UNA NUEVA MANERA DE ENTENDER LA CIUDAD Y SU METRÓPOLIS

Recogemos la conferencia que ofreció el 13 de septiembre Ernest Maragall, Presidente del grupo municipal de Esquerra Republicana de Catalunya en el Ayuntamiento de Barcelona, en el ciclo Fer Metrópoli

Durante años se ha desarrollado una dinámica de blanco o negro, de dos opciones, de una oposición de ideas y personas que también afectaba a la manera de ver y entender el territorio. Mundo rural y urbano, centro y periferia. Barcelona y Cataluña. Así en todas partes. Esta mirada también se ha extendido a la manera de tratar el territorio, generando prácticas a partir de esta consideración parcial del país. Se ha proyectado una determinada concepción del territorio que anula la diversidad y la complejidad de la realidad. Estas maneras de interpretar el país no siempre han tenido en cuenta, sin embargo, que desde el último cuarto del S. XX, se ha vivido un proceso de desconcentración significativo y crecimiento mucho más fuerte en el ámbito no metropolitano que en el metropolitano.

El Área Metropolitana tal y como la entendimos durante años, su relación con el país y con su capital, piden un esfuerzo para ser repensadas. Así, hoy es necesario que nos volvamos a preguntar: ¿Dónde viviremos los próximos años? ¿Dónde trabajaremos? ¿De qué lo haremos? ¿Cuál queremos que sea la relación entre vivir y trabajar? Estas y otras preguntas piden respuestas urgentes para construir una nueva manera de entender la ciudad, su metrópolis y el país.

Tenemos cuestiones serias de funcionalidad en el territorio metropolitano. En primer lugar relacionadas con el transporte público y la movilidad, pero también sobre la planificación urbana, la gestión de residuos, las políticas de vivienda. En esencia, lo más importante que debe hacer el Área Metropolitana es pasar de la centralización del s. XX a la red del s. XXI. Si me piden cuál es el gran reto que tenemos hoy en el AMB es, sin duda, este: la relación entre vivir y trabajar, y la movilidad que se deriva de ella.

Según datos del 2020, y sólo mirando grandes ciudades —aquellas de más de 40.000 habitantes—, Barcelona recibe 323.000 trabajadores y envía al resto 123.000. Con Santa Coloma, Vilanova i la Geltrú, Castelldefels o Vilafranca, la relación es de 1 a 9. Se va una persona por cada nueve que llega –y se vuelve a ir- cada día a la ciudad. Esto nos obliga a una alianza explicita entre Barcelona y Cataluña, a dejar de lado el tópico de contrapoder y menospreciarlo en favor de la ciudadanía. Es necesario que volvamos a pensar dónde generamos puestos de trabajo, dónde construimos vivienda y cómo nos aseguramos que sea cierto aquel titular de la ciudad de los 15′ o la visión metropolitana de los 30′. Dicho de otro modo: tenemos el PGM pero no el PDU, por lo tanto es imposible prever dónde viviremos, o bien donde trabajaremos de aquí a 10 años. Sin pensar a futuro, es difícil afrontar el presente.

Ahora bien, ya han aparecido todas las evidencias que nos indican que las grandes cuestiones exigen visión, política y estrategia de país. Seré claro: El Área Metropolitana se nos ha quedado pequeña, la discusión ahora es el país, Cataluña entera; y eso sólo será posible con una capital fuerte, lejos de la Barcelona actual que ha renunciado a liderar el AMB y el país. Por lo tanto, hoy nos hace falta más que nunca un nuevo impulso para repensar la ciudad y la metrópolis.

UNAS INSTITUCIONES FUERTES, UNOS GOBIERNOS QUE GOBIERNEN.

Actualmente, en Barcelona, pero también en el AMB y en el país en general, demasiada gente no decide cómo vive sino más bien cómo sobrevive, y eso no se puede tolerar. Crecimiento nunca debería poder implicar desigualdad. Tenemos una ciudad y un país que avanza a dos velocidades, con una desigualdad interna cada vez más creciente. Hay una pregunta clara: ¿Cómo alcanzamos la convergencia de la Renta disponible en el conjunto del espacio metropolitano?
Hay quien enarbola la bandera del crecimiento sin límites, ahora bien, lo hace habitualmente ligado y con clarísima dependencia con Madrid.  A estos le digo:  Cuanto más hemos avanzado, cuando más grandes nos hemos hecho, es cuando hemos potenciado nuestra soberanía frente al sucursalismo que pregonan algunos.

Crecimiento sostenible y justo, con Barcelona como motor del país, sacando provecho de las economías de escala y aglomeración. No podemos depender del turismo, soy claro en eso; igual que soy claro cuando digo que no veo grúas y eso me preocupa.
Aquí hay espacios de cohesión que hay que trabajar mucho más desde todos estos puntos de vista ya que nos pueden hacer grandes como metrópolis y también como país. Sagrera-22@-Zona Franca. Aquí hay que generar nueva industria, vivienda, re-conectar barrios y generar vida más allá de la actividad económica.

