EL ENCAJE ENTRE CIUDADES METROPOLITANAS

El periodista Rafael Pradas, el director del Instituto de Estudios del Autogobierno Joan Ridao y el escritor Xavier  Bru de Sala analizan diferentes aspectos que se plantean a la hora de construir la ciudad

Rafael Pradas, periodista, analiza como se ha ido articulando todo un sistema metropolitano de ciudades que ha actuado para controlar y combatir sus propias periferias urbanas y sociales durante cuarenta años. Esta realidad —el hecho de que Barcelona no ha fagocitado la ciudad compacta y próxima— ha estimulado la articulación de un sistema metropolitano de ciudades que a lo largo de 40 años, desde las elecciones municipales de 1979, ha actuado para controlar y combatir sus propias periferias urbanas y sociales. La transformación de Bellvitge en el Hospitalet, del distrito de nuevo Barrios de Barcelona o de los entornos del río Besòs en Santa Coloma ilustran esta política. El ejemplo de Madrid es útil para corroborar cómo se ha hecho de la necesidad virtud: una situación como el poblado de la Cañada Real no se encuentra, por fortuna, en el ámbito barcelonés.
Está claro que las periferias metropolitanas no son homogéneas tal como evidencian los indicadores de renta. La diversidad de situaciones se explica en función del tejido económico, la estructura social y cultural previas y posteriores a los grandes cambios poblacionales, por la situación en el territorio, las comunicaciones, los entornos. Admitida esta realidad, está claro el acierto de las dinámicas locales que, en términos generales, se han producido en poblaciones tan diferentes como El Hospitalet de Llobregat, Sant Cugat del Vallès, Santa Coloma de Gramenet, el Prat, Cerdanyola o Viladecans. Cómo es el caso, en otro plan, de Vilanova, Terrassa, Sabadell, Granollers, Mataró. Hoy tenemos más ciudad y menos periferia de lo que se podía esperar.
En conjunto, es una lección de la capacidad de diálogo y concertación del municipalismo organizado (ayuntamientos, diputación y organismos metropolitanos), sin ningunear, ni mucho menos, el papel de otras instituciones, de las organizaciones sociales y económicas y de un amplio y a menudo difuso tejido colectivo. Y una constatación sobre el poder local: cualquier propuesta de futuro para la región metropolitana tendrá que tener en cuenta las ciudades; no solo los ayuntamientos.

Rafael Pradas: «Las periferias metropolitanas no son homogéneas tal como evidencian los indicadores de renta. La diversidad de situaciones se explica en función del tejido económico, la estructura social y cultural previas y posteriores a los grandes cambios poblacionales.”

Al reto de la Gran Barcelona de combatir las periferias sociales, de generar oportunidades educacionales, laborales, de movilidad, de capacidad de inclusión, se añade la necesidad de prestar atención también a la existencia de las periferias residenciales de carácter extensivo en el interior de la región metropolitana, engendradas a partir de los años noventa por la demanda de vivienda asequible y en muchas ocasiones de mejores condiciones de vida. Sabemos que desde el punto de vista de la sostenibilidad, del uso del territorio y de la movilidad no son una buena opción, pero la realidad hay que gestionarla tal como es.

Joan Ridao, professor de Dret Constitucional (UB) i director de l’Institut d’Estudis de l’Autogovern, Joan Ridao defiende que el AMB merece un impulso y una revisión que –superando viejas y antagónicas inercias políticas– contribuya a articular mejor Barcelona con su área y la dote de una renovada gobernanza.

El AMB es la gran desconocida de las administraciones, a pesar de actuar sobre 36 municipios y unos tres millones de personas, manejar un presupuesto similar al de la Diputación de Barcelona, y disponer de 500 funcionarios, 50 empresas o entes subsidiarios y de competencias en urbanismo, residuos, agua y transportes. En este desconocimiento tiene mucho que ver su configuración a la LAMB y el Reglamento orgánico metropolitano (2013) como ente supralocal de segundo grado, en que sus miembros –como los de las diputaciones– no son elegidos directamente y no está sometido a mecanismos de control tan evidentes como en otras administraciones. Esto se ve reflejado en la composición del Consejo Metropolitano como órgano rector y en la potente estructura gerencial existente.

