XAVIER MARCÉ: «LA CULTURA DE BARCELONA TAMBIÉN CONCIERNE AL SECTOR PRIVADO»

El regidor barcelonés subraya la dimensión cultural de la ciudad y señala que el área metropolitana es el ámbito natural de la nueva industria creativa vinculada a la tecnología

por Rafael Pradas

Xavier Marcé, concejal de Cultura e Industrias Creativas del Ayuntamiento de Barcelona (de Turismo e Industrias en el anterior mandato) acumula una larga experiencia en gestión cultural: licenciado en Ciencias Económicas, ha sido director de Cultura de L’Hospitalet, del Plan estratégico de Cultura de Sabadell, de Recursos del ICUB y del Instituto de las Industrias Culturales de la Generalitat. En el ámbito privado ha sido vicepresidente del Grupo Focus y presidente de la asociación de empresas de teatro de Cataluña, ADETCA.

-¿Barcelona tiene ambición cultural?
-Tiene dimensión cultural. La palabra ambición hay que ajustarla un poco porque si Barcelona se quisiera comparar con Londres, Nueva York o París se podría decir que no tiene toda la ambición necesaria. Ahora bien, Barcelona tiene un proyecto cultural muy sólido, es una ciudad muy valorada, destino de gran número de artistas que realizan investigación, arte contemporáneo, actividades relacionadas con la industria creativa. Ha pasado a tener un 23% de expatriados, una parte importante de los cuales vienen atraídos por proyectos vinculados a la creatividad. Es cierto que existe la percepción de que faltan los grandes equipamientos y espacios culturales que están muy centralizados en las capitales de estado. Aun así, creo que la pregunta relevante es si tenemos dimensión cultural y si la ambición es consecuencia de esta dimensión. Creo que Barcelona está bien culturalmente si la sabemos situar -y comparar- en la liga de ciudades que corresponde.

–¿Qué papel le toca jugar al Ayuntamiento en materia de cultura?
-Varios papeles, algunos simples y otros más complejos. Uno muy importante es comprender que el desarrollo cultural no es una cuestión estrictamente pública sino que también concierne al sector privado. Debemos dialogar con el conjunto de entidades, empresas, fondos, personas, fundaciones, interesadas en gestionar y financiar proyectos culturales. Se trata, en definitiva, de recuperar y normalizar el espacio de legitimidad que tienen la inversión y los proyectos privados no solo desde el punto de vista creativo sino también económico. Venimos de una etapa en la que esto no ha estado en el epicentro de la política cultural de Barcelona.

-¿Qué ha figurado en el centro de las políticas culturales?
-En los últimos años quizás ha habido un exceso de carga ideológica sobre las políticas culturales, han querido ser arte y parte de un proceso de transformación político claramente influido por la aparición de las nuevas izquierdas en este país. Hay un aspecto que puedo entender porque nada es independiente de esta transformación, pero creo que algunos elementos, como una cierta necesidad de redimir el mundo de la educación, rompen la esencia básica de la política cultural. El debate entre cultura y educación es muy interesante porque hay dos maneras de enfocarlo: una preguntándonos qué debería hacer la educación por la cultura y la otra qué puede hacer la cultura por la educación. La educación hace siglos que está muy corporativizada y cuenta con un importante cuerpo funcionarial que desarrolla su trabajo bajo unas pautas curriculares, mientras que la cultura es todo lo contrario. Podríamos decir que la educación tiene una obligación básica de hacernos a todos iguales mientras que la cultura tiene la de hacernos diferentes.

-Más cuestiones a considerar, puntos de divergencia o no…
-Hay que reequilibrar lo que podríamos decir la política cultural central, basada en la idea de ciudad, que ha sido la del Instituto de Cultura de Barcelona (ICUB), y la de los barrios. Este es un objetivo básico de la política cultural, y en Barcelona lo es doblemente por el impacto del turismo que fagocita la ciudad hacia el centro. Si no reequilibramos territorial y culturalmente hacia los distritos y barrios, el efecto turístico, que es altamente centrípeto, acaba borrando la dimensión global de la vida cultural de Barcelona y crea el espejismo de que todo pasa en el centro cosmopolita. Esto nos hace perder mucho talento creativo, impide que muchas carreras profesionales artísticas puedan prosperar favorablemente y estorba también la evolución del «consumo cultural» entendido en términos comerciales o de participación.

