EL PAPEL DE LA EMPRESA CULTURAL EN EL DESARROLLO DE BARCELONA EN LA METRÓPOLI

Isabel Vidal sitúa la cultura en el corazón de la nueva metrópoli en este texto que es el resumen de la ponencia que hizo en noviembre en Foment del Treball

Por Isabel Vidal

Tradicionalmente, el concepto de metrópoli se ha construido a partir de dar respuesta a problemas tan significativos como la movilidad o la necesidad de compartir servicios comunes. Y los elementos indispensables para hacerlo han sido el urbanismo y el sistema de comunicaciones y transportes. Todos estos factores son necesarios para generar la posibilidad de desplazamiento de los ciudadanos o la sostenibilidad en la gestión de servicios comunes. Combinados pueden desembocar por sí solos en un éxito estructural a veces más formal que de identidad metropolitana de los ciudadanos.

Recortar distancias y repetir viajes cada día sin duda ayuda a la sensación particular y colectiva de que los destinos están muy cerca, pero, por sí solos, la corta distancia y los servicios utilizados recurrentemente no generan el salto conceptual en el ciudadano de sentirse parte de otra ciudad que no es la suya.

Si tenemos en cuenta, como nos dice Rafael Planas en su ponencia «Conciencia de metrópolis», publicada en RethinkBCN, que la conciencia en los ciudadanos de pertenecer a una entidad superior no puede ocurrir a partir de un proceso de repetición de usos y trayectos; que un ciudadano incorpora este concepto a base de muchos años,  incluso, de generaciones; y si tenemos en cuenta que el objetivo del desplazamiento es multifactorial y puntual (por usar un servicio, por el deporte, por vecindad, por motivos familiares…), una vez dispongamos de los canales infraestructurales para aminorar distancias, ¿cuál sería el factor significativo que podría reducir el tiempo de integración del concepto metrópoli en el ciudadano?

Es obvio lo que diré como directora de una empresa teatral: el canal cultural. O sea, un sistema de equipamientos en red donde corra, en palabras de Antonio Monegal, el agua o el aire cultural que nos hacen sentir parte de una misma comunidad.

Para alcanzar más rápidamente este sentimiento de pertenencia a una entidad geográficamente superior, siempre ha sido necesaria no sólo la concentración cada vez mayor de economía y administración, sino también de la cultura. No hay ninguna definición del concepto de metrópoli, ni histórica ni actual, que no incluya la cultura como elemento consustancial. Cuando un ciudadano justifica sus desplazamientos por el territorio por motivos culturales, hay un plus de activación del sentimiento de pertenencia a una comunidad de ámbito geográfico superior. Este plus se puede incluir a partir de poner de relieve sus bondades o también se puede perjudicar en contra del sentimiento metropolitano. Sobretodo si se identifica metrópoli con la pérdida de la propia identidad o de la independencia en la gestión. Lo cual no es cierto. Buena prueba lo son las fiestas mayores de barrios como Gràcia o Sants, o Santa Coloma, o Sant Feliu, o el actual Mercè en los barrios, que están en fases diferentes de integración del sentimiento de pertenencia pero que tienen en la cultura (esta vez de base popular) un elemento cohesionador sin renunciar a su identidad.

Este plus que aporta la cultura también podemos atribuirlo al deporte, aunque no me corresponde a mí extenderme en consideraciones al respecto de esta actividad que tanto ha hecho por la cohesión ciudadana. Creo que merece una mención especial hecha por expertos para enriquecer el debate metropolitano.

Tanto la cultura como el deporte se convierten en pools de atracción de ciudadanos para disfrutar, en un mismo instante y lugar, de una actividad que no tiene en cuenta la procedencia de sus usuarios. Una y otra incentivan de forma inconsciente el sentimiento de metrópoli en el ciudadano.

No es ninguna idea original. Ínclitos ponentes lo han explicado mucho antes que yo. Los respetados Miquel Molina y Llucià Homs adelantaban a RethinkBCN el papel fundamental de la cultura para forjar esta conciencia colectiva en su ponencia «El reto de forjar una nueva conciencia cultural en el marco metropolitano». Con una ingeniosa metáfora entre los movimientos cardíacos de sístole y diástole en relación al acelerador cultural de dentro hacia fuera y de fuera hacia dentro de Barcelona, ya argumentaban a favor de la cultura como la «x» de la ecuación metropolitana. A partir de sus reflexiones y de las mías propias como directora general de Focus, una empresa cultural arraigada en Barcelona y que desarrolla su actividad en el ámbito de las artes escénicas en un sistema complejo, que requiere  densidad y canalizaciones, añadiría varias cuestiones:

¿Tiene Barcelona capacidad de desbordamiento cultural (sístole)? O sea, ¿es la cultura de Barcelona suficientemente potente para que el hecho cultural haga de palanca del movimiento metropolitano? Yo entiendo que sí.

¿Puede hacerlo sola sin el correspondiente movimiento de diástole de las ciudades vecinas? Yo entiendo que no.

Vamos paso a paso:

¿Tiene Barcelona capacidad de desbordamiento cultural? ¿Sí?

