EL RETO DE FORJAR UNA NUEVA CONCIENCIA CULTURAL EN EL MARCO METROPOLITANO
Por Llucià Homs y Miquel Molina.
1.- DEL MOVIMIENTO DE SÍSTOLE Y DIÁSTOLE
La Barcelona metropolitana que imaginamos necesita integrar en su seno una transferencia real de contenidos culturales. De dentro hacia fuera y de fuera para adentro, del centro hacia la periferia y de la periferia hacia el centro, con la voluntad de ganar dimensión al mismo tiempo que densidad. Un win-win que repercutirá en la creación de la “Grand Barcelona” cultural que imaginamos, una posibilidad que se ha planteado en el pensamiento de muchos, que pocos han intentado, y que, hasta el día de hoy, de facto, nadie se ha puesto a trabajar para hacerla realidad.
Un circuito en constante movimiento de contenidos culturales y agentes de todos los sectores que construyen, con el paso de los días, una red cultural en la que los equipamientos de país (MNAC, Macba, Liceo, TNC, Libre, Mercado de las Flores etc. etc.) articulan un frondoso ecosistema cultural metropolitano que da vida a un sotobosque de pequeños y medianos equipamientos culturales que se nutren y le devuelven capacidad de crecimiento, dimensión y robustez.
El hecho de ampliar a todo el espacio metropolitano este intercambio fluido y natural de conocimiento tendría también la virtud de integrar en el nuevo continuo cultural los equipamientos, festivales, manifestaciones o focos de creación que ahora se ubican en la periferia, en las comarcas de Girona, Lleida o Tarragona. Una de las consecuencias negativas del atraso barcelonés en la construcción de la metrópoli es que la ciudad no se ha podido ni siquiera plantear el debate sobre su lugar en el mundo de las post-metrópolis. Para decirlo de una manera muy gráfica: en un momento en el que Barcelona, de acuerdo con las tendencias globales, tendría que estar explorando su ámbito real de interactuacción e influencia no solo con las ciudades culturales del resto de Cataluña (Lleida, Figueres, Tarragona-Reus, Tortosa-Amposta…), sino también con otras comunidades del entorno y el sur de Francia, todavía no tiene resuelta su relación con Sant Cugat.
En definitiva, la consolidación del espacio cultural metropolitano crearía nuevas dinámicas de centralidad, como una mancha que se extiende por el territorio. Atendiendo criterios poblacionales, este movimiento centrífugo y centrípeto que imaginamos permite pasar de un universo de 1,6 millones de habitantes de productores y consumidores culturales a 2,5 millones si nos basamos en una primera delimitación territorial y administrativa como es el área metropolitana, o a 4,5 millones si ampliamos los horizontes y alcanzamos la llamada región metropolitana.
2.- DE LA LIGA EN LA QUE JUEGA BARCELONA
El concepto de centro o periferia viene referenciado siempre en relación a otras realidades. Barcelona a menudo ha creído que jugaba en una liga de primeras ciudades europeas en la cual, en realidad, nunca hay estado. En algunos momentos de los últimos decenios, ciertas chispas han podido hacernos creer que esto era así, pero no han sido más que espejismos puntuales, sobre todo en la medida que, si los contraponemos con la realidad cultural de otras ciudades globales, quedan como estrellas fugaces, impactantes, pero sin continuidad.
Barcelona, para muchos, está sobrevalorada en términos culturales, y sufre grandes dificultades para dotarse de una industria creativa con capital local capaz de canalizar el talento que se genera en las estructuras de base y en el dinámico sistema educativo de la ciudad. Por lo tanto, debería tomar conciencia de la liga en la que realmente juega, y hacerse fuerte en su dimensión, generando las complicidades internacionales necesarias para desarrollar el proceso de crecimiento que hemos comentado anteriormente. Dejar de lado esta concienciación solo genera frustración emocional y distrae del auténtico rumbo que se debe tomar.
“Nos hacen falta centros que estructuren, más allá de los barceloneses, nuevos referentes culturales. Como faros en el territorio que amplifiquen, de la mano de la capital, todo el talento y la potencia que son capaces de generar.” |
3.- DE LA DEPENDENCIA DE LA CAPITAL
Más allá de la capital, Barcelona, las ciudades de la Cataluña contemporánea articulan ecosistemas culturales propios que defienden como referentes de su idiosincrasia e historia, dotándolas de una personalidad que las hace diferentes de las otras ciudades del territorio. Es interesante ver cómo se relacionan con la capital del país y cómo establecen relaciones emocionales sobre el hecho cultural. No estamos hablando de la distancia que mantienen con Barcelona (si bien este es un factor que las condiciona), sino de si, en base al tejido preexistente, son capaces de proyectar su bagaje cultural hacia el territorio y hacia la capital.