–¿Hablamos de cantidades o de contenidos culturales?
-Es muy importante decidir dónde y cómo se mide la autentica capacidad de aportación de un producto artístico o cultural en términos de referencia o de interés trascendente. Esta no es una cuestión menor porque la cultura tiene un punto trascendente; todos somos consecuencia de experiencias culturales muy singulares. ¿Cómo se marca la pauta de aquello que va más allá del puro entretenimiento? ¿Se determina aquí o en estadios internacionales? ¿Y cómo se hace para llegar a los niveles que finalmente acabarán produciendo un retorno de referencia? Creo que estos son algunos elementos que la ciudad no ha trabajado bien en los últimos años. No basta con decir que tenemos cincuenta grupos de teatro; yo prefiero cinco que realmente sean capaces de hacer un tipo de experiencia o de propuesta que trascienda lo que es llano e igual para todos.

-Pero sin ayuda pública la cultura no funciona…
-Hacen falta políticas públicas, evidentemente. Hay que huir de un concepto que se ha demonizado históricamente, pero que en la vida política está muy presente, el de la «repartidora». Las políticas públicas deben elegir y por eso es importante equilibrar el trabajo que no proviene de lo que hace el prescriptor de política cultural sino de lo que hacen los distritos y los barrios. Soy partidario de fortalecer culturalmente los distritos porque eso permite, desde un punto de vista general, central, hacer un trabajo de elección y discriminación entre contenidos. Enlazo con lo que he dicho antes: creo la cultura es educación, pero no es en sí misma una política educativa. Si convertimos la cultura en política educativa todo vale lo mismo, y eso lo vivimos con una doble moral porque en un festival como el Griego queremos ver productos con una cierta excelencia y en cambio si se hacen según qué políticas tendemos a allanarlo todo, a repartir sin distinciones.

-Recuperamos la cuestión del impacto turístico: ¿realmente el visitante ocasional participa de la vida cultural de Barcelona?
-El impacto del visitante extranjero u ocasional en la estructura cultural de la ciudad es altísimo, significa, por ejemplo, el 80-85% de las entradas del museo Picasso. Los grandes museos son el palo de pajar de la vida cultural de una ciudad y del interés que despierta, el reflejo más importante que vemos porque la actividad musical o teatral requieren de una cierta inmersión en su vida, aunque en Barcelona cada vez es más elevado el número de turistas en el Palau de la Música o en el Liceu, y altamente significativa las aportaciones del arte digital en centros inmersivos. Es evidente que no toda la actividad turística tiene una derivada cultural, pero es muy importante para la sostenibilidad de muchas entidades culturales barcelonesas. Esto al margen del impacto de sucesos internacionales como el Sonar o el Primavera Sound.

-¿Y qué pasa con el público local?
Si realmente hacemos un análisis de la vida cultural de Barcelona veremos enormes problemas de conexión de la oferta cultural de la ciudad con el público local.

-Esta es la cuestión: cómo las cosas que pasan en Barcelona se explican a los barceloneses, y no me refiero sólo a los que viven estrictamente en el término municipal. Serviría para interrogarnos una vez más sobre si existe una cultura metropolitana.
Se utiliza la palabra cultura metropolitana como si fuera un conjunto de valores y de elementos de identidad. Si lo entendemos en el sentido de circuitos y públicos sí hay un clarísimo consumo cultural metropolitano: buena parte del consumo cultural de Barcelona, como escaparate o como espacio de referencia, es metropolitano. La Mercè, por ejemplo, no es una fiesta mayor convencional sino un conjunto de festivales agrupados -musica, artes de calle, actividades populares- con un alto nivel de participación de gente de fuera. Creo que hay un problema grave a nivel metropolitana que no tenemos bien procesado y es que al público de Barcelona le cuesta mucho salir de la ciudad.

