DEBATIR BARCELONA

Joan Puigcercós, presidente de ERC entre los años 2008 y 2011, aboga por construir debates fundamentados conducidos por especialistas en grandes temas como la ampliación del Aeropuerto o los Juegos Olímpicos de invierno

Por Joan Puigcercós

Debatir sobre el futuro de Barcelona, o sobre su teórica decadencia, se ha convertido en un acto banal, insustancial. Mayoritariamente, en todas las tesis acaba apareciendo la eterna comparación con la capital del Estado y, evidentemente, ésta siempre será sesgada, porque una es capital de estado y la otra no. Las comparaciones que no responden al parámetro apocalíptico y defienden, con total legitimidad, que se están generando grandes oportunidades, un cambio de paradigma y que la idea de decadencia es un espejismo, tampoco van demasiado sobradas de argumentos. Con demasiada frecuencia se arrastran por el lodo del discurso anticapitalista más simplista. El ejemplo más fehaciente de la falta de rigor y nivel son las posiciones enfrentadas hasta niveles irracionales, como el ridículo maniqueísmo de los del «sí a todo» contra los del «no a todo».

Los grandes debates estratégicos suelen hacerse sin ningún rigor, ni de las propias administraciones, ni desde los púlpitos pretendidamente intelectuales y periodísticos. No se ha diseñado un terreno de juego apto para que, desde el conocimiento, urbanistas, especialistas en planificación territorial, ecólogos, sociólogos, estadísticos, economistas o ingenieros puedan realizar propuestas de modelos de cohesión social, competitividad económica y crecimiento económico. Sí, he dicho «crecimiento económico».

El debate es agrio, porque a menudo la mayoría de los que disponen de tribunas suficientemente calificadas exhiben armamento partidista para disparar contra una u otra parte de la Plaza Sant Jaume. Y, a veces, incluso contra ambas a la vez.

Como señala el Catedrático de la Universidad Carlos III, Ignacio Sánchez Cuenca, en su valiente y clarividente libro La desfachatez intelectual, quien decide sobre qué se habla, qué es importante y acaba marcando el pulso de los grandes debates, no son los especialistas en ámbitos concretos avalados por datos, análisis y cifras contrastadas, sino los que se basan en argumentos holísticos. Es decir, blindados en sí mismos, con razones que se sostienen sobre la simple opinión y poco más. La opinión siempre es respetable, pero al fin y al cabo es opinión. Y ya sabemos que, en los últimos años, opinión y conocimiento se han situado al mismo nivel.

Un ejemplo de cómo no se puede gestionar un debate estratégico es la ampliación del aeropuerto de Barcelona. El debate acabó convirtiéndose en una discusión sobre si se aprovechaban los 1.700 millones prometidos o no. Nadie, ni el propio Govern de Catalunya ni el Ayuntamiento de Barcelona, fue capaz de situar las coordenadas de juego. Sobrepasado y dividido, fue a remolque de la demagógica campaña de la lluvia de millones y puestos de trabajo que los vientos de poniente dejaban caer graciosamente sobre las pistas de El Prat de Llobregat.

La primera pregunta obligada es si El Prat, o Josep Tarradellas, será un aeropuerto intercontinental para el Gobierno español. ¿Sí o no? La respuesta a esta pregunta determina todo el debate.

«Se trata de dar pista a los muchos Oriol Bohigas que tenemos en este país y permanecen silenciados.”

En lugar de plantear la inversión o no sobre la competitividad del aeropuerto y los efectos sobre la ciudad, el debate giró sobre la articulación territorial de la ampliación. Un tema que no es secundario, por supuesto, pero que no responde a la gran pregunta.
Tampoco en ningún momento se plantearon las dificultades que tiene el aeropuerto para operar en mercancías, algo que resta capacidad de atracción logística y económica. Ni tampoco de cómo se articula todo el entramado territorial, social y económico que existe en el entorno del aeropuerto. Muy cerca de las pistas y la Ricarda se encuentra el parque agrario del Baix Llobregat, un espacio estratégico indispensable para garantizar alimentos de proximidad a Barcelona sin huella de carbono. Al menos me parece tan estratégico como el futuro de la reserva natural. Por no hablar del traspaso a la Generalitat de los aeropuertos situados en Catalunya.

