‘SMART CITIES’, LA METRÓPOLI 4.0 CON ROSTRO HUMANO

Héctor Santcovsky analiza el concepto de «ciudad inteligente» en un artículo en el que defiende que los retos más importantes deben garantizar el beneficio más ancho posible para la ciudadanía

Por Héctor Santcovsky, sociólogo y politólogo

Desde que escribió [Bill Mitchell] City of Bits, «la ciudad inteligente» se ha convertido de hecho en dos tipos diferentes de ciudad.
En uno de ellos, la tecnología avanzada prescribe cómo debe la gente utilizar los espacios que habita; la ville se impone a la cité.
En el otro, la tecnología coordina, pero no elimina las actividades más desordenadas de la cité.

Richard Sennet, Construir y Habitar. Ética para la Ciudad. Anagrama, 2019, p. 187.

Cuando hablamos de ciudades inteligentes, ¿en qué pensamos? ¿Es su capacidad de generar conocimiento, inventiva, de ser espabilada, lista o astuta? ¿De ser eficiente en la prestación de servicios públicos? ¿O de poder responder a los grandes retos actuales como por ejemplo reducir las desigualdades, crecer de manera inclusiva y descarbonizarse? Nos pasa un poco como con la inteligencia artificial. Son términos creados porque seguramente no contamos con ninguna otra acepción, y se refiere a que, en determinados ámbitos de la gestión de la ciudad –porque se usa en este ámbito, a una ciudad puntera no se la califica de «inteligente» en otros aspectos—, como por ejemplo los servicios de limpieza, de movilidad, del espacio público, incluyendo el ámbito productivo de los servicios públicos, se la considera «smart» porque está generando algo que en el contexto del que proviene resulta disruptivo, innovador, eficiente, o muy innovador.

Esto quiere decir, al fin, que la construcción del concepto de «smart», sabiendo que la ciudad «per se» no piensa, se está definiendo por los dispositivos que hacen más fáciles, cómodos y útiles los servicios que se prestan a sus habitantes con un modelo de gestión de prestaciones innovadores, modernos, prácticos y sobre todo eficientes. Pero quedarían también otros atributos, menos expresados como ciudad «smart», que podría hacer referencia a que sea más solidaria, justa, redistributiva, sostenible, equitativa, inclusiva y verde, y que quizás es uno de los debates actuales de cómo evolucionará la ciudad, hacia un modelo 4.0, y sobre todo con la gente como epicentro de este proceso innovador, y de ahí la idea de una metrópoli con rostro humano.

También restaría definir cómo se evalúan los criterios que la definen como «smart» una ciudad, y con qué indicadores se podrían valorar. En síntesis, cómo deberá evolucionar un territorio para convertirse en una ciudad/metrópoli con rostro humano, donde todo lo que se evalúa tiene que ver en cómo se incluye la variable «gente» por sobre la idea de «tecnología».

Recordando que las smarts cities surgieron como consecuencia de una serie de ferias que llevaban las innovaciones más importantes en los servicios en las ciudades: recogida selectiva de residuos, semáforos con sonido para personas invidentes, gestión automatizada de la distribución de servicios de diverso tipo, programas para monitorizar el transporte etc., que IBM impulsó el término para acelerar la «tecnologización» y automatización de muchos servicios en base a sus productos y que a Barcelona, en el año 2008, en el congreso de Smarts, reorientó hacia una visión más integral.

Si nos centramos en la eficiencia de la prestación de servicios estamos dando un enorme paso adelante en la gestión de la ciudad, pero la pregunta que nos surge es la siguiente: estamos respondiendo a los retos o, mejor dicho, a los retos más significativos que tiene la ciudadanía y la ciudad, en este sentido que Bennet hablaba de la «ville» hoy en día, o simplemente estamos haciendo procesos más eficientes en la gestión de los servicios ya establecidos?

Normalmente, cuando nos referimos a la ciudad inteligente hay muchos ejemplos históricos que podrían ser indicativos de proyectos de aplicación de modelos inteligentes de gestión urbana. Especialmente ahora, cuando estamos ante la crisis del cambio climático o de la sequía no podemos dejar de pensar en el Plan Cerdà o en los acueductos romanos, por poner dos ejemplos concretos. Por lo tanto, se hace muy necesario definir cuáles son los retos que hoy en día tiene la ciudad para intentar trabajar sobre nuevos conceptos que contribuyen a hacerla más Smart y, seguramente, en muchos casos todavía no tenemos tecnologías implementables.