Entonces, porque entre los expertos y especialmente entre el propio sector cultural, hay la demanda constante de «recuperar» el pulso cultural o el «liderazgo cultural perdido» o la cuestión que plantea en Miquel Molina por segunda vez en su libro «Proyecto Barcelona, ideas para impedir la decadencia?”. ¿Una ciudad decadente culturalmente puede desbordar?

¿Somos los agentes culturales los que tenemos una «fata morgana» permanente de una falta de preeminencia cultural de Barcelona en comparación con etapas anteriores? Y sin embargo, la actividad cultural en Barcelona es muy superior a la de otras ciudades culturales de España, de Europa y del mundo.

¿Cuál sería entonces el elemento que detona esta paradoja entre cómo nos ve el mundo y cómo nos sentimos los empresarios culturales?

En mi opinión la respuesta está en la expectativa sobre el potencial desaprovechado.

Barcelona es una ciudad culturalmente potente, a pesar del debate recurrente sobre su pérdida de liderazgo cultural. Somos ciudad literaria, musical, audiovisual, museística y teatral, pero no siempre sabemos  explicarnos como ciudad líder más allá del reconocido buen uso que hacemos del patrimonio radicado en nuestras calles.

Y creo que todos estamos convencidos de que podríamos hacerlo.

Por ejemplo, el liderazgo de Barcelona en el sector editorial es indiscutible, y en el sector teatral también. El primero es un liderazgo a nivel internacional y el otro a nivel estatal. Pero en ambos casos, la expectativa de salto que en la posición actual, con más apoyo, recursos y políticas adecuadas, podríamos hacer, también es palpable.

Con este afán de mejora: ¿quién debe construir los canales culturales? ¿Y los contenidos? ¿Y quién debe gestionarlos? ¿Esta acción es exclusivamente pública? ¿O sería mejor aprovechar las voluntades privadas de retorno social de la actividad para impulsar una recuperación de esta sensación de liderazgo cultural?

O sea, ¿cuál es el papel de las empresas y de los empresarios culturales para revertir esta inoperante instalación en la queja sobre la decadencia cultural de Barcelona?

Entiendo que las empresas culturales que podemos llamar estratégicas (aquellas que por procedimientos democráticos lideramos sectores o tenemos una influencia mayor por nuestra cuota de mercado) tenemos una responsabilidad.

Y la administración entiendo que tiene una obligación.

Vuelvo a las sensaciones. La de decadencia. La de pérdida de oportunidades. ¿Podría ser que el empresariado cultural responsable tenga esa sensación de pérdida o decadencia porque no se nos conulta ni nos sentimos acompañados por la administración? Si la respuesta fuera exclusivamente binaria, diría que sí porque así lo siento.  Pero, como todo en la vida, tiene matices. Hay en estos momentos importantes proyectos culturales que son la palanca de un movimiento metropolitano: por ejemplo, en las tres chimeneas de Sant Adrià encontramos un paradigma de la colaboración público-privada en el diseño de un espacio estratégico por el concepto metrópoli en torno al hecho audiovisual.

Por lo tanto, con esta contundente respuesta no estoy hablando de que cuando tratas con los responsables públicos no te atiendan y no te escuchen. Estoy hablando de tomar conciencia de que nuestras inversiones y acciones deberían poder articularse en algún estamento estable público-privado, cuando sean de trascendencia estratégica para la ciudad. Y alcanzar la misma relevancia que cuando el impulso inversor viene de la propia administración.

Eso ya se ha hecho antes. Por lo tanto, no sería tan difícil volver a la etapa en que Barcelona se construía en leal colaboración entre lo público y lo privado.  Hoy la empresa cultural privada está en disposición de sumar en la planificación del desbordamiento cultural de Barcelona.

La empresa cultural de Barcelona nace y se desarrolla en un terreno sembrado para su potencial viabilidad y en un entorno de concurrencia competitiva gracias, entre otros, a la densidad de potenciales consumidores culturales; la configuración absorbente de medios e infraestructuras de la capital de Catalunya;  la historia cultural y de mecenazgo que durante años ha contribuido a incrementar la importancia cultural de la ciudad y a la sucesión de políticas culturales públicas protectoras e impulsoras de esta actividad.

Desde este prisma, las empresas culturales por el hecho de desarrollarse en torno al producto cultural (lo digo con toda la intención) ya ofrecen una actividad de servicio público a la sociedad. Y no habría que exigir nada más al empresario que abre una librería, o al que condiciona un espacio como sala de conciertos, de cine o de teatro, o a quien abre una galería para exponer obra plástica.

Pero hay algunas empresas que, después de unos años de crecimiento, alcanzan un nivel de solidez y de volumen que les permite decidir, voluntariamente y por esa responsabilidad que comentaba, que deben interceder en el sector para procurar la mejora legítima de sus condiciones de crecimiento pero también la mejora del crecimiento y viabilidad del resto de empresas culturales. Y que consideran que para desarrollar una actividad sólida de carácter cultural es necesario arbitrar un sistema organizado y coordinado con la administración y con el sector público, donde por ejemplo, se puedan desarrollar convenios sectoriales o normativas de respeto de la competencia o medidas para incrementar el consumo cultural. Es decir, trabajan para poner las condiciones para que ese aire cultural imperceptible que circula por el canal, se visibilice ante la administración, poniendo el acento en lo que funciona bien para que se convierta en motor, y rectificando aquello que no funciona.