-Le cuesta llegar a los lugares incluso donde hay metro. En Barcelona habría fracasado el «teatro de la banlieue»…
-El teatro de la banlieue de París no funciona si se representa un repertorio que previamente ya se ha programado en la ciudad. Los contenidos originales movilizan al público como se ha demostrado en varias ocasiones con iniciativas de teatro en L’Hospitalet o Viladecans y evidencia el éxito, por ejemplo, del festival Temporada Alta donde va mucha gente de fuera de Girona porque es un gran polo de producción y de iniciativa.

”Hoy Barcelona se ha convertido en una gran fábrica de talento que exporta, pero le cuesta mucho exportar productos acabados»

-Da la impresión de que lo que pasa fuera de la Barcelona estricta, aunque hablemos de la metrópolis, es marcadamente local.
-Es muy local también porque, a diferencia de antros países que tienen un sistema financiero más equilibrado, los presupuestos culturales de los ayuntamientos son muy limitados y dedicados a equipamientos y estructuras básicas de proximidad como las bibliotecas. Por lo tanto, aquellas actividades que se presuponen para públicos amplios y que buscan una densidad de población que no existe en su ciudad, pero sí en un territorio más amplio, son ocasionales. No obstante, destaco iniciativas como el festival de payasos de Cornellà en su momento, los festivales de jazz de Terrassa, de blues de Cerdanyola, danza en Terrassa, danza y artes visuales en Sabadell, ciertos aspectos de la política teatral del Atrium de Viladecans, pero sin embargo no tenemos claramente una actividad cultural estable de escala metropolitana situada fuera de Barcelona.

-¿Puede haber?
-Cabe destacar un fenómeno muy interesante que ya veremos cómo evoluciona, se trata de la deslocalización, por razones inmobiliarias, de una parte del sector de artes visuales e industria creativa que se traslada de Barcelona a L’Hospitalet a la zona conocida como «distrito cultural». No son menos de 500 empresas de sectores creativos instaladas en un entorno urbano no demasiado definido, pero que ha creado un cojín que podríamos considerar una especie de Brooklyn de Barcelona. Actualmente hay dos polos de creación o de talento generalmente híbridos —que mezclan exhibición, creación, acción comercial— uno en Poblenou y el otro en L’Hospitalet.

-En Barcelona la colaboración publica privada es habitual, pero en la mayoría de ciudades metropolitanas no hay capacidad de iniciativas culturales fuera del Ayuntamientot.
-Ciertamente porque Barcelona tiene elementos que no tienen otras ciudades: masa crítica, capacidad de comunicación y de objetivar los fenómenos culturales desde el punto de vista mediático y de análisis crítico, estructuras patronales y comerciales importantes, una sociedad civil activa y posibilidad de hacer pactos para suplir inversiones del estado. Además de Barcelona deberíamos considerar también ciudades como Sabadell o Terrassa, entre otras, donde hay una cierta estructura empresarial y cívica potente, pero si eso era decisivo en los años noventa porque la capacidad de operar en términos culturales era analógica, hoy el impacto tecnológico, el marketing y la manera de enfocar los temas facilita que algunos procesos se puedan generar desde estas u otras ciudades. En 1991 en Barcelona se vendían 500.000 entradas de teatro, ahora se venden 2.800.000. El cambio no se ha producido tanto por el incremento de los públicos o la culturización sino por un proceso tecnológico que ha cambiado la manera de comprar las entradas. En definitiva, gracias a la tecnología algunos fenómenos culturales que hace unos años eran difíciles de imaginar ahora se pueden desarrollar sin el cojín institucional que muchas ciudades no tienen.