Hay cuatro retos que deberían introducirse de manera fundamental en relación al destino de la metrópolis siguiendo un modelo de smart cities: la desigualdad, la descarbonización, la vivienda y la innovación, esta última como una mancha extensiva a todos los ámbitos de la vida, y no como un tema de la «industria» o la digitalización. Esto no quiere decir que los otros temas no sean importantes, pero, por ejemplo, la industria 4.0 tiene vida propia y «se espabila», e innova, pero la pregunta es cómo innovemos social, educativamente, en las relaciones sociales, y sobre todo cómo hacemos que una cultura de la innovación o de la equidad y combate a las desigualdades penetre, impregne otros ámbitos más allá de los estrictamente tecnológicos. En este sentido, la industria 4.0 podría aportar muchos aspectos a un modelo de ciudad inteligente, ayudando a incorporar en temas como las IoT, o la IA elementos importantes para la gestión de la ciudad. Pero quizás lo más importante e interesante es la inclusión de la visión del 4.0 como un vector tecnológico de innovación que debe penetrar en muchos órdenes de la ciudad y no limitarse a los temas productivos.

Analizar cada uno de estos componentes nos llevaría a un largo discurso y todas las propuestas todavía están suficientemente desarrolladas. A modo de ejemplo, nos interrogamos sobre cómo aplicamos modelos absolutamente disruptivos e innovadores en todo el proceso de dotación de vivienda desde diversos aspectos como los usos del suelo, los sistemas constructivos, los regímenes de tenencia, los sistemas de pago, la igualdad de oportunidades en el acceso, etc. Respecto a la descarbonización, nos pasa algo parecido y debemos pensar que, tanto en la movilidad como la industria o los servicios cada uno tiene un ritmo diferente, un momento diferente, unas tecnologías diferentes, por lo tanto, los nuevos retos del modelo smart tendrán que ver mucho más con cómo imaginamos la ciudad y cómo la adoptamos de respuesta a los nuevos retos, que a seguir coleccionando una batería de gadgets y artefactos altamente útiles, pero que en realidad no responden a todos los retos estructurales de la ciudad, sino básicamente al de la eficiencia y en menor medida, en algunos casos, a la propia eficacia de los servicios.

En este sentido también la visión «inteligente» de la metrópoli debería llegar a cómo se normativiza también la aplicación de las nuevas medidas porque, si hay algo que realmente está desfasado entre el avance tecnológico de determinados instrumentos para intervenir en el medio urbano, es justamente su acompañamiento normativo, la burocracia y todo el procedimiento que las rodea, especialmente en todos los temas que antes mencionamos como usos del suelo, tiempos de concesiones de permisos, ritmos de trabajo, etc., procesos administrativos que, al menos en términos de eficiencia de ejecución, parecen muy poco «inteligentes». Este nuevo enfoque daría paso a lo que habría que experimentar como la ciudad 4.0, la metrópoli 4.0.

Finalmente, no dejaríamos de mencionar que uno de los grandes gurúes del tema, en su momento, como fue Richard Florida, lamentablemente terminó criticando muy severamente que todas las acciones de modernización de la ciudad que se orientaban hacia la generación sobre todo de nuevos modelos económicos para hacer la ciudad más próspera y más rica generó nuevas desigualdades. Nos remitimos en este sentido a su último libro Urban crise.

«La ciudad evolucionará hacia un modelo 4.0, y sobre todo con la gente como epicentro de este proceso innovador, y de ahí la idea de una metrópoli con rostro humano.»