Y así estas empresas adquieren una doble responsabilidad: la inherente a su condición de empresas culturales, y la correspondiente a su papel preponderante en el sector, para sacarlo adelante.

En este sentido, cada sector de actividad tiene un par o tres de empresas de esta significación que trabajan el día a día como el resto, pero que están tratando de poner las bases de los próximos años.

Y en esta mirada estratégica es donde estas empresas vemos que estamos perdiendo muchas oportunidades que impulsarían Barcelona a este primer lugar cultural para los propios ciudadanos de toda la metrópoli. Estas empresas estamos tomando conciencia de la oportunidad.

En palabras de Fèlix Riera utilizadas en uno de sus artículos en La Vanguardia, la metáfora de la girafa y el unicornio, los empresarios no podemos quedarnos en la queja constante de lo que debería ser Barcelona y mirar al lado buscando responsables. Tenemos que cuidar a nuestro animal real y magnífico que es la girafa: nuestra cultura la hacemos nosotros, y si queremos trascender tendremos que hacer esfuerzos para hacerlo sin ningún tipo de complejo, ni por ser empresas ni por ser privados. Realidades como este espacio de reflexión de Fomento del Trabajo, o como Barcelona Global, o como el Cercle de Cultura, entre muchas otras, ya hace tiempo que reflexionan sobre el concepto metropolitano con el objetivo de ser influyentes en las políticas que afectan a la definición del modelo de ciudad que queremos.

Más que hablar de decadencia hablaría de asueto a la hora de recuperar el puesto que cada agente debe ocupar. Las empresas nuestro espacio emprendedor, inversor, de liderazgo, y las instituciones que buscan en conceptos como la descentralización, la descongestión, o el acceso a la cultura confundido a menudo con la gratuidad de la cultura, deben coliderar con los sectores culturales generando oportunidades y aportando apoyo material y anímico a partir de un concepto de urbanismo moderno que incluya la cultura (equipamientos y contenidos) en sus líneas estratégicas básicas.  Sólo hay que ver cómo inversiones culturales han regenerado barrios, cómo acciones artísticas han unido personas diversas y cómo el uso cultural del espacio público es una buena acción para explicarse como ciudadanos: se han hecho muy buenas propuestas públicas como la inclusión de la Barcelona Obertura de Barcelona Global en el cartel de programación de entidades cívicas en Nou Barris, de la mano del Xavier Marcè, o la Bienal del Pensamiento. Pero también se han hecho innumerables acciones privadas en forma de festivales, apertura de espacios, internacionalización, inversión cultural en zonas poco densas, etc.

Barcelona es potente en cultura porque ha incubado desde hace muchos años un equilibrio entre la administración pública y el empresariado privado (recordamos la importancia del mecenazgo de artistas y de la primordial producción cultural privada).

 

El sector privado, sin embargo, ha cambiado. El mecenazgo cultural lo hacen las empresas, no sólo los particulares. Y este sector está especialmente preocupado en generar un sistema estable de relaciones, normativas, y circuitos, que le permita el crecimiento de sus integrantes y la activación de oportunidades y potencialidades, así como la búsqueda de nuevos mercados como agente tractor de influencia, trabajo, responsabilidad social y económica.

La administración también ha cambiado en su relación con el privado. Ha pasado de colaborador a productor, pero lo ha hecho estigmatizando en algunos casos principios básicos y legítimos como los márgenes y los beneficios, tan importantes para el mantenimiento de las estructuras y nada incompatibles con los objetivos culturales que se marcan las empresas.

Hoy, este equilibrio entre los dos agentes culturales requiere una revisión, y de ahí la constante demanda del sector privado para ser más protagonistas en la construcción de políticas culturales ante una administración que no puede absorber toda la construcción de las canalizaciones culturales que requiere una urbe con las potencialidades de Barcelona.

El empresariado privado hace tiempo que demuestra que tiene capacidad de desbordar si la administración le pone facilidades y se siente acompañado en los éxitos y en los fracasos, porque tenemos que asumir que habrá pruebas que no darán el resultado esperado a corto plazo pero que servirán de base a nuevas oportunidades de actuar.

Barcelona está llena de estas empresas culturales, de creadores, de equipamientos públicos y privados, y con la administración, obviamente tiene capacidad de superar márgenes preestablecidos.

Y vamos a la segunda pregunta: ¿tienen las ciudades vecinas la capacidad y la voluntad:

Primero: ¿de asumir los efectos de este desbordamiento cultural?

Segundo: ¿de superar sus fronteras municipales?

¿Y el empresariado cultural invertiría en estos entornos donde hay baja densidad de público cultural potencial?

Pongamos dos ejemplos simétricos territorialmente respecto a Barcelona pero asimétricos en términos de desarrollo del tejido cultural:

L’Hospitalet de Llobregat y Sant Adrià de Besòs.

Históricamente han sido liderados por partidos obreros y en cambio su mapa de equipamientos y actividades culturales es muy diferente:

  1. en L’Hospitalet, con su plan central de Distrito Cultural, acogen la actividad de empresas de Barcelona o de fuera tan pronto como surge una oportunidad.
  2. Y, en cambio, Sant Adrià no cuenta con suficientes equipamientos culturales.

