¿PUEDE SERVIR LA NOVELA PARA ENTENDER LA REALIDAD METROPOLITANA?

El escritor y periodista David Castillo defiende que este género literario ‘bastardo’ entiende mejor que nadie una realidad tan cambiante como la de una gran ciudad, Barcelona y su efecto de metrópoli sobre todo lo que le rodea

 

Por David Castillo

La pregunta tiene una respuesta clara: sí. La novela, por ser un género bastardo y subjetivo, entenderá mejor que nadie una realidad tan cambiante como la de una gran ciudad, Barcelona y su efecto de metrópoli sobre todo lo que le rodea: L’Hospitalet, Cornellà, El Prat, Sant Cugat, Badalona, Cerdanyola, Sant Adrià que se mete bien adentro y todo el conjunto de pueblos y urbanizaciones, que pueden ir desde las más selectas a las más deterioradas o precarias, algunas como La Mina, con una casi imposible solución viable.

Muchos teóricos, empezando por Henry James, han sintetizado que la novela es el género que explica mejor el mundo moderno. Si las civilizaciones se hallaron con la poesía y su efecto de oralidad, en el tiempo más complejo, la novela ha cogido el relevo. Mi teórico favorito sobre la novela, el escritor E.M. Forster, sintetizó que una novela era una ficción de una cierta extensión: «Todo lo que podemos decir es que está limitada por dos crestas de montañas, ninguna de las cuales se alza muy abruptamente –las crestas opuestas de la poesía y de la historia–, y en un tercer lado, por un mar; un mar que encontraremos cuando lleguemos a Moby Dick.» Forster no reconoce, como Nabokov, que el Quijote es, sin comparación, la mejor novela de todos los tiempos, pero quiero creer que él se refiere a la modernidad, si es que podemos pensar que existe este concepto. Nabokov hay que recordar que veía en la doble novela cervantina todas las taras, pero su curso resulta magistral. No es extraño, pues, que algunos de los momentos más apasionantes de la segunda parte del Quijote, sean cuando visita Barcelona en busca de pistas en los impresores del Quijote de Avellaneda. Cervantes admiró Barcelona, una ciudad en estos momentos tan despistada tras el estúpido ciclón de Ada Colau y su equipo de imitador de los playmóviles.

A la cabeza me vienen cuando los más críticos de la ciudad proclamaban el ‘Barcelona ¿a dónde vas?’, análisis de Francisco Martí y Eduardo Moreno donde reflexionaban sobre todos los males que afligían la ciudad: «Barcelona está enferma. La afecta una grave dolencia que ya no puede ser ocultada, pues lo contrario sería engaño y burla de la opinión pública, que no es un ente abstracto sino todos y cada uno de los hombres y mujeres de nuestra ciudad.» El otro día, paseando por la devastada vieja Vallcarca, un vecino le decía a una vecina que no entendía porque habían derribado todas las torres para dejar los tristes descampados que hay ahora. Hacen pena. De hecho, todo estaba preparado para que la inmobiliaria Núñez y Navarro urbanizara todo el territorio del antiguo barrio, pero la cosa se quedó a medias y ahora parece el terreno de una batalla, zona bombardeada, territorio comanche. Como en Brasil, pasamos de la extrema derecha a los socialistas, todo light sorprendentemente.

«André Pieyre de Mandiargues ganó el Goncourt 1967 con El marge. Lluís Permanyer la considera la mejor novela escrita sobre nuestra ciudad. Yo también.»

Para animar la cosa, algunas tardes sin viento me encaramo a la Montaña Pelada acompañado del libro ‘Citas y testimonios sobre Barcelona’, que publicó hace ahora treinta años el cronista Lluís Permanyer, un auténtico señor de Barcelona en los años tristes del reggaetón. Me gusta porque revisa dos mil años de comentarios sobre la ciudad. Podemos encontrar desde el viaje mencionado del Quijote al francés André Pieyre de Mandiargues, que llegó a Barcelona con el propósito de suicidarse y una vez aquí se divirtió bastante en el barrio Chino, que describe con coraje y talento, y regresó a Francia donde se hizo millonario con la crónica del viaje, El marge, ganadora del premio Goncourt de 1967. Lluís Permanyer la considera la mejor novela escrita sobre nuestra ciudad. Yo también.