La impericia de todo ello se ve perfectamente reflejada en el baño de números de 1.700 millones de euros de inversión. Nadie, pero nadie quiere decir nadie, se dedicó a desgranar estas cifras. Si respondían realmente a un cálculo real y esmerado. O qué cantidad real se invertiría en el aeropuerto. La experiencia nos dice que las empresas ganadoras de las potenciales obras serían las de siempre, es decir, con sus equipos de Madrid, donde se quedan las grandes partidas de valor añadido: proyecto constructivo, diseño de obra, impacto ambiental, certificación industrial… ¿Y aquí? Pues la simple y pura ejecución. Es decir, la obra a partir de subcontrato del subcontrato. Una parte de la inversión y poco calificada. En toda la intensidad del debate, y de munición se gastó mucha, en ningún momento por parte de los partidarios de la ampliación se realizan los números reales. Y seguramente, el impacto real en inversión en Barcelona y Catalunya y en puestos de trabajo era pura fantasía contable. Datos nunca contrastados.

El debate sobre el turismo tiene una orientación similar. Calidad y cantidad. ¿Es posible una ciudad con menos turistas pero de mayor poder adquisitivo? Sí, sería lo lógico. Pero, paradójicamente, quien debería abonar esta tesis, es decir, los partidarios del decrecimiento turístico, huyen porque es una propuesta elitista. El «no a todo» y el «sí a todo» vuelven a aparecer con total virulencia en tal debate. Y, como el turismo, podremos encontrar debates que se instalan en este limbo mediático tan estridente como improductivo, como por ejemplo los supuestos efectos gentrificadores de los profesionales extranjeros que instalan sus empresas tecnológicas en Barcelona, u otro debate populista y poco cimentado contra la sanidad privada. Barcelona atrae talento y el capital privado debe estar. Incluso llegamos a un punto tan grande de indigencia intelectual que temas primordiales como la reforma de la Rambla de Barcelona, más allá del debate sobre el diseño urbanístico, están ausentes de debate por falta de conocimiento y de especialistas.

La discusión sobre la candidatura de Barcelona a unos Juegos Olímpicos de invierno se hace sin ninguna propuesta seria sobre la mesa por un lado y otro, y aparecen plataformas y opiniones contrarias sin saber qué implica realmente la consecución de los Juegos. Un debate en el que la opinión de una alpinista de prestigio que ni siquiera ha participado nunca en unos juegos de invierno tiene tribuna, y los especialistas en ordenación y planificación territorial son ignorados.

El problema es que Barcelona y el país tienen materia gris suficiente para ordenar y llevar a cabo estos debates con inteligencia y propuestas sólidas tanto por un lado como por otro, pero paradójicamente no afloran. Quedan tapadas en una calima densa de lugares comunes y tópicos que sólo responden a principios ideológicos o defienden intereses particulares. La obligación de nuestros gobernantes, y también de la que a menudo se autodenomina «sociedad civil», es poner las vías por las que puedan circular las alternativas mejor fundamentadas, sin miedo ni apriorismos. Es una necesidad imperiosa, porque la falta de debates fundamentados y conducidos por especialistas conlleva un alto desgaste para las instituciones y la esperanza de la ciudadanía.

Cuando, este pasado mes de noviembre, nos dejó Oriol Bohigas, muchos tuvimos la sensación de que se había cerrado una época. Porque Bohigas, como muchos de su generación, era capaz de construir un debate y formular propuestas para romper tendencias, innovar y obligarnos a abrir la mente. No era simple opinión. Detrás había visión y proyecto. Se trata de dar pista a los muchos Bohigas que tenemos en ese país y permanecen silenciados.