Una primera muestra de dinámicas contrapuestas la encontraríamos en el ejemplo de Tarragona y Girona, y la relación que establecen culturalmente con Barcelona. En el caso de Tarragona, a parte de tener un pasado clásico imponente que ha perdurado con un patrimonio arqueológico de primer nivel, no ha sido capaz de articular una potente oferta cultural contemporánea que propicie que sus habitantes la fortalezcan. Ha dependido tradicionalmente de la oferta cultural barcelonesa y, gracias a unas buenas comunicaciones, los tarraconenses han ido a consumir cultura a la capital.
En un mismo sentido, los profesionales con talento han visto como necesariamente se veían abocados a irse a la capital para tratar de brillar en sus exitosas carreras. Equidistante en quilómetros, éste no es el caso de otra de las capitales, Girona, que ha sido capaz de desarrollar proyectos culturales propios con la fuerza suficiente como para marcar un perfil diferenciado respecto de la capital, al tiempo que ésto le permitía acoger los profesionales con más talento y hacer de sus proyectos uno de los referentes a nivel de país. No estamos hablando solo del festival Temporada Alta en relación a las artes escénicas (se ha convertido en el auténtico festival de teatro de Cataluña), sino de una actitud de convencimiento de que, más allá de la capital, hay lugar para una vida cultural propia y llena a base de alimentar el ecosistema cultural ‘de casa’.
Esta relación la podríamos establecer también con algunas capitales de comarca respecto a Barcelona. No es lo mismo Vic que Granollers, para poner dos ejemplos. El tejido histórico cultural preexistente de la capital de Osona se refleja no solo en un pasado eclesiástico (la catedral), sino también en unos estudios universitarios que dieron lugar a la Universidad de Vic, la universidad central de Cataluña, por no citar una buena retahíla de equipamientos que aspiran a ser relevantes y relacionarse de tú a tú con los de la capital.
4.- DE LA IMPORTANCIA DE GENERAR CENTRALIDAD
Un hecho vital lo encontramos en la necesidad de generar nodos de conexión entre espacios de actividad cultural metropolitanos. Necesitamos centros que estructuren, más allá de los barceloneses, nuevos referentes culturales. Como faros en el territorio que amplifiquen, en relación con la capital, todo el talento y la potencia que son capaces de generar. Pensamos en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges o en el Festival de Jazz de Terrassa. No solo Barcelona no los tiene que fagocitar, sino que se deben impulsar para que se conviertan en grandes festivales de país. En el caso de Sitges, debe ser el festival catalán de referencia, acompañado de todas las muestras especializadas (como el in-EDIT, el Docs o la REGUERA).
Hará falta una buena dosis de generosidad por parte de los responsables políticos del Gobierno catalán y del Ayuntamiento de Barcelona para que el hecho metropolitano se pueda expandir. Generar centros es estructurar nodos de conectividad e insuflar energía creativa a una capital que a menudo no ha sabido ver más allá de sus límites territoriales. Un proyecto como el de las fábricas de creación de Barcelona solo adquiere auténtica dimensión si es capaz no tan solo de conectarse internacionalmente, sino de hacerlo a nivel metropolitano. ¿Y ésto como se consigue? Dotando las fábricas de toda la región metropolitana de recursos, contenidos y contactos que las conviertan en palancas de crecimiento comunes.
5.- DE COMO HACER UN SALT DE ESCALA
¿Es que alguno de los miles de forasteros que asisten a los grandes festivales musicales de Barcelona, como el Sónar o el Primavera Sound, se pregunta acaso si los conciertos programados en la Feria 2 (Hospitalet) o en San Adrià del Besòs no tienen lugar en Barcelona? Los equipamientos culturales barcelonese s y, por extensión, buena parte de los proyectos culturales que desarrollan sus profesionales, han preferido hacerse fuertes en la capital antes de mirar más allá del perímetro municipal de la ciudad. Desde equipamientos como el Macba, que ha preferido ganar unos pocos miles de metros cuadrados en la propia plaza de Àngels gracias a un nuevo edificio, hasta diversos festivales de primer orden, no se ha acertado a ver la capacidad expansiva de su ámbito de incidencia más allá de Barcelona. Cuando, en realidad, esta conexión con el tejido metropolitano les permitiría desarrollar todas sus capacidades culturales incidiendo en un universo de usuarios que multiplicaría por tres el que tienen actualmente.