El gran trabajo cultural realizado en L’Hospitalet durante más años permite que el Teatre Joventut pueda ayudar urbanísticamente a dar el salto de conciencia metropolitana. Pero no es posible pedir a Sant Adrià un esfuerzo cultural tan grande sin haber puesto antes las bases de integración en un circuito cultural de mayor densidad. Entre la Beckett y el centro de Sant Adrià sólo está el SAT (en Sant Andreu).  La posibilidad de construir un equipamiento escénico podría ser visto como la creación de un nuevo eje cultural que se pueda conectar al circuito escénico existente y ganaría todo el mundo: los ciudadanos de Barcelona, los de Sant Adrià y los de cualquier otro lugar.

Construir una conciencia colectiva no puede venir de manera unilateral según los intereses exclusivos de Barcelona. Antes habría que planificar conjuntamente la creación de un tejido de base que generase en los ciudadanos el sentido de comunidad cultural. Más allá de las bibliotecas de Sant Adrià, hacen falta teatros, salas de conciertos, librerías y museos.  Y mucho diálogo entre administraciones, pero también con las empresas.

El empresariado cultural de Barcelona miraría entonces estos municipios si hubiera inversión pública en equipamientos.

Paso a paso.

Donde no hay tejido ni densidad cultural es donde interviene obligatoriamente la administración pública. Debe generar  vías culturales donde circulan los contenidos de producción pública o privada, a los que les es imposible invertir inicialmente. Ejemplos como el de las tres chimeneas son importantísimos y muestran el modelo y el camino, que no es exclusivamente responsabilidad de la administración local, sino también de la autonómica y de la estatal.

Añadiría en el tema de la administración que convendría una revisión en profundidad en sus  modelos de gobernanza. Delegar en algunos casos su responsabilidad adquirida en las urnas en organismos en principio independientes de la misma jerarquía administrativa no debería provocar la ceguera a las posibilidades que brindan las empresas sólo por el hecho de ser empresas y privadas. En ocasiones parece como si los gestores de las subvenciones o de las licencias fueran los que ahora mandan sobre la planificación cultural en sustitución de la responsabilidad de la administración  política. Lo definiría como la violencia de la burocracia sobre los brotes verdes culturales.

Y al empresariado cultural con posibilidades que no tiene ninguna obligación pero entiendo que sí que tiene una responsabilidad, nos toca seguir ejerciendo de auriga que estimula los caballos y buscar siempre complicidades para el retorno social de nuestra actividad. No nos podemos perder la voluntad de influencia cultural de empresas estratégicas como Planeta, Random House, Focus, Sónar, Cruïlla, Primavera Sound, Media Pro, Fundación La Caixa, ni la de espacios de reflexión y debate profundo como el Rethink, todos radicados en Barcelona, con una clara voluntad de incrementar la vitalidad cultural de la ciudad, por sus ciudadanos y por la imagen que Barcelona debe proyectar al mundo.

Una ciudad donde existan bajos culturales (librerías, salas de conciertos, museos, galerías, teatros, cines, bibliotecas, escuelas de artes, etc) en todos los barrios será una ciudad cohesionada y más cívica. Donde no hay equipamientos culturales, hay problemas, aislamiento y marginación. Por eso, cuando hablamos de descentralización en términos culturales nos estamos refiriendo a crear nuevos centros o pools culturales. No se puede ahogar ni aislar culturalmente a nadie. Aquí, obligatoriamente, interviene la administración. Pero, desde mi punto vista, no sólo para descentralizar la actividad, sino para oxigenar la vida en comunidad. No se le puede exigir a una empresa privada que se instale donde no tenga posibilidades de ser viable. Pero sí que se le debe exigir a la administración que apoye cualquier iniciativa privada que permita este efecto.

Ahí es donde la cultura ofrece una clara posibilidad de crear metrópoli: a partir del desbordamiento de entidades y equipamientos que se ubican en el centro de Barcelona, pero también de cualquier ciudad como Sant Adrià u otras. Como una piedra que cae en un lago, los equipamientos y las empresas se van situando en los márgenes. Y un día, estos márgenes ya son centro. Y un día, los centros se unen. Esta es la obligación de la administración: acercar la cultura a los ciudadanos, y apoyar sin excusa alguna cualquier acción cultural privada que lo permita.

Una oportunidad como el Festival Grec Metropolità se convertiría en un relato aceptado por el sector, lo activaría más allá de Barcelona ciudad y situaría ésta como referente cultural a nivel internacional.

Por lo tanto, más giras, más aire cultural para todos, más responsabilidad empresarial y que toda la administración, a través de sus responsables de cultura pero también de sus máximos dirigentes, se sienta con los sectores para construir en los próximos años cogiendo la cultura como el elemento cohesionador estrella de este sector. Una sociedad sólo será más cívica e inclusiva de la diversidad cuando más culta se convierta. Responsabilidad empresarial, acompañamiento público y liderazgo público-privado, serán factores clave para una Barcelona metrópoli del siglo XXI.

Viví en Gràcia. Mi abuela me hablaba de «bajar a Barcelona para ir al Romea». Yo, a mi hija, todavía le hablo del Zorrilla de Badalona o del Joventut de L’Hospitalet. Ojalá un día ella le hable a mis nietos del Romea, el Zorrilla o el Joventut sin explicar de qué ciudad o barrio son. Sin perder su personalidad, formarán parte de una metrópoli del siglo XXI. Culta, equilibrada en derechos culturales, diversa y sostenible. Barcelona.