Por Joan Puigcercós

Debatir sobre el futuro de Barcelona, o sobre su teórica decadencia, se ha convertido en un acto banal, insustancial. Mayoritariamente, en todas las tesis acaba apareciendo la eterna comparación con la capital del Estado y, evidentemente, ésta siempre será sesgada, porque una es capital de estado y la otra no. Las comparaciones que no responden al parámetro apocalíptico y defienden, con total legitimidad, que se están generando grandes oportunidades, un cambio de paradigma y que la idea de decadencia es un espejismo, tampoco van demasiado sobradas de argumentos. Con demasiada frecuencia se arrastran por el lodo del discurso anticapitalista más simplista. El ejemplo más fehaciente de la falta de rigor y nivel son las posiciones enfrentadas hasta niveles irracionales, como el ridículo maniqueísmo de los del «sí a todo» contra los del «no a todo».

Los grandes debates estratégicos suelen hacerse sin ningún rigor, ni de las propias administraciones, ni desde los púlpitos pretendidamente intelectuales y periodísticos. No se ha diseñado un terreno de juego apto para que, desde el conocimiento, urbanistas, especialistas en planificación territorial, ecólogos, sociólogos, estadísticos, economistas o ingenieros puedan realizar propuestas de modelos de cohesión social, competitividad económica y crecimiento económico. Sí, he dicho «crecimiento económico».

El debate es agrio, porque a menudo la mayoría de los que disponen de tribunas suficientemente calificadas exhiben armamento partidista para disparar contra una u otra parte de la Plaza Sant Jaume. Y, a veces, incluso contra ambas a la vez.

Como señala el Catedrático de la Universidad Carlos III, Ignacio Sánchez Cuenca, en su valiente y clarividente libro La desfachatez intelectual, quien decide sobre qué se habla, qué es importante y acaba marcando el pulso de los grandes debates, no son los especialistas en ámbitos concretos avalados por datos, análisis y cifras contrastadas, sino los que se basan en argumentos holísticos. Es decir, blindados en sí mismos, con razones que se sostienen sobre la simple opinión y poco más. La opinión siempre es respetable, pero al fin y al cabo es opinión. Y ya sabemos que, en los últimos años, opinión y conocimiento se han situado al mismo nivel.

Un ejemplo de cómo no se puede gestionar un debate estratégico es la ampliación del aeropuerto de Barcelona. El debate acabó convirtiéndose en una discusión sobre si se aprovechaban los 1.700 millones prometidos o no. Nadie, ni el propio Govern de Catalunya ni el Ayuntamiento de Barcelona, fue capaz de situar las coordenadas de juego. Sobrepasado y dividido, fue a remolque de la demagógica campaña de la lluvia de millones y puestos de trabajo que los vientos de poniente dejaban caer graciosamente sobre las pistas de El Prat de Llobregat.

La primera pregunta obligada es si El Prat, o Josep Tarradellas, será un aeropuerto intercontinental para el Gobierno español. ¿Sí o no? La respuesta a esta pregunta determina todo el debate.

«Se trata de dar pista a los muchos Oriol Bohigas que tenemos en este país y permanecen silenciados.”

 

 

 

En lugar de plantear la inversión o no sobre la competitividad del aeropuerto y los efectos sobre la ciudad, el debate giró sobre la articulación territorial de la ampliación. Un tema que no es secundario, por supuesto, pero que no responde a la gran pregunta.
Tampoco en ningún momento se plantearon las dificultades que tiene el aeropuerto para operar en mercancías, algo que resta capacidad de atracción logística y económica. Ni tampoco de cómo se articula todo el entramado territorial, social y económico que existe en el entorno del aeropuerto. Muy cerca de las pistas y la Ricarda se encuentra el parque agrario del Baix Llobregat, un espacio estratégico indispensable para garantizar alimentos de proximidad a Barcelona sin huella de carbono. Al menos me parece tan estratégico como el futuro de la reserva natural. Por no hablar del traspaso a la Generalitat de los aeropuertos situados en Catalunya.

