LA PLANIFICACIÓN URBANÍSTICA EN LA GRAN METRÓPOLI DE BARCELONA

El director general del Institut Cerdà, Carlos Cabrera, opina que las actuaciones pensadas en Barcelona deben buscar el beneficio más allá de su propia trama urbana, de la misma forma que en el ámbito metropolitano se han de buscar soluciones difíciles de implementar en una ciudad donde las decisiones que se adoptan están cada vez más condicionadas por el espacio vital disponible.

Por Carlos Cabrera, Director General del Institut Cerdà

Cuando se habla de reflexionar y estudiar la planificación urbanística en la gran metrópoli de Barcelona, a todos los que trabajamos y hemos trabajado en este campo nos viene a la memoria un nombre, Albert Serratosa, una persona que nos enseñó a entender y reflexionar sobre el territorio y el hecho urbano.
Podría destacar muchas de sus aportaciones, y me perdonarán aquellos que iban a sus clases o que tuvieron el privilegio y la oportunidad de discutir con él sobre el futuro de las ciudades, las infraestructuras o el urbanismo, porque seguro que podrán añadir muchas más, de las ideas que, a propósito de este artículo, me gustaría reseñar:
El objetivo de poner en valor la aportación del primer gran urbanista, Ildefons Cerdà.
La necesidad de que el urbanista entienda el territorio y la sociedad, no que el territorio se adapte a “su” idea.
El urbanismo debe reflexionar y entender el territorio en su conjunto, no como una suma de soluciones inconexas para responder a retos o problemas particulares.
Por último, su concepción de que las ciudades van mucho más allá de las respectivas fronteras administrativas, siendo necesario contemplarlas desde un punto de vista de metrópoli, no en vano, junto con un equipo de ingenieros de caminos, canales y puertos, arquitectos, sociólogos, demógrafos, etc. fue artífice del Plan Metropolitano de Barcelona del año 1976.
Respecto al primer punto, quiero destacar tres retos de la sociedad del siglo XIX que Ildefons Cerdà pretendía abordar en su Teoría General de la Urbanización (TGU):
La mejora de las condiciones sanitarias en las ciudades y de las condiciones mínimas de habitabilidad de la vivienda para la convivencia digna de las familias y las personas: “Así como la familia es el origen elemental de la sociedad; de la mismísima manera el hogar y el albergue de esa familia es el punto de partida y origen de toda urbe” (TGU).
La nueva movilidad, “locomoción”, como motor radical de transformación de las tramas urbanas: “tal vez no se encontraría un solo hombre urbano que no quisiese ver la locomotora funcionando por el interior de las urbes, por todas las calles, por enfrente de su casa, para tenerla constantemente á su disposición” (TGU).
La sociabilidad en las ciudades y la igualdad social, dónde entendía la urbanización como vía para que las personas… “puedan vivir cómodamente y puedan prestarse recíprocos servicios, contribuyendo así al común bienestar” (TGU).
Sin lugar a dudas, casi 175 años después de la aprobación del Plan del Ensanche de Barcelona, estos retos siguen siendo válidos, lo cual demuestra, no que no se hayan buscado soluciones o alternativas, sino que la Teoría General de la Urbanización desarrollada por Ildefonso Cerdà sigue siendo válida para entender y transformar permanentemente nuestras ciudades.
De esta forma, la salud y el bienestar de las personas y su vinculación a la necesidad de disponer de una vivienda digna y asequible son hoy por hoy uno de los grandes debates y asignaturas pendientes de nuestras Administraciones Públicas, tanto desde el punto de vista de disponibilidad (número), de tenencia (propiedad y alquiler), como de accesibilidad (precio).