Por Isabel Vidal,

Tradicionalmente, el concepto de metrópoli se ha construido a partir de dar respuesta a problemas tan significativos como la movilidad o la necesidad de compartir servicios comunes. Y los elementos indispensables para hacerlo han sido el urbanismo y el sistema de comunicaciones y transportes. Todos estos factores son necesarios para generar la posibilidad de desplazamiento de los ciudadanos o la sostenibilidad en la gestión de servicios comunes. Combinados pueden desembocar por sí solos en un éxito estructural a veces más formal que de identidad metropolitana de los ciudadanos.

Recortar distancias y repetir viajes cada día sin duda ayuda a la sensación particular y colectiva de que los destinos están muy cerca, pero, por sí solos, la corta distancia y los servicios utilizados recurrentemente no generan el salto conceptual en el ciudadano de sentirse parte de otra ciudad que no es la suya.

Si tenemos en cuenta, como nos dice Rafael Planas en su ponencia «Conciencia de metrópolis», publicada en RethinkBCN, que la conciencia en los ciudadanos de pertenecer a una entidad superior no puede ocurrir a partir de un proceso de repetición de usos y trayectos; que un ciudadano incorpora este concepto a base de muchos años,  incluso, de generaciones; y si tenemos en cuenta que el objetivo del desplazamiento es multifactorial y puntual (por usar un servicio, por el deporte, por vecindad, por motivos familiares…), una vez dispongamos de los canales infraestructurales para aminorar distancias, ¿cuál sería el factor significativo que podría reducir el tiempo de integración del concepto metrópoli en el ciudadano?

Es obvio lo que diré como directora de una empresa teatral: el canal cultural. O sea, un sistema de equipamientos en red donde corra, en palabras de Antonio Monegal, el agua o el aire cultural que nos hacen sentir parte de una misma comunidad.

Para alcanzar más rápidamente este sentimiento de pertenencia a una entidad geográficamente superior, siempre ha sido necesaria no sólo la concentración cada vez mayor de economía y administración, sino también de la cultura. No hay ninguna definición del concepto de metrópoli, ni histórica ni actual, que no incluya la cultura como elemento consustancial. Cuando un ciudadano justifica sus desplazamientos por el territorio por motivos culturales, hay un plus de activación del sentimiento de pertenencia a una comunidad de ámbito geográfico superior. Este plus se puede incluir a partir de poner de relieve sus bondades o también se puede perjudicar en contra del sentimiento metropolitano. Sobretodo si se identifica metrópoli con la pérdida de la propia identidad o de la independencia en la gestión. Lo cual no es cierto. Buena prueba lo son las fiestas mayores de barrios como Gràcia o Sants, o Santa Coloma, o Sant Feliu, o el actual Mercè en los barrios, que están en fases diferentes de integración del sentimiento de pertenencia pero que tienen en la cultura (esta vez de base popular) un elemento cohesionador sin renunciar a su identidad.

Este plus que aporta la cultura también podemos atribuirlo al deporte, aunque no me corresponde a mí extenderme en consideraciones al respecto de esta actividad que tanto ha hecho por la cohesión ciudadana. Creo que merece una mención especial hecha por expertos para enriquecer el debate metropolitano.

Tanto la cultura como el deporte se convierten en pools de atracción de ciudadanos para disfrutar, en un mismo instante y lugar, de una actividad que no tiene en cuenta la procedencia de sus usuarios. Una y otra incentivan de forma inconsciente el sentimiento de metrópoli en el ciudadano.

No es ninguna idea original. Ínclitos ponentes lo han explicado mucho antes que yo. Los respetados Miquel Molina y Llucià Homs adelantaban a RethinkBCN el papel fundamental de la cultura para forjar esta conciencia colectiva en su ponencia «El reto de forjar una nueva conciencia cultural en el marco metropolitano». Con una ingeniosa metáfora entre los movimientos cardíacos de sístole y diástole en relación al acelerador cultural de dentro hacia fuera y de fuera hacia dentro de Barcelona, ya argumentaban a favor de la cultura como la «x» de la ecuación metropolitana. A partir de sus reflexiones y de las mías propias como directora general de Focus, una empresa cultural arraigada en Barcelona y que desarrolla su actividad en el ámbito de las artes escénicas en un sistema complejo, que requiere  densidad y canalizaciones, añadiría varias cuestiones:

¿Tiene Barcelona capacidad de desbordamiento cultural (sístole)? O sea, ¿es la cultura de Barcelona suficientemente potente para que el hecho cultural haga de palanca del movimiento metropolitano? Yo entiendo que sí.

¿Puede hacerlo sola sin el correspondiente movimiento de diástole de las ciudades vecinas? Yo entiendo que no.

Vamos paso a paso:

¿Tiene Barcelona capacidad de desbordamiento cultural? ¿Sí?

Entonces, porque entre los expertos y especialmente entre el propio sector cultural, hay la demanda constante de «recuperar» el pulso cultural o el «liderazgo cultural perdido» o la cuestión que plantea en Miquel Molina por segunda vez en su libro «Proyecto Barcelona, ideas para impedir la decadencia?”. ¿Una ciudad decadente culturalmente puede desbordar?

