laboral y la acción social, tuvieran una respuesta multiplicadora en un territorio que ha superado el esquema de jerarquía espacial entre Barcelona y una corona crecida con lógica de periferia. La metrópolis de Barcelona marcada por el hecho social rompería con la idea de una AMB de municipios desconectados, centrados únicamente en sus propios proyectos de ciudad, en que el ciudadano es enmarcado solo según su código postal. Entramados de identidades municipales, sin ningún sentimiento de pertenencia, una realidad que debemos hacer evolucionar hacia un nuevo modelo metropolitano, de relaciones que debemos reconocer y gobernar con liderazgos renovados.

Por lo tanto, podemos concluir que el contexto actual nos invita a reflexionar profundamente sobre las relaciones, a incorporar el hecho social a la acción gubernamental en el marco de una clara cooperación público privada en un nuevo acuerdo metropolitano, que implique nuevas políticas metropolitanas de redistribución social, construcción urbana y compromiso contra el cambio climático.

Pero este nuevo espacio político más cooperativo reclama, pues, un hecho determinante, un nuevo marco de gobernanza, de nuevos liderazgos compartidos, una nueva matriz relacional entre los municipios articulada con componentes supramunicipales de amplias competencias metropolitanas, que haga posible construir la gran Metrópoli de Barcelona con un hecho social propio al servicio de las personas.

Para acabar, tenemos la gran oportunidad de darle un nuevo sentido al «The World’s Best Cities 2021», elaborado por Resonance Consultancy, un horizonte con determinación política y colectiva, con grandes pactos públicos y privados, donde sea posible en Barcelona la construcción metropolitana, la construcción del hecho social. Un territorio más democrático, más comunitario, con un liderazgo fuerte que apueste para superar las diferencias y el inmovilismo.

Es el momento de hechos y no de palabras, es el momento de las personas. Siempre ha sido el momento de cooperar por el bien de todos y todas, de tejer alianzas territoriales para hacer realidad la metrópoli ciudadana. Cómo decía el filósofo Bertrand Russell: “Lo único que redimirá la humanidad es la cooperación”. Es este el camino, nunca ha sido otro.

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