Igualmente, la transición energética y su incidencia en la gestión de la movilidad son grandes catalizadores de la transformación de los usos del suelo y de las vías urbanas e interurbanas, especialmente, por el cambio radical de la demanda y las necesidades de movilidad de personas, bienes y servicios, desde la mejora de nuestra red de transporte público a la logística vinculada a la última milla.
Y en línea con el tercer reto que quería resaltar de la Teoría General de la Urbanización de Ildefons Cerdà, el urbanismo debe hacer frente a los problemas derivados de una creciente desigualdad social debido a la necesidad de integrar e incorporar al bienestar común a colectivos diversos con expectativas y requerimientos muy diferentes, ya sea el de jóvenes, el de inmigrantes de segunda y tercera generación o personas fuera del mercado laboral debido a procesos de reconversión de la economía.
Ante estos retos el urbanista debe revisar constantemente si su concepción del territorio está respondiendo al bien común por encima de sus propias ideas. Aunque pueda parecer obvio o sencillo, no lo es porque el día a día nos obliga a tomar decisiones, siendo por ello imprescindible tener una planificación a medio y largo plazo que evite desviarnos y confundir entre soluciones puntuales para resolver problemas puntuales y el objetivo superior a perseguir en beneficio del conjunto de la sociedad y el territorio.
La pandemia ha sido un magnífico ejemplo, se han tomado decisiones necesarias ante un hecho poco previsible, tanto desde el ámbito público como privado, para poder mantener los servicios básicos activos, entre otros, sanidad, transporte, agua, energía, telecomunicaciones o alimentación.
Pero es necesario diferenciar entre estas acciones que responden a un problema inmediato y que precisan de una solución, en cierta manera “puntual o singular” de aquellas que responden a un objetivo superior a medio y largo plazo. En este sentido, no estoy de acuerdo con el denominado “urbanismo táctico” porque va en contra de la esencia misma del urbanismo que es reflexionar y proponer soluciones transformadoras y progresistas a los retos del territorio y la sociedad.
En efecto, los tres retos que mencionaba anteriormente, el proceso de transición energética y de una economía carbonizada a una economía descarbonizada (similar a la introducción de la  electricidad o la máquina de vapor en el siglo XIX), la gestión de la movilidad a raíz del crecimiento  de la demanda y del comercio electrónico (igual al impacto que la introducción del ferrocarril tuvo en el siglo XIX a las puertas de la posterior aparición del automóvil) y las necesidades de vivienda digna y asequible para una sociedad con importantes desigualdades sociales (un reto tan complejo como la mejora de las condiciones sanitarias y de salubridad en el siglo XIX), no pueden abordarse ni desde la unilateralidad ni desde una óptica que contemple tan solo algunas  variables, como mínimo deben contemplarse aquellas que puedan ser más relevantes, en cada caso. Para ello, la colaboración entre todos los agentes, sean públicos y privados, es y va a ser imprescindible, una colaboración que se basa en la participación y comprensión de las distintas ópticas y necesidades, porque solo desde esta colaboración podrán afrontarse los grandes retos que tiene, ante si, nuestra sociedad.
Es aquí donde el urbanismo debe dejar a un lado las concepciones o ideas previas personales para incorporar las mejores soluciones (en plural) que el bienestar común, la sociedad y el territorio necesitan y que dejarán su huella en la impronta de una ciudad, como lo hizo el Plan de Ensanche en 1859.

