LA METRÒPOLI SÍ QUE TIENE QUIEN LA ESCRIBA
El periodista cultural Sergi Doria repasa los diferentes escritores que se han inspirado en la ciudad para construir sus obras literarias.
Francisco Candel cierra Los otros catalanes con unas redacciones escolares del Polvorí, Can Clos, Port, SEAT y Can Tunis para un concurso literario intitulado Mi barrio: «Yo soy de Barcelona, pero mi barrio es Casa Antúnez», escribe una niña de las barracas ‘Jesús y María’, junto al cementerio de Montjuïc; «Las personas de mi barrio no están tan bien educadas como las del centro de Barcelona. Pero a pesar de todo me siento orgulloso de vivir en él», proclama su compañero; «Mi barrio es un lugar alegre y apacible… ahora», advierte un niño de los bloques de la SEAT; «Vienen muchas veces los pastores a pastar», observa otro alumno al referirse al descampado del Asilo de Port…
Candel publica Los otros catalanes en 1964 y, un año después, 1965, Juan Marsé gana el Biblioteca Breve con Últimas tardes con Teresa. A pesar de las diferencias estilísticas y de géneros, ambos títulos ponen de manifiesto el sentimiento de inferioridad —la dificultad de acceder al ascensor social— del suburbio.
Desde finales de siglo XX, la literatura metropolitana integra ‘les afores’ en lo que denominamos «novelas de Barcelona». A diferencia de los inmigrantes de los años veinte que trabajaron en el metro y en la Exposición, y de los llegados en la posguerra, la biografía de las nuevas generaciones deja de ser una novela y aborda con renovada creatividad el ‘genius loci’.
La periferia ensancha la mirada literaria. Entre los nacidos en los años cuarenta, la Calle Bolivia (1999) de Maria Barbal, las casetas del Maresme donde se detiene el bus 70 en el trayecto a Badalona. O el Julià de Jòdar d’El metall impur (premi Sant Jordi 2005): un inmigrante trabaja en la fundición de La Farga, en el Besòs. Enmascarado en los protagonistas de Radiacions (2011) De Jòdar reflexiona con Enric Juliana sobre la impureza, industrial y también periférica, en el icónico puente del Petróleo badalonino.
«Impura realidad bilingüe frente a la cultura de invernadero, tan purísima como artificial.» |
De los nacidos a partir de los sesenta, el David Castillo de No miris enrere (2002) contemplando Barcelona desde el refugio antiaéreo del Carmel. Los Paseos con mi madre (2011) de Javier Pérez Andújar con las chimeneas de Sant Adrià como skyline proletario. El Nou Barris de Marc Pastor en la distopía vírica El año de la plaga (2011). El Sant Boi años ochenta de Kiko Amat en Antes del huracán (2018), un joven ‘fotut’ por el extrañamiento periférico, mental y cultural: un «desierto pop» —en palabras de David Morán— ajeno al encuadre político o generacional. La odisea por el Guinardó y L’Hospitalet de Carles Zanón en Taxi (2017); el Cornellà (Ciudad Satélite) de Toni Hill en Tigres de cristal (2018); la ronda de Albert Lladó por Torre Baró y la Ciutat Meridiana donde vivió los años noventa en La travesía de las anguilas (2020); la evocación familiar de Hernán Migoya en Baricentro (2020): el centro comercial pionero que puso Barberá del Vallés en el mapa.
Naturaleza y asfalto, fragmentarios matorrales donde pastan ovejas, naves industriales y torres de electricidad. Los «no lugares» de Marc Augé… En Rodalies (premio San Juan, 2004) Toni Sala describe un rodal que remite al Maresme convertido en ciudad dormitorio de la capital: «Una valla metálica y baja los separa del asfalto. Sobre el carril, un gran cartel azul, con las letras blancas y grandes, dice: C-34 Barcelona… «100
Frontera entre el mundo rural y el polígono de Anna Ballbona en No soc aquí (premio Anagrama, 2020). Frontera obsesiva: El lunes nos querrán de la marroquí Najat el Hachmi (premio Nadal, 2021). Inmigración y religión. Periferia de la periferia. Bloques de construcción precaria, el río, el tren, la carretera… Y el control panóptico de la vecindad musulmana.
Esta periferia odia la centralidad barcelonesa y se expresa en castellano o catalán, o en las dos lenguas a la vez. Como Guillem Sala en El càstig (2020). Un instituto de Sant Andreu: «–Mama, dame dinero. –Ya te di ayer, Izan. –Necesito más. –¿Pa qué? –Pa cortarme el pelo. –No te hagas cosas raras. –No, me haré cosas guapas. –Uh, ¿qué te vas a hacer? –¿Sabes el Aarón, del Espanyol? –¿Del Espanyol? No es tan grave: de juvenil, el Aarón jugó en el Sant Andreu. –Uno con una raya aquí, asín. –Pero no te tiñas, que estropea el pelo. –Solo unas mechas guapas. .».