-Volvamos a una cuestión esencial: ¿cómo se pueden crear nuevos públicos consumidores de cultura?
-Esta es la pregunta del millón. En esencia los públicos se crean a través de unos procedimientos que tienen que ver con la manera en que transformamos nuestro proceso educativo. Nuestro consumo cultural forma parte de las inquietudes y curiosidades que nos ha generado la educación. Este para mí es el elemento clave, aunque creo que hay una generación que ha sido más consecuencia de un proceso de instrucción que de educación. La instrucción tenía una función de vincular al consumo cultural casi como un elemento obligado. El resultado del proceso educativo, en cambio, hace que nuestra vida cultural sea más ecléctica y a veces no pasa tanto por consumir un producto como por sentirse parte de la vida cultural. El concepto de consumidor ha sido sustituido por buena parte de la comunidad cultural por el de ser «activo cultural». Esto es importante porque lo que mide la vida cultural, la relación que hay entre quien propone y crea por un lado, y quien recibe por el otro se rompe un poco. También hemos tenido tendencia a considerar que parte de la solución del consumo cultural es económica, creyendo que si la cultura es cara y la abaratimos interesará a más gente, pero eso no siempre funciona. Y también hay que decir que si la cultura pierde ciertos códigos de calidad y exigencia acaba generando un interés muy neutro y por lo tanto tampoco funciona.

-¿Cómo son las relaciones culturales de Barcelona con el conjunto de Cataluña?
-Cataluña es un país demasiado pequeño para desarrollar una actividad cultural muy descentralizada y la relación que Barcelona establece con su entorno me parece muy normal. Se puede ubicar un espacio de creación en Terrassa, Sabadell, Mataró o Vilanova y su ámbito de referencia ser Barcelona. La socialización cultural necesita un principio de subsidiariedad y, por lo tanto, cuanto más próxima sea al territorio mucho mejor, pero en cambio la producción cultural de calidad necesita densidad, cierto territorio para poder fluir.

-¿Y las relaciones con el resto de España?
-Es esencial decidir en qué términos nos queremos relacionar con el conjunto de España y lo que representa en términos culturales, con un entorno enorme que podemos definir como la industria de la lengua, es decir el castellano. Para Barcelona ser la cocapital de España en términos culturales implica un diálogo con Madrid y con todo el entorno de la lengua castellana. Si no se quiere o no se puede establecer este diálogo se entra en otra dimensión que lleva a dos territorios completamente diferentes. Las consecuencias de uno u otro debate no tienen ninguna afectación real, según mi punto de vista, sobre la evolución del catalán como lengua, pero nos dimensionan culturalmente de manera muy diferente, especialmente cuando las tecnologías, el entorno digital, convierte cualquier propuesta cultural claramente en global o internacional.

-¿Se podría orientar positivamente la relación?
-Hace 25 años, cuando no se planteaba en este país ningún debate independentista o nacionalista radical y la idea federal era ampliamente asumido por el mundo de la cultura, muchas personas trabajó para definir un concepto que era el sistema cultural catalán. Era colaborativo y entrelazado con un paisaje más grande; quería justamente liderar el paisaje cultural español, planteando, incluso, que el principal centro de producción audiovisual español podés ubicarse perfectamente en Cataluña. Pero si el sistema cultural catalán se convierte en un conjunto de elementos que deben sobrevivir por ellos mismos, que deben buscar a su público en el propio sistema soñamos con el gran problema que significa no tener suficiente masa critica. Hoy Barcelona se ha convertido en una gran fábrica de talento que exporta, pero le cuesta mucho exportar productos acabados.

-¿Esto cómo se aborda?
-Las enormes presiones que recibe este sistema cultural catalán para generar un modelo de consumo propio no siempre es compatible con los requerimientos de circulación de los productos culturales y la realidad es que tiene dificultades de entendimiento con la cultura producida en el resto de España. Se podemos discutir las razones y cada uno tendrá las suyas pero se ha roto el principio básico en cultura de naturalizar la coproducción como una manera de funcionar y eso no quiere decir un acuerdo económico entre dos partes, quiere decir el intercambio, la interrelación entre creadores, artistas, gestores, empresarios… Este mecanismo que normaliza la relación entre lo que pasa aquí y lo que pasa en otros lugares de España atraviesa por dificultades en este momento y tiene como consecuencia una cierta pérdida del papel referencial que Cataluña y Barcelona habían tenido culturalmente en el ámbito latinoamericano.