«El urbanista debe revisar constantemente si su concepción del territorio está respondiendo al bien común por encima de sus propias ideas”

Cabe destacar que el gran éxito del Plan del Ensanche de Barcelona de Ildefons Cerdà radica, no en las soluciones que aplicó a los retos que quería abordar, sino en su capacidad de adaptación a las futuras transformaciones que iba a experimentar la ciudad de Barcelona en los siglos XX y XXI.
Probablemente Ildefons Cerdà vio la importancia de contemplar a la ciudad en su conjunto puesto que estaba limitada por las antiguas murallas medievales, pero más aún por su obsesión “que á todos en todo y para todo oponen obstáculos que contrarían á cada paso y embarazan la acción del individuo, cualquiera que sea la clase á que pertenezca, cualquiera que sea la posición social que ocupe” (TGU), por ello entendía que el urbanismo no podía abordarse desde una suma soluciones parciales sino desde la globalidad de todo un territorio.
Solo desde esta óptica puede verse y entenderse a la Barcelona actual, con un Ensanche donde conviven el uso residencial con grandes equipamientos culturales y turísticos, donde la movilidad de personas, bienes y servicios es su bien más preciado, con un distrito 22@ que ha transformado sus usos industriales y de almacenaje para incorporar las nuevas actividades económicas vinculadas a las tecnologías de la información y comunicación o el conjunto Puerto – Zona Franca en permanente transformación y adaptación a nuevas industrias y necesidades logísticas. O, simplemente, solo desde esta óptica puede entenderse el éxito del proceso de renovación y modernización de la ciudad a partir de los juegos olímpicos de 1992.
Finalmente, debe contemplarse la escala a la cual puede trabajar el urbanismo que ha sido, por otro lado, siempre motivo de polémica o de confrontación política, pues si bien la fragmentación administrativa facilita el acercamiento al ciudadano, dificulta la toma de decisiones que afecta a distintas administraciones.
Cabe preguntarnos, pues ¿a qué escala debe trabajar el urbanismo, para resolver los retos de la sociedad y el territorio? ¿qué es más importante la escala territorial o el reto a afrontar? Es ahí donde, una vez más, el planificador ha de dejar de lado la voluntad de actuar bajo sus propios intereses o ideas preconcebidas para asumir un bien superior en beneficio de la colectividad que no entiende de fronteras administrativas.
En este sentido, encontramos actuaciones urbanísticas que solo pueden llevarse a cabo si se contemplan desde una escala mucho más amplia. En este primer grupo, podríamos citar a nivel de ejemplo: el barrio 22@ que no hubiese sido posible sin la oportunidad de reubicar las actividades logísticas a la zona del Vallès (CIM Vallès), el proyecto de organización del espacio de “La Modelo” donde ha sido necesario reubicar el equipamiento penitenciario o la gestión del trasporte público que ya nadie entiende dentro de unos límites municipales. Por otro lado, encontramos actuaciones urbanísticas que, aprovechando su atractivo o incidencia a escala amplia, han ayudado a llevar a cabo grandes transformaciones urbanas, por ejemplo, la Universidad Pompeu Fabra en Ciutat Vella, la Fira de Barcelona en L’Hospitalet o el puerto y el aeropuerto de Barcelona que, como infraestructuras ampliamente consolidadas, han condicionado el desarrollo urbanístico de su entorno inmediato. De esta forma, encontramos una simbiosis entre barrio, ciudad y metrópoli, siendo un error pensar que los retos y oportunidades de unos no son los retos y oportunidades del conjunto, pues los retos sin solución devienen problemas y las oportunidades sin proyecto lastran la capacidad de transformación del territorio y la sociedad.
La Barcelona administrativa, dentro de su necesaria y atractiva heterogeneidad y diversidad, con sus grandes equipamientos culturales, turísticos y logísticos, y su Ensanche como inspiración de muchas otras grandes ciudades, es demasiado pequeña. Hemos de pensar en una Barcelona metrópoli que incorpore sin complejos toda su área de influencia. Hemos de ser conscientes que las actuaciones que hagamos en Barcelona deben buscar el beneficio mucho más allá de su propia trama urbana, de la misma forma que en el ámbito metropolitano debemos buscar soluciones difíciles de implementar en una ciudad, donde, a pesar de la versatilidad de su Ensanche, las decisiones que se adoptan están cada vez más condicionadas por el espacio vital disponible.
Solo desde este planteamiento podremos hacer frente a los grandes retos y oportunidades que tenemos por delante en cuanto a transición energética, el transporte público de pasajeros, el déficit de vivienda social y asequible, la emergencia de nuevos perfiles profesionales y sus correspondientes necesidades formativas asociadas, los nuevos usos industriales derivados de los procesos de digitalización, especialmente, con el impulso de la tecnología 3D, la optimización de la distribución urbana de mercancías o la reutilización de recursos y la economía circular.