6.- DE UNA NUEVA GOBERNANZA LIBERADA DE PREJUICIOS
Sabemos suficientemente bien que buena parte de los problemas que encorsetan una auténtica y plena realidad metropolitana proceden de unos políticos que temen no poder controlarla. Tienen que ver también con unos problemas de gobernanza que la han castrado. Históricamente, la pugna a ambos lados de la Plaza San Jaime enfrentó dos políticos de mirada expansiva que no querían renunciar a dirigir su destino. La pugna durante años entre Jordi Pujol y Pasqual Maragall representó un límite para que el área metropolitana tuviera una gobernanza capaz de empujar las potencialidades, también culturales, que sus ciudadanos eran capaces de imaginar y llevar a cabo. Haría falta una refundación administrativa que, liberada de prejuicios y celos, dotara de un órgano político que ejerciera su gestión. El desmantelamiento de la Corporación Metropolitana de Barcelona en 1987 quizás supuso un retroceso en la construcción de la gran ciudad que quería equipararse con otras metrópolis globales, pero desde entonces ha transcurrido suficiente tiempo como para que la responsabilidad del fracaso del proyecto metropolitano quede repartida entre las diferentes formaciones políticas.
7. DEL SENTIDO DE PERTENENCIA.
El territorio metropolitano al cual hacemos referencia va más allá del puramente físico. Es también el mental. Es el sentimiento de pertenecer en una gran capital, Barcelona, que se siente metropolitana y lo quiere ser. Como los habitantes del Greater London que tienen la plena conciencia de ser londinenses, aunque residan y trabajen cerca de Surrey. Del mismo modo que resulta necesario un cambio de conciencia sobre el hecho de sentirse europeo. De hecho, lo somos. Pero es cuando nos trasladamos a los Estados Unidos, por ejemplo, que nos sentimos plenamente europeos, con toda su carga histórica, cultural, ideológica, política… más allá de pertenecer a uno u otro estado.
Es necesaria una convicción de sentirse barcelonés más allá del municipio de la región metropolitana desde la cual nos afirmamos culturalmente. Es necesario, en definitiva, un cambio de conciencia cultural sobre el hecho metropolitano. Y, a la espera de un improbable consenso para establecer esta gobernanza supramunicipal, es imprescindible más que nunca una audacia metropolitana. Es decir, imaginar y emprender proyectos desde los ayuntamientos y desde la sociedad civil que alimenten el circuito virtuoso de talento y que favorezcan este sentimiento de pertenencia.
Por Llucià Homs y Miquel Molina.
1.- DEL MOVIMIENTO DE SÍSTOLE Y DIÁSTOLE
La Barcelona metropolitana que imaginamos necesita integrar en su seno una transferencia real de contenidos culturales. De dentro hacia fuera y de fuera para adentro, del centro hacia la periferia y de la periferia hacia el centro, con la voluntad de ganar dimensión al mismo tiempo que densidad. Un win-win que repercutirá en la creación de la “Grand Barcelona” cultural que imaginamos, una posibilidad que se ha planteado en el pensamiento de muchos, que pocos han intentado, y que, hasta el día de hoy, de facto, nadie se ha puesto a trabajar para hacerla realidad.
Un circuito en constante movimiento de contenidos culturales y agentes de todos los sectores que construyen, con el paso de los días, una red cultural en la que los equipamientos de país (MNAC, Macba, Liceo, TNC, Libre, Mercado de las Flores etc. etc.) articulan un frondoso ecosistema cultural metropolitano que da vida a un sotobosque de pequeños y medianos equipamientos culturales que se nutren y le devuelven capacidad de crecimiento, dimensión y robustez.
El hecho de ampliar a todo el espacio metropolitano este intercambio fluido y natural de conocimiento tendría también la virtud de integrar en el nuevo continuo cultural los equipamientos, festivales, manifestaciones o focos de creación que ahora se ubican en la periferia, en las comarcas de Girona, Lleida o Tarragona. Una de las consecuencias negativas del atraso barcelonés en la construcción de la metrópoli es que la ciudad no se ha podido ni siquiera plantear el debate sobre su lugar en el mundo de las post-metrópolis. Para decirlo de una manera muy gráfica: en un momento en el que Barcelona, de acuerdo con las tendencias globales, tendría que estar explorando su ámbito real de interactuacción e influencia no solo con las ciudades culturales del resto de Cataluña (Lleida, Figueres, Tarragona-Reus, Tortosa-Amposta…), sino también con otras comunidades del entorno y el sur de Francia, todavía no tiene resuelta su relación con Sant Cugat.