Por otro lado, el AMB es un grande poder político y económico aunque aparezca revestido de órgano de mera gestión. No en vano el AMB tiene influencia o participación totalmente o parcial en una red de 50 empresas, consorcios y organismos diversos. Sus filiales más grandes y conocidas son Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB), el Instituto Metropolitano del Taxi, varias empresas de saneamiento y residuos (EMSSA y TERSA), el Instituto Metropolitano de Promoción del Suelo y Gestión Patrimonial (Impsol), el Consorcio del Parque de Collserola, y los think tanks metropolitanos Barcelona Regional y Plan Estratégico Metropolitano (PEMB), por poner solo algunos ejemplos. En este marco, no cabe decir que se han tomado decisiones relevantes los últimos años: la gestión del canon del agua, las políticas de aumento tarifario del transporte público o las múltiples iniciativas de revisión del planeamiento urbanístico metropolitano (PGM), vigente desde la época porciolista (1976) –y remendado más de un millar a veces–, la clave de vuelta de la importancia del poder decisional actual del AMB, pues de sus determinaciones dependen las plusvalías de suelo, con todo lo que esto comporta. Ahora bien, siendo esto importante, el AMB merece un impulso y una revisión que –superando viejas y antagónicas inercias políticas– contribuya a articular mejor Barcelona con su área, la dote de una renovada gobernanza, y contribuya a la creación de una potente infraestructura urbana y metropolitana de proyección internacional, además de participar activamente en la construcción de redes globales de grandes territorios metropolitanos.

El escritor Xavier Bru de Sala critica la manera como se ha planificado la reforma de las superislas y señala inconvenientes como la dificultad para el comercio de centralidad o la discriminación que generará entre vecinos. Que buena parte de las ciudades del siglo XXI no serán como las del siglo XX es obvio. Más difícil es dilucidar cuáles de los modelos de transformación acabarán por triunfar y cuáles supondrán un lastre en este mundo, que ya tenemos encima, de las megàpolis en red y en dura competición. Tan posible es que las pioneras de los cambios radicales tengan que acabar dando marcha atrás de su obsesión para convertir las concentraciones humanas más dinámicas en una mala imitación del bucolismo campesino como que las más reticentes se arrepientan de haber sido demasiado conservadoras. No lo dirá el tiempo sino la evolución, todavía poco previsible, de las tecnologías y las necesidades energéticas, unida a la de las formas de vida que nunca han cambiado siguiendo ningún tipo de pauta predicha o preestablecida.

Xavier Bru de Sala: «La idea de las superislas no es ningún disparate, la forma de planificarla y presentarla, sí.”

La idea de las superislas no es ningún disparate, la forma de planificarla y presentarla, sí. Hacía falta, desde el primer momento y por no esconder el huevo, señalar inconvenientes evidentes como las dificultades que tendrá que sufrir el comercio de centralidad o la sustitución de la igualdad de la trama de Cerdà por la discriminación entre los condenados a vivir en calles con tráfico y contaminación y los privilegiados que disfrutarán de un jardín ante casa o un cruce con las esquinas convertidas en plazas. Más vale un proyecto que la pura inercia, está claro. Pero la forma impositiva, y tal vez transitoria, de las superislas es un grave síntoma de la incertidumbre del presente de Barcelona. El despotismo ilustrado de Pasqual Maragall contaba con unos cuántos requisitos de los cuales prescinde el actual consistorio: liderazgo e interlocución directa del alcalde; colaboradores que se habían ganado el prestigio internacional a pulso; debate público; mirada estratégica con implicación de profesionales de diferentes especialidades; y sobre todo, sobre todo, pasión y confianza. Todavía más, el trabajo de la oposición, más allá de criticar o consensuar en función de cálculos partidistas, es presentar propuestas alternativas. ¿Dónde están? Peor todavía, ¿cómo es que no se hacen presentes los liderazgos alternativos? ¿qué provoca que esté en blanco la nómina de políticos comprometidos con el primero, con el gran activo de todos los catalanes que es la ciudad de Barcelona?