¿Somos los agentes culturales los que tenemos una «fata morgana» permanente de una falta de preeminencia cultural de Barcelona en comparación con etapas anteriores? Y sin embargo, la actividad cultural en Barcelona es muy superior a la de otras ciudades culturales de España, de Europa y del mundo.

¿Cuál sería entonces el elemento que detona esta paradoja entre cómo nos ve el mundo y cómo nos sentimos los empresarios culturales?

En mi opinión la respuesta está en la expectativa sobre el potencial desaprovechado.

Barcelona es una ciudad culturalmente potente, a pesar del debate recurrente sobre su pérdida de liderazgo cultural. Somos ciudad literaria, musical, audiovisual, museística y teatral, pero no siempre sabemos  explicarnos como ciudad líder más allá del reconocido buen uso que hacemos del patrimonio radicado en nuestras calles.

Y creo que todos estamos convencidos de que podríamos hacerlo.

Por ejemplo, el liderazgo de Barcelona en el sector editorial es indiscutible, y en el sector teatral también. El primero es un liderazgo a nivel internacional y el otro a nivel estatal. Pero en ambos casos, la expectativa de salto que en la posición actual, con más apoyo, recursos y políticas adecuadas, podríamos hacer, también es palpable.

Con este afán de mejora: ¿quién debe construir los canales culturales? ¿Y los contenidos? ¿Y quién debe gestionarlos? ¿Esta acción es exclusivamente pública? ¿O sería mejor aprovechar las voluntades privadas de retorno social de la actividad para impulsar una recuperación de esta sensación de liderazgo cultural?

O sea, ¿cuál es el papel de las empresas y de los empresarios culturales para revertir esta inoperante instalación en la queja sobre la decadencia cultural de Barcelona?

Entiendo que las empresas culturales que podemos llamar estratégicas (aquellas que por procedimientos democráticos lideramos sectores o tenemos una influencia mayor por nuestra cuota de mercado) tenemos una responsabilidad.

Y la administración entiendo que tiene una obligación.

Vuelvo a las sensaciones. La de decadencia. La de pérdida de oportunidades. ¿Podría ser que el empresariado cultural responsable tenga esa sensación de pérdida o decadencia porque no se nos conulta ni nos sentimos acompañados por la administración? Si la respuesta fuera exclusivamente binaria, diría que sí porque así lo siento.  Pero, como todo en la vida, tiene matices. Hay en estos momentos importantes proyectos culturales que son la palanca de un movimiento metropolitano: por ejemplo, en las tres chimeneas de Sant Adrià encontramos un paradigma de la colaboración público-privada en el diseño de un espacio estratégico por el concepto metrópoli en torno al hecho audiovisual.

Por lo tanto, con esta contundente respuesta no estoy hablando de que cuando tratas con los responsables públicos no te atiendan y no te escuchen. Estoy hablando de tomar conciencia de que nuestras inversiones y acciones deberían poder articularse en algún estamento estable público-privado, cuando sean de trascendencia estratégica para la ciudad. Y alcanzar la misma relevancia que cuando el impulso inversor viene de la propia administración.

Eso ya se ha hecho antes. Por lo tanto, no sería tan difícil volver a la etapa en que Barcelona se construía en leal colaboración entre lo público y lo privado.  Hoy la empresa cultural privada está en disposición de sumar en la planificación del desbordamiento cultural de Barcelona.

La empresa cultural de Barcelona nace y se desarrolla en un terreno sembrado para su potencial viabilidad y en un entorno de concurrencia competitiva gracias, entre otros, a la densidad de potenciales consumidores culturales; la configuración absorbente de medios e infraestructuras de la capital de Catalunya;  la historia cultural y de mecenazgo que durante años ha contribuido a incrementar la importancia cultural de la ciudad y a la sucesión de políticas culturales públicas protectoras e impulsoras de esta actividad.

Desde este prisma, las empresas culturales por el hecho de desarrollarse en torno al producto cultural (lo digo con toda la intención) ya ofrecen una actividad de servicio público a la sociedad. Y no habría que exigir nada más al empresario que abre una librería, o al que condiciona un espacio como sala de conciertos, de cine o de teatro, o a quien abre una galería para exponer obra plástica.

Pero hay algunas empresas que, después de unos años de crecimiento, alcanzan un nivel de solidez y de volumen que les permite decidir, voluntariamente y por esa responsabilidad que comentaba, que deben interceder en el sector para procurar la mejora legítima de sus condiciones de crecimiento pero también la mejora del crecimiento y viabilidad del resto de empresas culturales. Y que consideran que para desarrollar una actividad sólida de carácter cultural es necesario arbitrar un sistema organizado y coordinado con la administración y con el sector público, donde por ejemplo, se puedan desarrollar convenios sectoriales o normativas de respeto de la competencia o medidas para incrementar el consumo cultural. Es decir, trabajan para poner las condiciones para que ese aire cultural imperceptible que circula por el canal, se visibilice ante la administración, poniendo el acento en lo que funciona bien para que se convierta en motor, y rectificando aquello que no funciona.

Y así estas empresas adquieren una doble responsabilidad: la inherente a su condición de empresas culturales, y la correspondiente a su papel preponderante en el sector, para sacarlo adelante.