–¿El propio acuerdo de cocapitalidad de Barcelona con el Estado puede ayudar a desencallar la situación?
-El acuerdo de cocapitalidad debe aprovecharse bien y darle sentido porque está claro que este convenio se puede utilizar de dos maneras: Barcelona recibe un dinero y los utiliza para compensar los déficits del Estado en materia de inversión convirtiendo estos recursos en política local o bien los aprovecha lo máximo posible para crear espacios y proyectos de referencia en Barcelona que marquen una pauta para el conjunto de España.

XAVIER MARCÉ: TURISMO A ESCALA METROPOLITANA

por Rafael Pradas

Xavier Marcé, concejal de Cultura e Industrias Creativas del Ayuntamiento de Barcelona (de Turismo e Industrias en el anterior mandato) acumula una larga experiencia en gestión cultural: licenciado en Ciencias Económicas, ha sido director de Cultura de L’Hospitalet, del Plan estratégico de Cultura de Sabadell, de Recursos del ICUB y del Instituto de las Industrias Culturales de la Generalitat. En el ámbito privado ha sido vicepresidente del Grupo Focus y presidente de la asociación de empresas de teatro de Cataluña, ADETCA.

-¿Barcelona tiene ambición cultural?
-Tiene dimensión cultural. La palabra ambición hay que ajustarla un poco porque si Barcelona se quisiera comparar con Londres, Nueva York o París se podría decir que no tiene toda la ambición necesaria. Ahora bien, Barcelona tiene un proyecto cultural muy sólido, es una ciudad muy valorada, destino de gran número de artistas que realizan investigación, arte contemporáneo, actividades relacionadas con la industria creativa. Ha pasado a tener un 23% de expatriados, una parte importante de los cuales vienen atraídos por proyectos vinculados a la creatividad. Es cierto que existe la percepción de que faltan los grandes equipamientos y espacios culturales que están muy centralizados en las capitales de estado. Aun así, creo que la pregunta relevante es si tenemos dimensión cultural y si la ambición es consecuencia de esta dimensión. Creo que Barcelona está bien culturalmente si la sabemos situar -y comparar- en la liga de ciudades que corresponde.

–¿Qué papel le toca jugar al Ayuntamiento en materia de cultura?
-Varios papeles, algunos simples y otros más complejos. Uno muy importante es comprender que el desarrollo cultural no es una cuestión estrictamente pública sino que también concierne al sector privado. Debemos dialogar con el conjunto de entidades, empresas, fondos, personas, fundaciones, interesadas en gestionar y financiar proyectos culturales. Se trata, en definitiva, de recuperar y normalizar el espacio de legitimidad que tienen la inversión y los proyectos privados no solo desde el punto de vista creativo sino también económico. Venimos de una etapa en la que esto no ha estado en el epicentro de la política cultural de Barcelona.

-¿Qué ha figurado en el centro de las políticas culturales?
-En los últimos años quizás ha habido un exceso de carga ideológica sobre las políticas culturales, han querido ser arte y parte de un proceso de transformación político claramente influido por la aparición de las nuevas izquierdas en este país. Hay un aspecto que puedo entender porque nada es independiente de esta transformación, pero creo que algunos elementos, como una cierta necesidad de redimir el mundo de la educación, rompen la esencia básica de la política cultural. El debate entre cultura y educación es muy interesante porque hay dos maneras de enfocarlo: una preguntándonos qué debería hacer la educación por la cultura y la otra qué puede hacer la cultura por la educación. La educación hace siglos que está muy corporativizada y cuenta con un importante cuerpo funcionarial que desarrolla su trabajo bajo unas pautas curriculares, mientras que la cultura es todo lo contrario. Podríamos decir que la educación tiene una obligación básica de hacernos a todos iguales mientras que la cultura tiene la de hacernos diferentes.