Por Carlos Cabrera, Director General del Institut Cerdà

Cuando se habla de reflexionar y estudiar la planificación urbanística en la gran metrópoli de Barcelona, a todos los que trabajamos y hemos trabajado en este campo nos viene a la memoria un nombre, Albert Serratosa, una persona que nos enseño a entender y reflexionar sobre el territorio y el hecho urbano.
Podría destacar muchas de sus aportaciones, y me perdonarán aquellos que iban a sus clases o que tuvieron el privilegio y la oportunidad de discutir con él sobre el futuro de las ciudades, las infraestructuras o el urbanismo, porque seguro que podrán añadir muchas más, de las ideas que, a propósito de este artículo, me gustaría reseñar:
El objetivo de poner en valor la aportación del primer gran urbanista, Ildefons Cerdà.
La necesidad de que el urbanista entienda el territorio y la sociedad, no que el territorio se adapte a “su” idea.
El urbanismo debe reflexionar y entender el territorio en su conjunto, no como una suma de soluciones inconexas para responder a retos o problemas particulares.
Por último, su concepción de que las ciudades van mucho más allá de las respectivas fronteras administrativas, siendo necesario contemplarlas desde un punto de vista de metrópoli, no en vano, junto con un equipo de ingenieros de caminos, canales y puertos, arquitectos, sociólogos, demógrafos, etc. fue artífice del Plan Metropolitano de Barcelona del año 1976.
Respecto al primer punto, quiero destacar tres retos de la sociedad del siglo XIX que Ildefons Cerdà pretendía abordar en su Teoría General de la Urbanización (TGU):
La mejora de las condiciones sanitarias en las ciudades y de las condiciones mínimas de habitabilidad de la vivienda para la convivencia digna de las familias y las personas: “Así como la familia es el origen elemental de la sociedad; de la mismísima manera el hogar y el albergue de esa familia es el punto de partida y origen de toda urbe” (TGU).
La nueva movilidad, “locomoción”, como motor radical de transformación de las tramas urbanas: “tal vez no se encontraría un solo hombre urbano que no quisiese ver la locomotora funcionando por el interior de las urbes, por todas las calles, por enfrente de su casa, para tenerla constantemente á su disposición” (TGU).
La sociabilidad en las ciudades y la igualdad social, dónde entendía la urbanización como vía para que las personas… “puedan vivir cómodamente y puedan prestarse recíprocos servicios, contribuyendo así al común bienestar” (TGU).
Sin lugar a dudas, casi 175 años después de la aprobación del Plan del Ensanche de Barcelona, estos retos siguen siendo válidos, lo cual demuestra, no que no se hayan buscado soluciones o alternativas, sino que la Teoría General de la Urbanización desarrollada por Ildefonso Cerdà sigue siendo válida para entender y transformar permanentemente nuestras ciudades.
De esta forma, la salud y el bienestar de las personas y su vinculación a la necesidad de disponer de una vivienda digna y asequible son hoy por hoy uno de los grandes debates y asignaturas pendientes de nuestras Administraciones Públicas, tanto desde el punto de vista de disponibilidad (número), de tenencia (propiedad y alquiler), como de accesibilidad (precio).
Igualmente, la transición energética y su incidencia en la gestión de la movilidad son grandes catalizadores de la transformación de los usos del suelo y de las vías urbanas e interurbanas, especialmente, por el cambio radical de la demanda y las necesidades de movilidad de personas, bienes y servicios, desde la mejora de nuestra red de transporte público a la logística vinculada a la última milla.