En definitiva, la consolidación del espacio cultural metropolitano crearía nuevas dinámicas de centralidad, como una mancha que se extiende por el territorio. Atendiendo criterios poblacionales, este movimiento centrífugo y centrípeto que imaginamos permite pasar de un universo de 1,6 millones de habitantes de productores y consumidores culturales a 2,5 millones si nos basamos en una primera delimitación territorial y administrativa como es el área metropolitana, o a 4,5 millones si ampliamos los horizontes y alcanzamos la llamada región metropolitana.
2.- DE LA LIGA EN LA QUE JUEGA BARCELONA
El concepto de centro o periferia viene referenciado siempre en relación a otras realidades. Barcelona a menudo ha creído que jugaba en una liga de primeras ciudades europeas en la cual, en realidad, nunca hay estado. En algunos momentos de los últimos decenios, ciertas chispas han podido hacernos creer que esto era así, pero no han sido más que espejismos puntuales, sobre todo en la medida que, si los contraponemos con la realidad cultural de otras ciudades globales, quedan como estrellas fugaces, impactantes, pero sin continuidad.
Barcelona, para muchos, está sobrevalorada en términos culturales, y sufre grandes dificultades para dotarse de una industria creativa con capital local capaz de canalizar el talento que se genera en las estructuras de base y en el dinámico sistema educativo de la ciudad. Por lo tanto, debería tomar conciencia de la liga en la que realmente juega, y hacerse fuerte en su dimensión, generando las complicidades internacionales necesarias para desarrollar el proceso de crecimiento que hemos comentado anteriormente. Dejar de lado esta concienciación solo genera frustración emocional y distrae del auténtico rumbo que se debe tomar.
“Nos hacen falta centros que estructuren, más allá de los barceloneses, nuevos referentes culturales. Como faros en el territorio que amplifiquen, de la mano de la capital, todo el talento y la potencia que son capaces de generar.” |
3.- DE LA DEPENDENCIA DE LA CAPITAL
Más allá de la capital, Barcelona, las ciudades de la Cataluña contemporánea articulan ecosistemas culturales propios que defienden como referentes de su idiosincrasia e historia, dotándolas de una personalidad que las hace diferentes de las otras ciudades del territorio. Es interesante ver cómo se relacionan con la capital del país y cómo establecen relaciones emocionales sobre el hecho cultural. No estamos hablando de la distancia que mantienen con Barcelona (si bien este es un factor que las condiciona), sino de si, en base al tejido preexistente, son capaces de proyectar su bagaje cultural hacia el territorio y hacia la capital.
Una primera muestra de dinámicas contrapuestas la encontraríamos en el ejemplo de Tarragona y Girona, y la relación que establecen culturalmente con Barcelona. En el caso de Tarragona, a parte de tener un pasado clásico imponente que ha perdurado con un patrimonio arqueológico de primer nivel, no ha sido capaz de articular una potente oferta cultural contemporánea que propicie que sus habitantes la fortalezcan. Ha dependido tradicionalmente de la oferta cultural barcelonesa y, gracias a unas buenas comunicaciones, los tarraconenses han ido a consumir cultura a la capital.
En un mismo sentido, los profesionales con talento han visto como necesariamente se veían abocados a irse a la capital para tratar de brillar en sus exitosas carreras. Equidistante en quilómetros, éste no es el caso de otra de las capitales, Girona, que ha sido capaz de desarrollar proyectos culturales propios con la fuerza suficiente como para marcar un perfil diferenciado respecto de la capital, al tiempo que ésto le permitía acoger los profesionales con más talento y hacer de sus proyectos uno de los referentes a nivel de país. No estamos hablando solo del festival Temporada Alta en relación a las artes escénicas (se ha convertido en el auténtico festival de teatro de Cataluña), sino de una actitud de convencimiento de que, más allá de la capital, hay lugar para una vida cultural propia y llena a base de alimentar el ecosistema cultural ‘de casa’.
Esta relación la podríamos establecer también con algunas capitales de comarca respecto a Barcelona. No es lo mismo Vic que Granollers, para poner dos ejemplos. El tejido histórico cultural preexistente de la capital de Osona se refleja no solo en un pasado eclesiástico (la catedral), sino también en unos estudios universitarios que dieron lugar a la Universidad de Vic, la universidad central de Cataluña, por no citar una buena retahíla de equipamientos que aspiran a ser relevantes y relacionarse de tú a tú con los de la capital.