En este sentido, cada sector de actividad tiene un par o tres de empresas de esta significación que trabajan el día a día como el resto, pero que están tratando de poner las bases de los próximos años.

Y en esta mirada estratégica es donde estas empresas vemos que estamos perdiendo muchas oportunidades que impulsarían Barcelona a este primer lugar cultural para los propios ciudadanos de toda la metrópoli. Estas empresas estamos tomando conciencia de la oportunidad.

En palabras de Fèlix Riera utilizadas en uno de sus artículos en La Vanguardia, la metáfora de la girafa y el unicornio, los empresarios no podemos quedarnos en la queja constante de lo que debería ser Barcelona y mirar al lado buscando responsables. Tenemos que cuidar a nuestro animal real y magnífico que es la girafa: nuestra cultura la hacemos nosotros, y si queremos trascender tendremos que hacer esfuerzos para hacerlo sin ningún tipo de complejo, ni por ser empresas ni por ser privados. Realidades como este espacio de reflexión de Fomento del Trabajo, o como Barcelona Global, o como el Cercle de Cultura, entre muchas otras, ya hace tiempo que reflexionan sobre el concepto metropolitano con el objetivo de ser influyentes en las políticas que afectan a la definición del modelo de ciudad que queremos.

Más que hablar de decadencia hablaría de asueto a la hora de recuperar el puesto que cada agente debe ocupar. Las empresas nuestro espacio emprendedor, inversor, de liderazgo, y las instituciones que buscan en conceptos como la descentralización, la descongestión, o el acceso a la cultura confundido a menudo con la gratuidad de la cultura, deben coliderar con los sectores culturales generando oportunidades y aportando apoyo material y anímico a partir de un concepto de urbanismo moderno que incluya la cultura (equipamientos y contenidos) en sus líneas estratégicas básicas.  Sólo hay que ver cómo inversiones culturales han regenerado barrios, cómo acciones artísticas han unido personas diversas y cómo el uso cultural del espacio público es una buena acción para explicarse como ciudadanos: se han hecho muy buenas propuestas públicas como la inclusión de la Barcelona Obertura de Barcelona Global en el cartel de programación de entidades cívicas en Nou Barris, de la mano del Xavier Marcè, o la Bienal del Pensamiento. Pero también se han hecho innumerables acciones privadas en forma de festivales, apertura de espacios, internacionalización, inversión cultural en zonas poco densas, etc.

Barcelona es potente en cultura porque ha incubado desde hace muchos años un equilibrio entre la administración pública y el empresariado privado (recordamos la importancia del mecenazgo de artistas y de la primordial producción cultural privada).

 

El sector privado, sin embargo, ha cambiado. El mecenazgo cultural lo hacen las empresas, no sólo los particulares. Y este sector está especialmente preocupado en generar un sistema estable de relaciones, normativas, y circuitos, que le permita el crecimiento de sus integrantes y la activación de oportunidades y potencialidades, así como la búsqueda de nuevos mercados como agente tractor de influencia, trabajo, responsabilidad social y económica.

La administración también ha cambiado en su relación con el privado. Ha pasado de colaborador a productor, pero lo ha hecho estigmatizando en algunos casos principios básicos y legítimos como los márgenes y los beneficios, tan importantes para el mantenimiento de las estructuras y nada incompatibles con los objetivos culturales que se marcan las empresas.

Hoy, este equilibrio entre los dos agentes culturales requiere una revisión, y de ahí la constante demanda del sector privado para ser más protagonistas en la construcción de políticas culturales ante una administración que no puede absorber toda la construcción de las canalizaciones culturales que requiere una urbe con las potencialidades de Barcelona.

El empresariado privado hace tiempo que demuestra que tiene capacidad de desbordar si la administración le pone facilidades y se siente acompañado en los éxitos y en los fracasos, porque tenemos que asumir que habrá pruebas que no darán el resultado esperado a corto plazo pero que servirán de base a nuevas oportunidades de actuar.

Barcelona está llena de estas empresas culturales, de creadores, de equipamientos públicos y privados, y con la administración, obviamente tiene capacidad de superar márgenes preestablecidos.

Y vamos a la segunda pregunta: ¿tienen las ciudades vecinas la capacidad y la voluntad:

Primero: ¿de asumir los efectos de este desbordamiento cultural?

Segundo: ¿de superar sus fronteras municipales?

¿Y el empresariado cultural invertiría en estos entornos donde hay baja densidad de público cultural potencial?

Pongamos dos ejemplos simétricos territorialmente respecto a Barcelona pero asimétricos en términos de desarrollo del tejido cultural:

L’Hospitalet de Llobregat y Sant Adrià de Besòs.

Históricamente han sido liderados por partidos obreros y en cambio su mapa de equipamientos y actividades culturales es muy diferente:

  1. en L’Hospitalet, con su plan central de Distrito Cultural, acogen la actividad de empresas de Barcelona o de fuera tan pronto como surge una oportunidad.
  2. Y, en cambio, Sant Adrià no cuenta con suficientes equipamientos culturales.