Hoy la ciudad ha cambiado, se ha civilizado y no es extraño, como en otras ciudades catalanas y españolas, que en un instituto se puedan hablar treinta, cuarenta o cincuenta lenguas diferentes. Mientras nosotros nos peleamos por los diacríticos o por polémicas estériles entre castellano y catalán, el inglés domina la rotulación y la calle es un auténtico Babel lingüístico. Entre los locales, Pérez Andújar o Carlos Zanón nos hablan de una ciudad que no es la de siempre, la de Sagarra, Pla, Laforet, Carrilet i Marsé. Hace años, el escritor más divertido y viperino que circula por Barcelona, Ramón de España, nos comentaba su perplejidad ante los que no habían leído las novelas de la trilogía de Carles Bofarull, Fanny, Eva y Valentina y pretendían ir de especialistas sobre las costumbres de la ciudad y sus extraordinarios envoltorios de faldas. Me las llevo en dos días porque seguía fielmente todo lo que escribía el Ramón: por tierra, mar y aire, es decir, por novela, crónicas periodísticas e historieta, donde era un as con los dibujantes Montesol, Roger y los demás.

Estos días de desapariciones quiero recomendar de nuevo Barcelona nueva que Llorenç Bofarull escribió y fotografió dentro de Geografía literària para Pòrtic. Con una paciencia sin límites y trescando detrás de mí por las montañas de Els Tres Turons y de La Creueta, Bofarull nos dejó un testimonio único, que, como siempre, la ciudad no ha sabido valorar lo suficiente. Después de haberse pateado toda Cataluña haciendo la geografía literaria, Bofarull afrontó Barcelona como sólo se podía hacer, con mentalidad, paciencia y las ganas de correr mundo de un taxista. Sólo por su entusiasmo y bonhomía ya valdría la pena recordarlo. ¡Gloria!

Por David Castillo

La pregunta tiene una respuesta clara: sí. La novela, por ser un género bastardo y subjetivo, entenderá mejor que nadie una realidad tan cambiante como la de una gran ciudad, Barcelona y su efecto de metrópoli sobre todo lo que le rodea: L’Hospitalet, Cornellà, El Prat, Sant Cugat, Badalona, Cerdanyola, Sant Adrià que se mete bien adentro y todo el conjunto de pueblos y urbanizaciones, que pueden ir desde las más selectas a las más deterioradas o precarias, algunas como La Mina, con una casi imposible solución viable.

Muchos teóricos, empezando por Henry James, han sintetizado que la novela es el género que explica mejor el mundo moderno. Si las civilizaciones se hallaron con la poesía y su efecto de oralidad, en el tiempo más complejo, la novela ha cogido el relevo. Mi teórico favorito sobre la novela, el escritor E.M. Forster, sintetizó que una novela era una ficción de una cierta extensión: «Todo lo que podemos decir es que está limitada por dos crestas de montañas, ninguna de las cuales se alza muy abruptamente –las crestas opuestas de la poesía y de la historia–, y en un tercer lado, por un mar; un mar que encontraremos cuando lleguemos a Moby Dick.» Forster no reconoce, como Nabokov, que el Quijote es, sin comparación, la mejor novela de todos los tiempos, pero quiero creer que él se refiere a la modernidad, si es que podemos pensar que existe este concepto. Nabokov hay que recordar que veía en la doble novela cervantina todas las taras, pero su curso resulta magistral. No es extraño, pues, que algunos de los momentos más apasionantes de la segunda parte del Quijote, sean cuando visita Barcelona en busca de pistas en los impresores del Quijote de Avellaneda. Cervantes admiró Barcelona, una ciudad en estos momentos tan despistada tras el estúpido ciclón de Ada Colau y su equipo de imitador de los playmóviles.