-Más cuestiones a considerar, puntos de divergencia o no…
-Hay que reequilibrar lo que podríamos decir la política cultural central, basada en la idea de ciudad, que ha sido la del Instituto de Cultura de Barcelona (ICUB), y la de los barrios. Este es un objetivo básico de la política cultural, y en Barcelona lo es doblemente por el impacto del turismo que fagocita la ciudad hacia el centro. Si no reequilibramos territorial y culturalmente hacia los distritos y barrios, el efecto turístico, que es altamente centrípeto, acaba borrando la dimensión global de la vida cultural de Barcelona y crea el espejismo de que todo pasa en el centro cosmopolita. Esto nos hace perder mucho talento creativo, impide que muchas carreras profesionales artísticas puedan prosperar favorablemente y estorba también la evolución del «consumo cultural» entendido en términos comerciales o de participación.

–¿Hablamos de cantidades o de contenidos culturales?
-Es muy importante decidir dónde y cómo se mide la autentica capacidad de aportación de un producto artístico o cultural en términos de referencia o de interés trascendente. Esta no es una cuestión menor porque la cultura tiene un punto trascendente; todos somos consecuencia de experiencias culturales muy singulares. ¿Cómo se marca la pauta de aquello que va más allá del puro entretenimiento? ¿Se determina aquí o en estadios internacionales? ¿Y cómo se hace para llegar a los niveles que finalmente acabarán produciendo un retorno de referencia? Creo que estos son algunos elementos que la ciudad no ha trabajado bien en los últimos años. No basta con decir que tenemos cincuenta grupos de teatro; yo prefiero cinco que realmente sean capaces de hacer un tipo de experiencia o de propuesta que trascienda lo que es llano e igual para todos.

-Pero sin ayuda pública la cultura no funciona…
-Hacen falta políticas públicas, evidentemente. Hay que huir de un concepto que se ha demonizado históricamente, pero que en la vida política está muy presente, el de la «repartidora». Las políticas públicas deben elegir y por eso es importante equilibrar el trabajo que no proviene de lo que hace el prescriptor de política cultural sino de lo que hacen los distritos y los barrios. Soy partidario de fortalecer culturalmente los distritos porque eso permite, desde un punto de vista general, central, hacer un trabajo de elección y discriminación entre contenidos. Enlazo con lo que he dicho antes: creo la cultura es educación, pero no es en sí misma una política educativa. Si convertimos la cultura en política educativa todo vale lo mismo, y eso lo vivimos con una doble moral porque en un festival como el Griego queremos ver productos con una cierta excelencia y en cambio si se hacen según qué políticas tendemos a allanarlo todo, a repartir sin distinciones.

-Recuperamos la cuestión del impacto turístico: ¿realmente el visitante ocasional participa de la vida cultural de Barcelona?
-El impacto del visitante extranjero u ocasional en la estructura cultural de la ciudad es altísimo, significa, por ejemplo, el 80-85% de las entradas del museo Picasso. Los grandes museos son el palo de pajar de la vida cultural de una ciudad y del interés que despierta, el reflejo más importante que vemos porque la actividad musical o teatral requieren de una cierta inmersión en su vida, aunque en Barcelona cada vez es más elevado el número de turistas en el Palau de la Música o en el Liceu, y altamente significativa las aportaciones del arte digital en centros inmersivos. Es evidente que no toda la actividad turística tiene una derivada cultural, pero es muy importante para la sostenibilidad de muchas entidades culturales barcelonesas. Esto al margen del impacto de sucesos internacionales como el Sonar o el Primavera Sound.

-¿Y qué pasa con el público local?
Si realmente hacemos un análisis de la vida cultural de Barcelona veremos enormes problemas de conexión de la oferta cultural de la ciudad con el público local.