Impura realidad bilingüe frente a la cultura de invernadero, tan purísima como artificial. La metrópoli sí tiene que quien la escriba.
Francisco Candel cierra Los otros catalanes con unas redacciones escolares del Polvorí, Can Clos, Port, SEAT y Can Tunis para un concurso literario intitulado Mi barrio: «Yo soy de Barcelona, pero mi barrio es Casa Antúnez», escribe una niña de las barracas ‘Jesús y María’, junto al cementerio de Montjuïc; «Las personas de mi barrio no están tan bien educadas como las del centro de Barcelona. Pero a pesar de todo me siento orgulloso de vivir en él», proclama su compañero; «Mi barrio es un lugar alegre y apacible… ahora», advierte un niño de los bloques de la SEAT; «Vienen muchas veces los pastores a pastar», observa otro alumno al referirse al descampado del Asilo de Port…
Candel publica Los otros catalanes en 1964 y, un año después, 1965, Juan Marsé gana el Biblioteca Breve con Últimas tardes con Teresa. A pesar de las diferencias estilísticas y de géneros, ambos títulos ponen de manifiesto el sentimiento de inferioridad —la dificultad de acceder al ascensor social— del suburbio.
Desde finales de siglo XX, la literatura metropolitana integra ‘les afores’ en lo que denominamos «novelas de Barcelona». A diferencia de los inmigrantes de los años veinte que trabajaron en el metro y en la Exposición, y de los llegados en la posguerra, la biografía de las nuevas generaciones deja de ser una novela y aborda con renovada creatividad el ‘genius loci’.
La periferia ensancha la mirada literaria. Entre los nacidos en los años cuarenta, la Calle Bolivia (1999) de Maria Barbal, las casetas del Maresme donde se detiene el bus 70 en el trayecto a Badalona. O el Julià de Jòdar d’El metall impur (premi Sant Jordi 2005): un inmigrante trabaja en la fundición de La Farga, en el Besòs. Enmascarado en los protagonistas de Radiacions (2011) De Jòdar reflexiona con Enric Juliana sobre la impureza, industrial y también periférica, en el icónico puente del Petróleo badalonino.
“Impura realidad bilingüe frente a la cultura de invernadero, tan purísima como artificial.” |
De los nacidos a partir de los sesenta, el David Castillo de No miris enrere (2002) contemplando Barcelona desde el refugio antiaéreo del Carmel. Los Paseos con mi madre (2011) de Javier Pérez Andújar con las chimeneas de Sant Adrià como skyline proletario. El Nou Barris de Marc Pastor en la distopía vírica El año de la plaga (2011). El Sant Boi años ochenta de Kiko Amat en Antes del huracán (2018), un joven ‘fotut’ por el extrañamiento periférico, mental y cultural: un «desierto pop» —en palabras de David Morán— ajeno al encuadre político o generacional. La odisea por el Guinardó y L’Hospitalet de Carles Zanón en Taxi (2017); el Cornellà (Ciudad Satélite) de Toni Hill en Tigres de cristal (2018); la ronda de Albert Lladó por Torre Baró y la Ciutat Meridiana donde vivió los años noventa en La travesía de las anguilas (2020); la evocación familiar de Hernán Migoya en Baricentro (2020): el centro comercial pionero que puso Barberá del Vallés en el mapa.
Naturaleza y asfalto, fragmentarios matorrales donde pastan ovejas, naves industriales y torres de electricidad. Los «no lugares» de Marc Augé… En Rodalies (premio San Juan, 2004) Toni Sala describe un rodal que remite al Maresme convertido en ciudad dormitorio de la capital: «Una valla metálica y baja los separa del asfalto. Sobre el carril, un gran cartel azul, con las letras blancas y grandes, dice: C-34 Barcelona… «100
Frontera entre el mundo rural y el polígono de Anna Ballbona en No soc aquí (premio Anagrama, 2020). Frontera obsesiva: El lunes nos querrán de la marroquí Najat el Hachmi (premio Nadal, 2021). Inmigración y religión. Periferia de la periferia. Bloques de construcción precaria, el río, el tren, la carretera… Y el control panóptico de la vecindad musulmana.
Esta periferia odia la centralidad barcelonesa y se expresa en castellano o catalán, o en las dos lenguas a la vez. Como Guillem Sala en El càstig (2020). Un instituto de Sant Andreu: «–Mama, dame dinero. –Ya te di ayer, Izan. –Necesito más. –¿Pa qué? –Pa cortarme el pelo. –No te hagas cosas raras. –No, me haré cosas guapas. –Uh, ¿qué te vas a hacer? –¿Sabes el Aarón, del Espanyol? –¿Del Espanyol? No es tan grave: de juvenil, el Aarón jugó en el Sant Andreu. –Uno con una raya aquí, asín. –Pero no te tiñas, que estropea el pelo. –Solo unas mechas guapas. .».
Impura realidad bilingüe frente a la cultura de invernadero, tan purísima como artificial. La metrópoli sí tiene que quien la escriba.
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