El gran trabajo cultural realizado en L’Hospitalet durante más años permite que el Teatre Joventut pueda ayudar urbanísticamente a dar el salto de conciencia metropolitana. Pero no es posible pedir a Sant Adrià un esfuerzo cultural tan grande sin haber puesto antes las bases de integración en un circuito cultural de mayor densidad. Entre la Beckett y el centro de Sant Adrià sólo está el SAT (en Sant Andreu).  La posibilidad de construir un equipamiento escénico podría ser visto como la creación de un nuevo eje cultural que se pueda conectar al circuito escénico existente y ganaría todo el mundo: los ciudadanos de Barcelona, los de Sant Adrià y los de cualquier otro lugar.

Construir una conciencia colectiva no puede venir de manera unilateral según los intereses exclusivos de Barcelona. Antes habría que planificar conjuntamente la creación de un tejido de base que generase en los ciudadanos el sentido de comunidad cultural. Más allá de las bibliotecas de Sant Adrià, hacen falta teatros, salas de conciertos, librerías y museos.  Y mucho diálogo entre administraciones, pero también con las empresas.

El empresariado cultural de Barcelona miraría entonces estos municipios si hubiera inversión pública en equipamientos.

Paso a paso.

Donde no hay tejido ni densidad cultural es donde interviene obligatoriamente la administración pública. Debe generar  vías culturales donde circulan los contenidos de producción pública o privada, a los que les es imposible invertir inicialmente. Ejemplos como el de las tres chimeneas son importantísimos y muestran el modelo y el camino, que no es exclusivamente responsabilidad de la administración local, sino también de la autonómica y de la estatal.

Añadiría en el tema de la administración que convendría una revisión en profundidad en sus  modelos de gobernanza. Delegar en algunos casos su responsabilidad adquirida en las urnas en organismos en principio independientes de la misma jerarquía administrativa no debería provocar la ceguera a las posibilidades que brindan las empresas sólo por el hecho de ser empresas y privadas. En ocasiones parece como si los gestores de las subvenciones o de las licencias fueran los que ahora mandan sobre la planificación cultural en sustitución de la responsabilidad de la administración  política. Lo definiría como la violencia de la burocracia sobre los brotes verdes culturales.

Y al empresariado cultural con posibilidades que no tiene ninguna obligación pero entiendo que sí que tiene una responsabilidad, nos toca seguir ejerciendo de auriga que estimula los caballos y buscar siempre complicidades para el retorno social de nuestra actividad. No nos podemos perder la voluntad de influencia cultural de empresas estratégicas como Planeta, Random House, Focus, Sónar, Cruïlla, Primavera Sound, Media Pro, Fundación La Caixa, ni la de espacios de reflexión y debate profundo como el Rethink, todos radicados en Barcelona, con una clara voluntad de incrementar la vitalidad cultural de la ciudad, por sus ciudadanos y por la imagen que Barcelona debe proyectar al mundo.

Una ciudad donde existan bajos culturales (librerías, salas de conciertos, museos, galerías, teatros, cines, bibliotecas, escuelas de artes, etc) en todos los barrios será una ciudad cohesionada y más cívica. Donde no hay equipamientos culturales, hay problemas, aislamiento y marginación. Por eso, cuando hablamos de descentralización en términos culturales nos estamos refiriendo a crear nuevos centros o pools culturales. No se puede ahogar ni aislar culturalmente a nadie. Aquí, obligatoriamente, interviene la administración. Pero, desde mi punto vista, no sólo para descentralizar la actividad, sino para oxigenar la vida en comunidad. No se le puede exigir a una empresa privada que se instale donde no tenga posibilidades de ser viable. Pero sí que se le debe exigir a la administración que apoye cualquier iniciativa privada que permita este efecto.

Ahí es donde la cultura ofrece una clara posibilidad de crear metrópoli: a partir del desbordamiento de entidades y equipamientos que se ubican en el centro de Barcelona, pero también de cualquier ciudad como Sant Adrià u otras. Como una piedra que cae en un lago, los equipamientos y las empresas se van situando en los márgenes. Y un día, estos márgenes ya son centro. Y un día, los centros se unen. Esta es la obligación de la administración: acercar la cultura a los ciudadanos, y apoyar sin excusa alguna cualquier acción cultural privada que lo permita.

Una oportunidad como el Festival Grec Metropolità se convertiría en un relato aceptado por el sector, lo activaría más allá de Barcelona ciudad y situaría ésta como referente cultural a nivel internacional.

Por lo tanto, más giras, más aire cultural para todos, más responsabilidad empresarial y que toda la administración, a través de sus responsables de cultura pero también de sus máximos dirigentes, se sienta con los sectores para construir en los próximos años cogiendo la cultura como el elemento cohesionador estrella de este sector. Una sociedad sólo será más cívica e inclusiva de la diversidad cuando más culta se convierta. Responsabilidad empresarial, acompañamiento público y liderazgo público-privado, serán factores clave para una Barcelona metrópoli del siglo XXI.

Viví en Gràcia. Mi abuela me hablaba de «bajar a Barcelona para ir al Romea». Yo, a mi hija, todavía le hablo del Zorrilla de Badalona o del Joventut de L’Hospitalet. Ojalá un día ella le hable a mis nietos del Romea, el Zorrilla o el Joventut sin explicar de qué ciudad o barrio son. Sin perder su personalidad, formarán parte de una metrópoli del siglo XXI. Culta, equilibrada en derechos culturales, diversa y sostenible. Barcelona.

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