-Esta es la cuestión: cómo las cosas que pasan en Barcelona se explican a los barceloneses, y no me refiero sólo a los que viven estrictamente en el término municipal. Serviría para interrogarnos una vez más sobre si existe una cultura metropolitana.
Se utiliza la palabra cultura metropolitana como si fuera un conjunto de valores y de elementos de identidad. Si lo entendemos en el sentido de circuitos y públicos sí hay un clarísimo consumo cultural metropolitano: buena parte del consumo cultural de Barcelona, como escaparate o como espacio de referencia, es metropolitano. La Mercè, por ejemplo, no es una fiesta mayor convencional sino un conjunto de festivales agrupados -musica, artes de calle, actividades populares- con un alto nivel de participación de gente de fuera. Creo que hay un problema grave a nivel metropolitana que no tenemos bien procesado y es que al público de Barcelona le cuesta mucho salir de la ciudad.

-Le cuesta llegar a los lugares incluso donde hay metro. En Barcelona habría fracasado el «teatro de la banlieue»…
-El teatro de la banlieue de París no funciona si se representa un repertorio que previamente ya se ha programado en la ciudad. Los contenidos originales movilizan al público como se ha demostrado en varias ocasiones con iniciativas de teatro en L’Hospitalet o Viladecans y evidencia el éxito, por ejemplo, del festival Temporada Alta donde va mucha gente de fuera de Girona porque es un gran polo de producción y de iniciativa.

”AHoy Barcelona se ha convertido en una gran fábrica de talento que exporta, pero le cuesta mucho exportar productos acabados”

 

 

 

-Da la impresión de que lo que pasa fuera de la Barcelona estricta, aunque hablemos de la metrópolis, es marcadamente local.
-Es muy local también porque, a diferencia de antros países que tienen un sistema financiero más equilibrado, los presupuestos culturales de los ayuntamientos son muy limitados y dedicados a equipamientos y estructuras básicas de proximidad como las bibliotecas. Por lo tanto, aquellas actividades que se presuponen para públicos amplios y que buscan una densidad de población que no existe en su ciudad, pero sí en un territorio más amplio, son ocasionales. No obstante, destaco iniciativas como el festival de payasos de Cornellà en su momento, los festivales de jazz de Terrassa, de blues de Cerdanyola, danza en Terrassa, danza y artes visuales en Sabadell, ciertos aspectos de la política teatral del Atrium de Viladecans, pero sin embargo no tenemos claramente una actividad cultural estable de escala metropolitana situada fuera de Barcelona.

-¿Puede haber?
-Cabe destacar un fenómeno muy interesante que ya veremos cómo evoluciona, se trata de la deslocalización, por razones inmobiliarias, de una parte del sector de artes visuales e industria creativa que se traslada de Barcelona a L’Hospitalet a la zona conocida como «distrito cultural». No son menos de 500 empresas de sectores creativos instaladas en un entorno urbano no demasiado definido, pero que ha creado un cojín que podríamos considerar una especie de Brooklyn de Barcelona. Actualmente hay dos polos de creación o de talento generalmente híbridos —que mezclan exhibición, creación, acción comercial— uno en Poblenou y el otro en L’Hospitalet.

-En Barcelona la colaboración publica privada es habitual, pero en la mayoría de ciudades metropolitanas no hay capacidad de iniciativas culturales fuera del Ayuntamientot.
-Ciertamente porque Barcelona tiene elementos que no tienen otras ciudades: masa crítica, capacidad de comunicación y de objetivar los fenómenos culturales desde el punto de vista mediático y de análisis crítico, estructuras patronales y comerciales importantes, una sociedad civil activa y posibilidad de hacer pactos para suplir inversiones del estado. Además de Barcelona deberíamos considerar también ciudades como Sabadell o Terrassa, entre otras, donde hay una cierta estructura empresarial y cívica potente, pero si eso era decisivo en los años noventa porque la capacidad de operar en términos culturales era analógica, hoy el impacto tecnológico, el marketing y la manera de enfocar los temas facilita que algunos procesos se puedan generar desde estas u otras ciudades. En 1991 en Barcelona se vendían 500.000 entradas de teatro, ahora se venden 2.800.000. El cambio no se ha producido tanto por el incremento de los públicos o la culturización sino por un proceso tecnológico que ha cambiado la manera de comprar las entradas. En definitiva, gracias a la tecnología algunos fenómenos culturales que hace unos años eran difíciles de imaginar ahora se pueden desarrollar sin el cojín institucional que muchas ciudades no tienen.