A la cabeza me vienen cuando los más críticos de la ciudad proclamaban el ‘Barcelona ¿a dónde vas?’, análisis de Francisco Martí y Eduardo Moreno donde reflexionaban sobre todos los males que afligían la ciudad: «Barcelona está enferma. La afecta una grave dolencia que ya no puede ser ocultada, pues lo contrario sería engaño y burla de la opinión pública, que no es un ente abstracto sino todos y cada uno de los hombres y mujeres de nuestra ciudad.» El otro día, paseando por la devastada vieja Vallcarca, un vecino le decía a una vecina que no entendía porqué habían derribado todas las torres para dejar los tristes descampados que hay ahora. Dan pena. De hecho, todo estaba preparado para que la inmobiliaria Núñez y Navarro urbanizara todo el territorio del antiguo barrio, pero la cosa se quedó a medias y ahora parece el terreno de una batalla, zona bombardeada, territorio comanche. Como en Brasil, pasamos de la extrema derecha a los socialistas, todo light sorprendentemente.

”André Pieyre de Mandiargues ganó el Goncourt 1967 con El marge. Lluís Permanyer la considera la mejor novela escrita sobre nuestra ciudad. Yo también.”

 

 

 

Para animar la cosa, algunas tardes sin viento me encaramo a la Montaña Pelada acompañado del libro ‘Citas y testimonios sobre Barcelona’, que publicó hace ahora treinta años el cronista Lluís Permanyer, un auténtico señor de Barcelona en los años tristes del reggaetón. Me gusta porque revisa dos mil años de comentarios sobre la ciudad. Podemos encontrar desde el viaje mencionado del Quijote al francés André Pieyre de Mandiargues, que llegó a Barcelona con el propósito de suicidarse y una vez aquí se divirtió bastante en el barrio Chino, que describe con coraje y talento, y regresó a Francia donde se hizo millonario con la crónica del viaje, El marge, ganadora del premio Goncourt de 1967. Lluís Permanyer la considera la mejor novela escrita sobre nuestra ciudad. Yo también.

Hoy la ciudad ha cambiado, se ha civilizado y no es extraño, como en otras ciudades catalanas y españolas, que en un instituto se puedan hablar treinta, cuarenta o cincuenta lenguas diferentes. Mientras nosotros nos peleamos por los diacríticos o por polémicas estériles entre castellano y catalán, el inglés domina la rotulación y la calle es un auténtico Babel lingüístico. Entre los locales, Pérez Andújar o Carlos Zanón nos hablan de una ciudad que no es la de siempre, la de Sagarra, Pla, Laforet, Carrilet i Marsé. Hace años, el escritor más divertido y viperino que circula por Barcelona, Ramón de España, nos comentaba su perplejidad ante los que no habían leído las novelas de la trilogía de Carles Bofarull, Fanny, Eva y Valentina y pretendían ir de especialistas sobre las costumbres de la ciudad y sus extraordinarios envoltorios de faldas. Me las llevo en dos días porque seguía fielmente todo lo que escribía el Ramón: por tierra, mar y aire, es decir, por novela, crónicas periodísticas e historieta, donde era un as con los dibujantes Montesol, Roger y los demás.

Estos días de desapariciones quiero recomendar de nuevo Barcelona nueva que Llorenç Bofarull escribió y fotografió dentro de Geografía literària para Pórtico. Con una paciencia sin límites y trescando detrás de mí por las montañas de Els Tres Turons y de La Creueta, Bofarull nos dejó un testimonio único, que, como siempre, la ciudad no ha sabido valorar lo suficiente. Después de haberse pateado toda Cataluña haciendo la geografía literaria, Bofarull afrontó Barcelona como sólo se podía hacer, con mentalidad, paciencia y las ganas de correr mundo de un taxista. Sólo por su entusiasmo y bonhomía ya valdría la pena recordarlo. ¡Gloria!

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