Y en línea con el tercer reto que quería resaltar de la Teoría General de la Urbanización de Ildefons Cerdà, el urbanismo debe hacer frente a los problemas derivados de una creciente desigualdad social debido a la necesidad de integrar e incorporar al bienestar común a colectivos diversos con expectativas y requerimientos muy diferentes, ya sea el de jóvenes, el de inmigrantes de segunda y tercera generación o personas fuera del mercado laboral debido a procesos de reconversión de la economía.
Ante estos retos el urbanista debe revisar constantemente si su concepción del territorio está respondiendo al bien común por encima de sus propias ideas. Aunque pueda parecer obvio o sencillo, no lo es porque el día a día nos obliga a tomar decisiones, siendo por ello imprescindible tener una planificación a medio y largo plazo que evite desviarnos y confundir entre soluciones puntuales para resolver problemas puntuales y el objetivo superior a perseguir en beneficio del conjunto de la sociedad y el territorio.
La pandemia ha sido un magnífico ejemplo, se han tomado decisiones necesarias ante un hecho poco previsible, tanto desde el ámbito público como privado, para poder mantener los servicios básicos activos, entre otros, sanidad, transporte, agua, energía, telecomunicaciones o alimentación.
Pero es necesario diferenciar entre estas acciones que responden a un problema inmediato y que precisan de una solución, en cierta manera “puntual o singular” de aquellas que responden a un objetivo superior a medio y largo plazo. En este sentido, no estoy de acuerdo con el denominado “urbanismo táctico” porque va en contra de la esencia misma del urbanismo que es reflexionar y proponer soluciones transformadoras y progresistas a los retos del territorio y la sociedad.
En efecto, los tres retos que mencionaba anteriormente, el proceso de transición energética y de una economía carbonizada a una economía descarbonizada (similar a la introducción de la  electricidad o la máquina de vapor en el siglo XIX), la gestión de la movilidad a raíz del crecimiento  de la demanda y del comercio electrónico (igual al impacto que la introducción del ferrocarril tuvo en el siglo XIX a las puertas de la posterior aparición del automóvil) y las necesidades de vivienda digna y asequible para una sociedad con importantes desigualdades sociales (un reto tan complejo como la mejora de las condiciones sanitarias y de salubridad en el siglo XIX), no pueden abordarse ni desde la unilateralidad ni desde una óptica que contemple tan solo algunas  variables, como mínimo deben contemplarse aquellas que puedan ser más relevantes, en cada caso. Para ello, la colaboración entre todos los agentes, sean públicos y privados, es y va a ser imprescindible, una colaboración que se basa en la participación y comprensión de las distintas ópticas y necesidades, porque solo desde esta colaboración podrán afrontarse los grandes retos que tiene, ante si, nuestra sociedad.
Es aquí donde el urbanismo debe dejar a un lado las concepciones o ideas previas personales para incorporar las mejores soluciones (en plural) que el bienestar común, la sociedad y el territorio necesitan y que dejarán su huella en la impronta de una ciudad, como lo hizo el Plan de Ensanche en 1859.