¿Eso quiere decir que tenemos que tirar la toalla y no seguir pensando en la ciudad inteligente? Seguramente no, por eso los retos ahora tienen mucho más que ver con los escenarios futuros, tanto los mencionados previamente como los que puedan surgir, y que pueden condicionar el futuro de las metrópolis. Crear ciudades inteligentes no es un objetivo en sí mismo. Ser inteligente es sólo el medio con el que alcanzar los objetivos de crecimiento sostenible y una habitabilidad de una ciudad a la medida del ser humano. Hay que pasar o ampliar de la gestión inteligente de la ciudad al pensamiento inteligente de la ciudad, y ver cómo las metrópolis son capaces de digerir e insertarse en otros nuevos retos como son los retos de la geopolítica, los recursos materiales para la producción, la gestión de su capital humano, la descarbonización total, la digitalización para ser más efectivos y equitativos, y un problema clave, la alimentación y la vinculación con la evolución de la agricultura y ganadería en nuestro entorno e ir hacia un modelo más desarrollado y avanzado que podríamos llamar metrópoli 4.0.

Quizás lo peor que se ha heredado de esta perspectiva ha sido que pensemos en cambiarnos el coche, de implantarlo eléctrico con gadgets muy vistosos y seguramente efectivos, pero no en de donde provenía la energía donde iban a cómo se implantaba masivamente los puntos de recarga. Si mañana todos los coches de una ciudad como Barcelona y su área metropolitana se convierten mágicamente en eléctricos seguramente tendríamos un colapso energético de magnitudes insospechadas.

Por todo ello el reto es trabajar a dos niveles, sin interrumpir los modelos de innovación en prácticas concretas aplicadas a tecnologías de gestión de la ciudad combinado con una reflexión a medio y hogar plazo sobre los aspectos mencionados como retos principales, pero con una excepción importante: toda esta reflexión debe hacerse siempre desde la perspectiva de cómo no aumentar diversas brechas sociales y tecnológicas que pueden existir en una ciudad, o sea, a nivel salarial, digital, o de riesgos de exclusión social.

En síntesis, los retos más importantes deben garantizar un beneficio lo más amplio posible para la ciudadanía de manera directa en el acceso a las soluciones inteligentes, pero siempre desde una perspectiva que proteja sus datos, que sea sostenible a todos los niveles, que sirvan de apoyo a un modelo resiliente e inclusivo, con una gobernanza transparente y que responda a necesidades reales del territorio. En conclusión: bienvenido, pues, el debate sobre la ciudad inteligente y aprovechemos sus aportaciones y reflexiones por la metrópoli inclusiva, sostenible e innovadora, y sobre todo, con proyectos con rostro humano.

Por Héctor Santcovsky, sociólogo y politólogo

Desde que escribió [Bill Mitchell] City of Bits, «la ciudad inteligente» se ha convertido de hecho en dos tipos diferentes de ciudad.
En uno de ellos, la tecnología avanzada prescribe cómo debe la gente utilizar los espacios que habita; la ville se impone a la cité.
En el otro, la tecnología coordina, pero no elimina las actividades más desordenadas de la cité.

Richard Sennet, Construir y Habitar. Ética para la Ciudad. Anagrama, 2019, p. 187.

Cuando hablamos de ciudades inteligentes, ¿en qué pensamos? ¿Es su capacidad de generar conocimiento, inventiva, de ser espabilada, lista o astuta? ¿De ser eficiente en la prestación de servicios públicos? ¿O de poder responder a los grandes retos actuales como por ejemplo reducir las desigualdades, crecer de manera inclusiva y descarbonizarse? Nos pasa un poco como con la inteligencia artificial. Son términos creados porque seguramente no contamos con ninguna otra acepción, y se refiere a que, en determinados ámbitos de la gestión de la ciudad –porque se usa en este ámbito, a una ciudad puntera no se la califica de «inteligente» en otros aspectos—, como por ejemplo los servicios de limpieza, de movilidad, del espacio público, incluyendo el ámbito productivo de los servicios públicos, se la considera «smart» porque está generando algo que en el contexto del que proviene resulta disruptivo, innovador, eficiente, o muy innovador.

Esto quiere decir, al fin, que la construcción del concepto de «smart», sabiendo que la ciudad «per se» no piensa, se está definiendo por los dispositivos que hacen más fáciles, cómodos y útiles los servicios que se prestan a sus habitantes con un modelo de gestión de prestaciones innovadores, modernos, prácticos y sobre todo eficientes. Pero quedarían también otros atributos, menos expresados como ciudad «smart», que podría hacer referencia a que sea más solidaria, justa, redistributiva, sostenible, equitativa, inclusiva y verde, y que quizás es uno de los debates actuales de cómo evolucionará la ciudad, hacia un modelo 4.0, y sobre todo con la gente como epicentro de este proceso innovador, y de ahí la idea de una metrópoli con rostro humano.