El Besòs es clave, el norte de la ciudad y el eje de la metrópolis. Aquí hace falta más verde, más vivienda —¡y si la construyen con madera ya sería perfecto!— en altura y nueva actividad económica en plantas bajas. Innovación urbana, económica y social, que sea territorio de vanguardia, de experimentación.
Debemos pasar de la bipolaridad desigual a la eficiencia compartida con un modelo económico explícitamente diversificado. A las más clásicas economía del talento, investigación e innovación, y turismo —bien gobernado— hay que añadir dos novedades significativas: la nueva industria de la construcción —madera, ahorro energético, renovables— y la más profunda transformación económica y tecnológica de los sectores de servicios personales —la educación y la cultura, y la economía de la salud y de los servicios sociales—.

Me preocupa este trasfondo, esta idea inconsciente según la cual no estamos creando ni ofreciendo futuro. La única alternativa posible es que trabajemos para alcanzar consensos amplios, de beneficio colectivo y que orienten la ciudad y su metrópolis a la necesaria transformación que hace años que sabemos que es imprescindible. Los consensos también pueden ser para mantener el status o para ganar posiciones propias, pero el único consenso que nos hace grandes es aquel que nos sirve para transformar, para ser mejores, para estar más preparados para lo que vendrá.

Digámoslo claro: Necesitamos más política, la necesitamos especialmente desde los Ayuntamientos como institución democrática básica. Es necesario que reivindiquemos los Ayuntamientos —y el AMB— como Gobierno y no sólo como meras administraciones gestoras. Necesitamos una política capaz de coser tres binomios inesperables: libertad y responsabilidad, derechos y deberes, y gobernar y reformar. Sólo así transformaremos. Sólo con la ambición de asumir el riesgo de señalar objetivos de cambio, y de alcanzar los acuerdos imprescindibles para avanzar en la dirección correcta, seremos capaces de volver a ser referencia.

Es necesario que las instituciones lideren el cambio porque es donde radica el poder democrático. Dicho de otro modo, a falta de poder público, a menudo el privado ha ido tomando decisiones que, en esencia, deberían radicarse en nuestros gobiernos. Es necesario que reconstruyamos este equilibrio, que nos definamos en roles claros, y que las ciudades asuman el carácter propio de sujeto político y no exclusivamente de objeto que se puede manipular.

El país sólo avanzará si es capaz de coger todas sus potencialidades, gobernarlas y ponerlas al servicio de la gente.

Durante años se ha desarrollado una dinámica de blanco o negro, de dos opciones, de una oposición de ideas y personas que también afectaba a la manera de ver y entender el territorio. Mundo rural y urbano, centro y periferia. Barcelona y Cataluña. Así en todas partes. Esta mirada también se ha extendido a la manera de tratar el territorio, generando prácticas a partir de esta consideración parcial del país. Se ha proyectado una determinada concepción del territorio que anula la diversidad y la complejidad de la realidad. Estas maneras de interpretar el país no siempre han tenido en cuenta, sin embargo, que desde el último cuarto del S. XX, se ha vivido un proceso de desconcentración significativo y crecimiento mucho más fuerte en el ámbito no metropolitano que en el metropolitano.

El Área Metropolitana tal y como la entendimos durante años, su relación con el país y con su capital, piden un esfuerzo para ser repensadas. Así, hoy es necesario que nos volvamos a preguntar: ¿Dónde viviremos los próximos años? ¿Dónde trabajaremos? ¿De qué lo haremos? ¿Cuál queremos que sea la relación entre vivir y trabajar? Estas y otras preguntas piden respuestas urgentes para construir una nueva manera de entender la ciudad, su metrópolis y el país.

Tenemos cuestiones serias de funcionalidad en el territorio metropolitano. En primer lugar relacionadas con el transporte público y la movilidad, pero también sobre la planificación urbana, la gestión de residuos, las políticas de vivienda. En esencia, lo más importante que debe hacer el Área Metropolitana es pasar de la centralización del s. XX a la red del s. XXI. Si me piden cuál es el gran reto que tenemos hoy en el AMB es, sin duda, este: la relación entre vivir y trabajar, y la movilidad que se deriva de ella.

Según datos del 2020, y sólo mirando grandes ciudades —aquellas de más de 40.000 habitantes—, Barcelona recibe 323.000 trabajadores y envía al resto 123.000. Con Santa Coloma, Vilanova i la Geltrú, Castelldefels o Vilafranca, la relación es de 1 a 9. Se va una persona por cada nueve que llega –y se vuelve a ir- cada día a la ciudad. Esto nos obliga a una alianza explicita entre Barcelona y Cataluña, a dejar de lado el tópico de contrapoder y menospreciarlo en favor de la ciudadanía. Es necesario que volvamos a pensar dónde generamos puestos de trabajo, dónde construimos vivienda y cómo nos aseguramos que sea cierto aquel titular de la ciudad de los 15′ o la visión metropolitana de los 30′. Dicho de otro modo: tenemos el PGM pero no el PDU, por lo tanto es imposible prever dónde viviremos, o bien donde trabajaremos de aquí a 10 años. Sin pensar a futuro, es difícil afrontar el presente.