Rafael Pradas, periodista, analiza como se ha ido articulando todo un sistema metropolitano de ciudades que ha actuado para controlar y combatir sus propias periferias urbanas y sociales durante cuarenta años. Esta realidad —el hecho de que Barcelona no ha fagocitado la ciudad compacta y próxima— ha estimulado la articulación de un sistema metropolitano de ciudades que a lo largo de 40 años, desde las elecciones municipales de 1979, ha actuado para controlar y combatir sus propias periferias urbanas y sociales. La transformación de Bellvitge en el Hospitalet, del distrito de nuevo Barrios de Barcelona o de los entornos del río Besòs en Santa Coloma ilustran esta política. El ejemplo de Madrid es útil para corroborar cómo se ha hecho de la necesidad virtud: una situación como el poblado de la Cañada Real no se encuentra, por fortuna, en el ámbito barcelonés.
Está claro que las periferias metropolitanas no son homogéneas tal como evidencian los indicadores de renta. La diversidad de situaciones se explica en función del tejido económico, la estructura social y cultural previas y posteriores a los grandes cambios poblacionales, por la situación en el territorio, las comunicaciones, los entornos. Admitida esta realidad, está claro el acierto de las dinámicas locales que, en términos generales, se han producido en poblaciones tan diferentes como El Hospitalet de Llobregat, Sant Cugat del Vallès, Santa Coloma de Gramenet, el Prat, Cerdanyola o Viladecans. Cómo es el caso, en otro plan, de Vilanova, Terrassa, Sabadell, Granollers, Mataró. Hoy tenemos más ciudad y menos periferia de lo que se podía esperar.
En conjunto, es una lección de la capacidad de diálogo y concertación del municipalismo organizado (ayuntamientos, diputación y organismos metropolitanos), sin ningunear, ni mucho menos, el papel de otras instituciones, de las organizaciones sociales y económicas y de un amplio y a menudo difuso tejido colectivo. Y una constatación sobre el poder local: cualquier propuesta de futuro para la región metropolitana tendrá que tener en cuenta las ciudades; no solo los ayuntamientos.

Rafael Pradas: “Las periferias metropolitanas no son homogéneas tal como evidencian los indicadores de renta. La diversidad de situaciones se explica en función del tejido económico, la estructura social y cultural previas y posteriores a los grandes cambios poblacionales.”

Al reto de la Gran Barcelona de combatir las periferias sociales, de generar oportunidades educacionales, laborales, de movilidad, de capacidad de inclusión, se añade la necesidad de prestar atención también a la existencia de las periferias residenciales de carácter extensivo en el interior de la región metropolitana, engendradas a partir de los años noventa por la demanda de vivienda asequible y en muchas ocasiones de mejores condiciones de vida. Sabemos que desde el punto de vista de la sostenibilidad, del uso del territorio y de la movilidad no son una buena opción, pero la realidad hay que gestionarla tal como es.

Joan Ridao, professor de Dret Constitucional (UB) i director de l’Institut d’Estudis de l’Autogovern, Joan Ridao defiende que el AMB merece un impulso y una revisión que –superando viejas y antagónicas inercias políticas– contribuya a articular mejor Barcelona con su área y la dote de una renovada gobernanza.

El AMB es la gran desconocida de las administraciones, a pesar de actuar sobre 36 municipios y unos tres millones de personas, manejar un presupuesto similar al de la Diputación de Barcelona, y disponer de 500 funcionarios, 50 empresas o entes subsidiarios y de competencias en urbanismo, residuos, agua y transportes. En este desconocimiento tiene mucho que ver su configuración a la LAMB y el Reglamento orgánico metropolitano (2013) como ente supralocal de segundo grado, en que sus miembros –como los de las diputaciones– no son elegidos directamente y no está sometido a mecanismos de control tan evidentes como en otras administraciones. Esto se ve reflejado en la composición del Consejo Metropolitano como órgano rector y en la potente estructura gerencial existente.