«El urbanista debe revisar constantemente si su concepción del territorio está respondiendo al bien común por encima de sus propias ideas»

 

 

 

Cabe destacar que el gran éxito del Plan del Ensanche de Barcelona de Ildefons Cerdà radica, no en las soluciones que aplicó a los retos que quería abordar, sino en su capacidad de adaptación a las futuras transformaciones que iba a experimentar la ciudad de Barcelona en los siglos XX y XXI.
Probablemente Ildefons Cerdà vio la importancia de contemplar a la ciudad en su conjunto puesto que estaba limitada por las antiguas murallas medievales, pero más aún por su obsesión “que á todos en todo y para todo oponen obstáculos que contrarían á cada paso y embarazan la acción del individuo, cualquiera que sea la clase á que pertenezca, cualquiera que sea la posición social que ocupe” (TGU), por ello entendía que el urbanismo no podía abordarse desde una suma soluciones parciales sino desde la globalidad de todo un territorio.
Solo desde esta óptica puede verse y entenderse a la Barcelona actual, con un Ensanche donde conviven el uso residencial con grandes equipamientos culturales y turísticos, donde la movilidad de personas, bienes y servicios es su bien más preciado, con un distrito 22@ que ha transformado sus usos industriales y de almacenaje para incorporar las nuevas actividades económicas vinculadas a las tecnologías de la información y comunicación o el conjunto Puerto – Zona Franca en permanente transformación y adaptación a nuevas industrias y necesidades logísticas. O, simplemente, solo desde esta óptica puede entenderse el éxito del proceso de renovación y modernización de la ciudad a partir de los juegos olímpicos de 1992.
Finalmente, debe contemplarse la escala a la cual puede trabajar el urbanismo que ha sido, por otro lado, siempre motivo de polémica o de confrontación política, pues si bien la fragmentación administrativa facilita el acercamiento al ciudadano, dificulta la toma de decisiones que afecta a distintas administraciones.
Cabe preguntarnos, pues ¿a qué escala debe trabajar el urbanismo, para resolver los retos de la sociedad y el territorio? ¿qué es más importante la escala territorial o el reto a afrontar? Es ahí donde, una vez más, el planificador ha de dejar de lado la voluntad de actuar bajo sus propios intereses o ideas preconcebidas para asumir un bien superior en beneficio de la colectividad que no entiende de fronteras administrativas.
En este sentido, encontramos actuaciones urbanísticas que solo pueden llevarse a cabo si se contemplan desde una escala mucho más amplia. En este primer grupo, podríamos citar a nivel de ejemplo: el barrio 22@ que no hubiese sido posible sin la oportunidad de reubicar las actividades logísticas a la zona del Vallès (CIM Vallès), el proyecto de organización del espacio de “La Modelo” donde ha sido necesario reubicar el equipamiento penitenciario o la gestión del trasporte público que ya nadie entiende dentro de unos límites municipales. Por otro lado, encontramos actuaciones urbanísticas que, aprovechando su atractivo o incidencia a escala amplia, han ayudado a llevar a cabo grandes transformaciones urbanas, por ejemplo, la Universidad Pompeu Fabra en Ciutat Vella, la Fira de Barcelona en L’Hospitalet o el puerto y el aeropuerto de Barcelona que, como infraestructuras ampliamente consolidadas, han condicionado el desarrollo urbanístico de su entorno inmediato. De esta forma, encontramos una simbiosis entre barrio, ciudad y metrópoli, siendo un error pensar que los retos y oportunidades de unos no son los retos y oportunidades del conjunto, pues los retos sin solución devienen problemas y las oportunidades sin proyecto lastran la capacidad de transformación del territorio y la sociedad.
La Barcelona administrativa, dentro de su necesaria y atractiva heterogeneidad y diversidad, con sus grandes equipamientos culturales, turísticos y logísticos, y su Ensanche como inspiración de muchas otras grandes ciudades, es demasiado pequeña. Hemos de pensar en una Barcelona metrópoli que incorpore sin complejos toda su área de influencia. Hemos de ser conscientes que las actuaciones que hagamos en Barcelona deben buscar el beneficio mucho más allá de su propia trama urbana, de la misma forma que en el ámbito metropolitano debemos buscar soluciones difíciles de implementar en una ciudad, donde, a pesar de la versatilidad de su Ensanche, las decisiones que se adoptan están cada vez más condicionadas por el espacio vital disponible.
Solo desde este planteamiento podremos hacer frente a los grandes retos y oportunidades que tenemos por delante en cuanto a transición energética, el transporte público de pasajeros, el déficit de vivienda social y asequible, la emergencia de nuevos perfiles profesionales y sus correspondientes necesidades formativas asociadas, los nuevos usos industriales derivados de los procesos de digitalización, especialmente, con el impulso de la tecnología 3D, la optimización de la distribución urbana de mercancías o la reutilización de recursos y la economía circular.

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