4.- DE LA IMPORTANCIA DE GENERAR CENTRALIDAD
Un hecho vital lo encontramos en la necesidad de generar nodos de conexión entre espacios de actividad cultural metropolitanos. Necesitamos centros que estructuren, más allá de los barceloneses, nuevos referentes culturales. Como faros en el territorio que amplifiquen, en relación con la capital, todo el talento y la potencia que son capaces de generar. Pensamos en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges o en el Festival de Jazz de Terrassa. No solo Barcelona no los tiene que fagocitar, sino que se deben impulsar para que se conviertan en grandes festivales de país. En el caso de Sitges, debe ser el festival catalán de referencia, acompañado de todas las muestras especializadas (como el in-EDIT, el Docs o la REGUERA).
Hará falta una buena dosis de generosidad por parte de los responsables políticos del Gobierno catalán y del Ayuntamiento de Barcelona para que el hecho metropolitano se pueda expandir. Generar centros es estructurar nodos de conectividad e insuflar energía creativa a una capital que a menudo no ha sabido ver más allá de sus límites territoriales. Un proyecto como el de las fábricas de creación de Barcelona solo adquiere auténtica dimensión si es capaz no tan solo de conectarse internacionalmente, sino de hacerlo a nivel metropolitano. ¿Y ésto como se consigue? Dotando las fábricas de toda la región metropolitana de recursos, contenidos y contactos que las conviertan en palancas de crecimiento comunes.
5.- DE COMO HACER UN SALT DE ESCALA
¿Es que alguno de los miles de forasteros que asisten a los grandes festivales musicales de Barcelona, como el Sónar o el Primavera Sound, se pregunta acaso si los conciertos programados en la Feria 2 (Hospitalet) o en San Adrià del Besòs no tienen lugar en Barcelona? Los equipamientos culturales barcelonese s y, por extensión, buena parte de los proyectos culturales que desarrollan sus profesionales, han preferido hacerse fuertes en la capital antes de mirar más allá del perímetro municipal de la ciudad. Desde equipamientos como el Macba, que ha preferido ganar unos pocos miles de metros cuadrados en la propia plaza de Àngels gracias a un nuevo edificio, hasta diversos festivales de primer orden, no se ha acertado a ver la capacidad expansiva de su ámbito de incidencia más allá de Barcelona. Cuando, en realidad, esta conexión con el tejido metropolitano les permitiría desarrollar todas sus capacidades culturales incidiendo en un universo de usuarios que multiplicaría por tres el que tienen actualmente.
6.- DE UNA NUEVA GOBERNANZA LIBERADA DE PREJUICIOS
Sabemos suficientemente bien que buena parte de los problemas que encorsetan una auténtica y plena realidad metropolitana proceden de unos políticos que temen no poder controlarla. Tienen que ver también con unos problemas de gobernanza que la han castrado. Históricamente, la pugna a ambos lados de la Plaza San Jaime enfrentó dos políticos de mirada expansiva que no querían renunciar a dirigir su destino. La pugna durante años entre Jordi Pujol y Pasqual Maragall representó un límite para que el área metropolitana tuviera una gobernanza capaz de empujar las potencialidades, también culturales, que sus ciudadanos eran capaces de imaginar y llevar a cabo. Haría falta una refundación administrativa que, liberada de prejuicios y celos, dotara de un órgano político que ejerciera su gestión. El desmantelamiento de la Corporación Metropolitana de Barcelona en 1987 quizás supuso un retroceso en la construcción de la gran ciudad que quería equipararse con otras metrópolis globales, pero desde entonces ha transcurrido suficiente tiempo como para que la responsabilidad del fracaso del proyecto metropolitano quede repartida entre las diferentes formaciones políticas.
7. DEL SENTIDO DE PERTENENCIA.
El territorio metropolitano al cual hacemos referencia va más allá del puramente físico. Es también el mental. Es el sentimiento de pertenecer en una gran capital, Barcelona, que se siente metropolitana y lo quiere ser. Como los habitantes del Greater London que tienen la plena conciencia de ser londinenses, aunque residan y trabajen cerca de Surrey. Del mismo modo que resulta necesario un cambio de conciencia sobre el hecho de sentirse europeo. De hecho, lo somos. Pero es cuando nos trasladamos a los Estados Unidos, por ejemplo, que nos sentimos plenamente europeos, con toda su carga histórica, cultural, ideológica, política… más allá de pertenecer a uno u otro estado.
Es necesaria una convicción de sentirse barcelonés más allá del municipio de la región metropolitana desde la cual nos afirmamos culturalmente. Es necesario, en definitiva, un cambio de conciencia cultural sobre el hecho metropolitano. Y, a la espera de un improbable consenso para establecer esta gobernanza supramunicipal, es imprescindible más que nunca una audacia metropolitana. Es decir, imaginar y emprender proyectos desde los ayuntamientos y desde la sociedad civil que alimenten el circuito virtuoso de talento y que favorezcan este sentimiento de pertenencia.
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