Por otro lado, el AMB es un grande poder político y económico aunque aparezca revestido de órgano de mera gestión. No en vano el AMB tiene influencia o participación totalmente o parcial en una red de 50 empresas, consorcios y organismos diversos. Sus filiales más grandes y conocidas son Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB), el Instituto Metropolitano del Taxi, varias empresas de saneamiento y residuos (EMSSA y TERSA), el Instituto Metropolitano de Promoción del Suelo y Gestión Patrimonial (Impsol), el Consorcio del Parque de Collserola, y los think tanks metropolitanos Barcelona Regional y Plan Estratégico Metropolitano (PEMB), por poner solo algunos ejemplos. En este marco, no cabe decir que se han tomado decisiones relevantes los últimos años: la gestión del canon del agua, las políticas de aumento tarifario del transporte público o las múltiples iniciativas de revisión del planeamiento urbanístico metropolitano (PGM), vigente desde la época porciolista (1976) –y remendado más de un millar a veces–, la clave de vuelta de la importancia del poder decisional actual del AMB, pues de sus determinaciones dependen las plusvalías de suelo, con todo lo que esto comporta. Ahora bien, siendo esto importante, el AMB merece un impulso y una revisión que –superando viejas y antagónicas inercias políticas– contribuya a articular mejor Barcelona con su área, la dote de una renovada gobernanza, y contribuya a la creación de una potente infraestructura urbana y metropolitana de proyección internacional, además de participar activamente en la construcción de redes globales de grandes territorios metropolitanos.

El escritor Xavier Bru de Sala critica la manera como se ha planificado la reforma de las superislas y señala inconvenientes como la dificultad para el comercio de centralidad o la discriminación que generará entre vecinos. Que buena parte de las ciudades del siglo XXI no serán como las del siglo XX es obvio. Más difícil es dilucidar cuáles de los modelos de transformación acabarán por triunfar y cuáles supondrán un lastre en este mundo, que ya tenemos encima, de las megàpolis en red y en dura competición. Tan posible es que las pioneras de los cambios radicales tengan que acabar dando marcha atrás de su obsesión para convertir las concentraciones humanas más dinámicas en una mala imitación del bucolismo campesino como que las más reticentes se arrepientan de haber sido demasiado conservadoras. No lo dirá el tiempo sino la evolución, todavía poco previsible, de las tecnologías y las necesidades energéticas, unida a la de las formas de vida que nunca han cambiado siguiendo ningún tipo de pauta predicha o preestablecida.

Xavier Bru de Sala: «La idea de las superislas no es ningún disparate, la forma de planificarla y presentarla, sí.”

La idea de las superislas no es ningún disparate, la forma de planificarla y presentarla, sí. Hacía falta, desde el primer momento y por no esconder el huevo, señalar inconvenientes evidentes como las dificultades que tendrá que sufrir el comercio de centralidad o la sustitución de la igualdad de la trama de Cerdà por la discriminación entre los condenados a vivir en calles con tráfico y contaminación y los privilegiados que disfrutarán de un jardín ante casa o un cruce con las esquinas convertidas en plazas. Más vale un proyecto que la pura inercia, está claro. Pero la forma impositiva, y tal vez transitoria, de las superislas es un grave síntoma de la incertidumbre del presente de Barcelona. El despotismo ilustrado de Pasqual Maragall contaba con unos cuántos requisitos de los cuales prescinde el actual consistorio: liderazgo e interlocución directa del alcalde; colaboradores que se habían ganado el prestigio internacional a pulso; debate público; mirada estratégica con implicación de profesionales de diferentes especialidades; y sobre todo, sobre todo, pasión y confianza. Todavía más, el trabajo de la oposición, más allá de criticar o consensuar en función de cálculos partidistas, es presentar propuestas alternativas. ¿Dónde están? Peor todavía, ¿cómo es que no se hacen presentes los liderazgos alternativos? ¿qué provoca que esté en blanco la nómina de políticos comprometidos con el primero, con el gran activo de todos los catalanes que es la ciudad de Barcelona?

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