Ahora bien, ya han aparecido todas las evidencias que nos indican que las grandes cuestiones exigen visión, política y estrategia de país. Seré claro: El Área Metropolitana se nos ha quedado pequeña, la discusión ahora es el país, Cataluña entera; y eso sólo será posible con una capital fuerte, lejos de la Barcelona actual que ha renunciado a liderar el AMB y el país. Por lo tanto, hoy nos hace falta más que nunca un nuevo impulso para repensar la ciudad y la metrópolis.

UNAS INSTITUCIONES FUERTES, UNOS GOBIERNOS QUE GOBIERNEN.

Actualmente, en Barcelona, pero también en el AMB y en el país en general, demasiada gente no decide cómo vive sino más bien cómo sobrevive, y eso no se puede tolerar. Crecimiento nunca debería poder implicar desigualdad. Tenemos una ciudad y un país que avanza a dos velocidades, con una desigualdad interna cada vez más creciente. Hay una pregunta clara: ¿Cómo alcanzamos la convergencia de la Renta disponible en el conjunto del espacio metropolitano?
Hay quien enarbola la bandera del crecimiento sin límites, ahora bien, lo hace habitualmente ligado y con clarísima dependencia con Madrid.  A estos le digo:  Cuanto más hemos avanzado, cuando más grandes nos hemos hecho, es cuando hemos potenciado nuestra soberanía frente al sucursalismo que pregonan algunos.

Crecimiento sostenible y justo, con Barcelona como motor del país, sacando provecho de las economías de escala y aglomeración. No podemos depender del turismo, soy claro en eso; igual que soy claro cuando digo que no veo grúas y eso me preocupa.
Aquí hay espacios de cohesión que hay que trabajar mucho más desde todos estos puntos de vista ya que nos pueden hacer grandes como metrópolis y también como país. Sagrera-22@-Zona Franca. Aquí hay que generar nueva industria, vivienda, re-conectar barrios y generar vida más allá de la actividad económica.

El Besòs es clave, el norte de la ciudad y el eje de la metrópolis. Aquí hace falta más verde, más vivienda —¡y si la construyen con madera ya sería perfecto!— en altura y nueva actividad económica en plantas bajas. Innovación urbana, económica y social, que sea territorio de vanguardia, de experimentación.
Debemos pasar de la bipolaridad desigual a la eficiencia compartida con un modelo económico explícitamente diversificado. A las más clásicas economía del talento, investigación e innovación, y turismo —bien gobernado— hay que añadir dos novedades significativas: la nueva industria de la construcción —madera, ahorro energético, renovables— y la más profunda transformación económica y tecnológica de los sectores de servicios personales —la educación y la cultura, y la economía de la salud y de los servicios sociales—.

Me preocupa este trasfondo, esta idea inconsciente según la cual no estamos creando ni ofreciendo futuro. La única alternativa posible es que trabajemos para alcanzar consensos amplios, de beneficio colectivo y que orienten la ciudad y su metrópolis a la necesaria transformación que hace años que sabemos que es imprescindible. Los consensos también pueden ser para mantener el status o para ganar posiciones propias, pero el único consenso que nos hace grandes es aquel que nos sirve para transformar, para ser mejores, para estar más preparados para lo que vendrá.

Digámoslo claro: Necesitamos más política, la necesitamos especialmente desde los Ayuntamientos como institución democrática básica. Es necesario que reivindiquemos los Ayuntamientos —y el AMB— como Gobierno y no sólo como meras administraciones gestoras. Necesitamos una política capaz de coser tres binomios inesperables: libertad y responsabilidad, derechos y deberes, y gobernar y reformar. Sólo así transformaremos. Sólo con la ambición de asumir el riesgo de señalar objetivos de cambio, y de alcanzar los acuerdos imprescindibles para avanzar en la dirección correcta, seremos capaces de volver a ser referencia.

Es necesario que las instituciones lideren el cambio porque es donde radica el poder democrático. Dicho de otro modo, a falta de poder público, a menudo el privado ha ido tomando decisiones que, en esencia, deberían radicarse en nuestros gobiernos. Es necesario que reconstruyamos este equilibrio, que nos definamos en roles claros, y que las ciudades asuman el carácter propio de sujeto político y no exclusivamente de objeto que se puede manipular.

El país sólo avanzará si es capaz de coger todas sus potencialidades, gobernarlas y ponerlas al servicio de la gente.

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