También restaría definir cómo se evalúan los criterios que la definen como «smart» una ciudad, y con qué indicadores se podrían valorar. En síntesis, cómo deberá evolucionar un territorio para convertirse en una ciudad/metrópoli con rostro humano, donde todo lo que se evalúa tiene que ver en cómo se incluye la variable «gente» por sobre la idea de «tecnología».

«La ciudad evolucionará hacia un modelo 4.0, y sobre todo con la gente como epicentro de este proceso innovador, y de ahí la idea de una metrópoli con rostro humano.”

 

 

 

Recordando que las smarts cities surgieron como consecuencia de una serie de ferias que llevaban las innovaciones más importantes en los servicios en las ciudades: recogida selectiva de residuos, semáforos con sonido para personas invidentes, gestión automatizada de la distribución de servicios de diverso tipo, programas para monitorizar el transporte etc., que IBM impulsó el término para acelerar la «tecnologización» y automatización de muchos servicios en base a sus productos y que a Barcelona, en el año 2008, en el congreso de Smarts, reorientó hacia una visión más integral.

Si nos centramos en la eficiencia de la prestación de servicios estamos dando un enorme paso adelante en la gestión de la ciudad, pero la pregunta que nos surge es la siguiente: estamos respondiendo a los retos o, mejor dicho, a los retos más significativos que tiene la ciudadanía y la ciudad, en este sentido que Bennet hablaba de la «ville» hoy en día, o simplemente estamos haciendo procesos más eficientes en la gestión de los servicios ya establecidos?

Normalmente, cuando nos referimos a la ciudad inteligente hay muchos ejemplos históricos que podrían ser indicativos de proyectos de aplicación de modelos inteligentes de gestión urbana. Especialmente ahora, cuando estamos ante la crisis del cambio climático o de la sequía no podemos dejar de pensar en el Plan Cerdà o en los acueductos romanos, por poner dos ejemplos concretos. Por lo tanto, se hace muy necesario definir cuáles son los retos que hoy en día tiene la ciudad para intentar trabajar sobre nuevos conceptos que contribuyen a hacerla más Smart y, seguramente, en muchos casos todavía no tenemos tecnologías implementables.

Hay cuatro retos que deberían introducirse de manera fundamental en relación al destino de la metrópolis siguiendo un modelo de smart cities: la desigualdad, la descarbonización, la vivienda y la innovación, esta última como una mancha extensiva a todos los ámbitos de la vida, y no como un tema de la «industria» o la digitalización. Esto no quiere decir que los otros temas no sean importantes, pero, por ejemplo, la industria 4.0 tiene vida propia y «se espabila», e innova, pero la pregunta es cómo innovemos social, educativamente, en las relaciones sociales, y sobre todo cómo hacemos que una cultura de la innovación o de la equidad y combate a las desigualdades penetre, impregne otros ámbitos más allá de los estrictamente tecnológicos. En este sentido, la industria 4.0 podría aportar muchos aspectos a un modelo de ciudad inteligente, ayudando a incorporar en temas como las IoT, o la IA elementos importantes para la gestión de la ciudad. Pero quizás lo más importante e interesante es la inclusión de la visión del 4.0 como un vector tecnológico de innovación que debe penetrar en muchos órdenes de la ciudad y no limitarse a los temas productivos.

Analizar cada uno de estos componentes nos llevaría a un largo discurso y todas las propuestas todavía están suficientemente desarrolladas. A modo de ejemplo, nos interrogamos sobre cómo aplicamos modelos absolutamente disruptivos e innovadores en todo el proceso de dotación de vivienda desde diversos aspectos como los usos del suelo, los sistemas constructivos, los regímenes de tenencia, los sistemas de pago, la igualdad de oportunidades en el acceso, etc. Respecto a la descarbonización, nos pasa algo parecido y debemos pensar que, tanto en la movilidad como la industria o los servicios cada uno tiene un ritmo diferente, un momento diferente, unas tecnologías diferentes, por lo tanto, los nuevos retos del modelo smart tendrán que ver mucho más con cómo imaginamos la ciudad y cómo la adoptamos de respuesta a los nuevos retos, que a seguir coleccionando una batería de gadgets y artefactos altamente útiles, pero que en realidad no responden a todos los retos estructurales de la ciudad, sino básicamente al de la eficiencia y en menor medida, en algunos casos, a la propia eficacia de los servicios.