La impericia de todo ello se ve perfectamente reflejada en el baño de números de 1.700 millones de euros de inversión. Nadie, pero nadie quiere decir nadie, se dedicó a desgranar estas cifras. Si respondían realmente a un cálculo real y esmerado. O qué cantidad real se invertiría en el aeropuerto. La experiencia nos dice que las empresas ganadoras de las potenciales obras serían las de siempre, es decir, con sus equipos de Madrid, donde se quedan las grandes partidas de valor añadido: proyecto constructivo, diseño de obra, impacto ambiental, certificación industrial… ¿Y aquí? Pues la simple y pura ejecución. Es decir, la obra a partir de subcontrato del subcontrato. Una parte de la inversión y poco calificada. En toda la intensidad del debate, y de munición se gastó mucha, en ningún momento por parte de los partidarios de la ampliación se realizan los números reales. Y seguramente, el impacto real en inversión en Barcelona y Catalunya y en puestos de trabajo era pura fantasía contable. Datos nunca contrastados.

El debate sobre el turismo tiene una orientación similar. Calidad y cantidad. ¿Es posible una ciudad con menos turistas pero de mayor poder adquisitivo? Sí, sería lo lógico. Pero, paradójicamente, quien debería abonar esta tesis, es decir, los partidarios del decrecimiento turístico, huyen porque es una propuesta elitista. El «no a todo» y el «sí a todo» vuelven a aparecer con total virulencia en tal debate. Y, como el turismo, podremos encontrar debates que se instalan en este limbo mediático tan estridente como improductivo, como por ejemplo los supuestos efectos gentrificadores de los profesionales extranjeros que instalan sus empresas tecnológicas en Barcelona, u otro debate populista y poco cimentado contra la sanidad privada. Barcelona atrae talento y el capital privado debe estar. Incluso llegamos a un punto tan grande de indigencia intelectual que temas primordiales como la reforma de la Rambla de Barcelona, más allá del debate sobre el diseño urbanístico, están ausentes de debate por falta de conocimiento y de especialistas.

La discusión sobre la candidatura de Barcelona a unos Juegos Olímpicos de invierno se hace sin ninguna propuesta seria sobre la mesa por un lado y otro, y aparecen plataformas y opiniones contrarias sin saber qué implica realmente la consecución de los Juegos. Un debate en el que la opinión de una alpinista de prestigio que ni siquiera ha participado nunca en unos juegos de invierno tiene tribuna, y los especialistas en ordenación y planificación territorial son ignorados.

El problema es que Barcelona y el país tienen materia gris suficiente para ordenar y llevar a cabo estos debates con inteligencia y propuestas sólidas tanto por un lado como por otro, pero paradójicamente no afloran. Quedan tapadas en una calima densa de lugares comunes y tópicos que sólo responden a principios ideológicos o defienden intereses particulares. La obligación de nuestros gobernantes, y también de la que a menudo se autodenomina «sociedad civil», es poner las vías por las que puedan circular las alternativas mejor fundamentadas, sin miedo ni apriorismos. Es una necesidad imperiosa, porque la falta de debates fundamentados y conducidos por especialistas conlleva un alto desgaste para las instituciones y la esperanza de la ciudadanía.

Cuando, este pasado mes de noviembre, nos dejó Oriol Bohigas, muchos tuvimos la sensación de que se había cerrado una época. Porque Bohigas, como muchos de su generación, era capaz de construir un debate y formular propuestas para romper tendencias, innovar y obligarnos a abrir la mente. No era simple opinión. Detrás había visión y proyecto. Se trata de dar pista a los muchos Bohigas que tenemos en ese país y permanecen silenciados.

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