En este sentido también la visión «inteligente» de la metrópoli debería llegar a cómo se normativiza también la aplicación de las nuevas medidas porque, si hay algo que realmente está desfasado entre el avance tecnológico de determinados instrumentos para intervenir en el medio urbano, es justamente su acompañamiento normativo, la burocracia y todo el procedimiento que las rodea, especialmente en todos los temas que antes mencionamos como usos del suelo, tiempos de concesiones de permisos, ritmos de trabajo, etc., procesos administrativos que, al menos en términos de eficiencia de ejecución, parecen muy poco «inteligentes». Este nuevo enfoque daría paso a lo que habría que experimentar como la ciudad 4.0, la metrópoli 4.0.

Finalmente, no dejaríamos de mencionar que uno de los grandes gurúes del tema, en su momento, como fue Richard Florida, lamentablemente terminó criticando muy severamente que todas las acciones de modernización de la ciudad que se orientaban hacia la generación sobre todo de nuevos modelos económicos para hacer la ciudad más próspera y más rica generó nuevas desigualdades. Nos remitimos en este sentido a su último libro Urban crise.

¿Eso quiere decir que tenemos que tirar la toalla y no seguir pensando en la ciudad inteligente? Seguramente no, por eso los retos ahora tienen mucho más que ver con los escenarios futuros, tanto los mencionados previamente como los que puedan surgir, y que pueden condicionar el futuro de las metrópolis. Crear ciudades inteligentes no es un objetivo en sí mismo. Ser inteligente es sólo el medio con el que alcanzar los objetivos de crecimiento sostenible y una habitabilidad de una ciudad a la medida del ser humano. Hay que pasar o ampliar de la gestión inteligente de la ciudad al pensamiento inteligente de la ciudad, y ver cómo las metrópolis son capaces de digerir e insertarse en otros nuevos retos como son los retos de la geopolítica, los recursos materiales para la producción, la gestión de su capital humano, la descarbonización total, la digitalización para ser más efectivos y equitativos, y un problema clave, la alimentación y la vinculación con la evolución de la agricultura y ganadería en nuestro entorno e ir hacia un modelo más desarrollado y avanzado que podríamos llamar metrópoli 4.0.

Quizás lo peor que se ha heredado de esta perspectiva ha sido que pensemos en cambiarnos el coche, de implantarlo eléctrico con gadgets muy vistosos y seguramente efectivos, pero no en de donde provenía la energía donde iban a cómo se implantaba masivamente los puntos de recarga. Si mañana todos los coches de una ciudad como Barcelona y su área metropolitana se convierten mágicamente en eléctricos seguramente tendríamos un colapso energético de magnitudes insospechadas.

Por todo ello el reto es trabajar a dos niveles, sin interrumpir los modelos de innovación en prácticas concretas aplicadas a tecnologías de gestión de la ciudad combinado con una reflexión a medio y hogar plazo sobre los aspectos mencionados como retos principales, pero con una excepción importante: toda esta reflexión debe hacerse siempre desde la perspectiva de cómo no aumentar diversas brechas sociales y tecnológicas que pueden existir en una ciudad, o sea, a nivel salarial, digital, o de riesgos de exclusión social.

En síntesis, los retos más importantes deben garantizar un beneficio lo más amplio posible para la ciudadanía de manera directa en el acceso a las soluciones inteligentes, pero siempre desde una perspectiva que proteja sus datos, que sea sostenible a todos los niveles, que sirvan de apoyo a un modelo resiliente e inclusivo, con una gobernanza transparente y que responda a necesidades reales del territorio. En conclusión: bienvenido, pues, el debate sobre la ciudad inteligente y aprovechemos sus aportaciones y reflexiones por la metrópoli inclusiva, sostenible e innovadora, y sobre todo, con proyectos con rostro humano.

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