-Volvamos a una cuestión esencial: ¿cómo se pueden crear nuevos públicos consumidores de cultura?
-Esta es la pregunta del millón. En esencia los públicos se crean a través de unos procedimientos que tienen que ver con la manera en que transformamos nuestro proceso educativo. Nuestro consumo cultural forma parte de las inquietudes y curiosidades que nos ha generado la educación. Este para mí es el elemento clave, aunque creo que hay una generación que ha sido más consecuencia de un proceso de instrucción que de educación. La instrucción tenía una función de vincular al consumo cultural casi como un elemento obligado. El resultado del proceso educativo, en cambio, hace que nuestra vida cultural sea más ecléctica y a veces no pasa tanto por consumir un producto como por sentirse parte de la vida cultural. El concepto de consumidor ha sido sustituido por buena parte de la comunidad cultural por el de ser «activo cultural». Esto es importante porque lo que mide la vida cultural, la relación que hay entre quien propone y crea por un lado, y quien recibe por el otro se rompe un poco. También hemos tenido tendencia a considerar que parte de la solución del consumo cultural es económica, creyendo que si la cultura es cara y la abaratimos interesará a más gente, pero eso no siempre funciona. Y también hay que decir que si la cultura pierde ciertos códigos de calidad y exigencia acaba generando un interés muy neutro y por lo tanto tampoco funciona.

-¿Cómo son las relaciones culturales de Barcelona con el conjunto de Cataluña?
-Cataluña es un país demasiado pequeño para desarrollar una actividad cultural muy descentralizada y la relación que Barcelona establece con su entorno me parece muy normal. Se puede ubicar un espacio de creación en Terrassa, Sabadell, Mataró o Vilanova y su ámbito de referencia ser Barcelona. La socialización cultural necesita un principio de subsidiariedad y, por lo tanto, cuanto más próxima sea al territorio mucho mejor, pero en cambio la producción cultural de calidad necesita densidad, cierto territorio para poder fluir.

-¿Y las relaciones con el resto de España?
-Es esencial decidir en qué términos nos queremos relacionar con el conjunto de España y lo que representa en términos culturales, con un entorno enorme que podemos definir como la industria de la lengua, es decir el castellano. Para Barcelona ser la cocapital de España en términos culturales implica un diálogo con Madrid y con todo el entorno de la lengua castellana. Si no se quiere o no se puede establecer este diálogo se entra en otra dimensión que lleva a dos territorios completamente diferentes. Las consecuencias de uno u otro debate no tienen ninguna afectación real, según mi punto de vista, sobre la evolución del catalán como lengua, pero nos dimensionan culturalmente de manera muy diferente, especialmente cuando las tecnologías, el entorno digital, convierte cualquier propuesta cultural claramente en global o internacional.

-¿Se podría orientar positivamente la relación?
-Hace 25 años, cuando no se planteaba en este país ningún debate independentista o nacionalista radical y la idea federal era ampliamente asumido por el mundo de la cultura, muchas personas trabajó para definir un concepto que era el sistema cultural catalán. Era colaborativo y entrelazado con un paisaje más grande; quería justamente liderar el paisaje cultural español, planteando, incluso, que el principal centro de producción audiovisual español podés ubicarse perfectamente en Cataluña. Pero si el sistema cultural catalán se convierte en un conjunto de elementos que deben sobrevivir por ellos mismos, que deben buscar a su público en el propio sistema soñamos con el gran problema que significa no tener suficiente masa critica. Hoy Barcelona se ha convertido en una gran fábrica de talento que exporta, pero le cuesta mucho exportar productos acabados.

-¿Esto cómo se aborda?
-Las enormes presiones que recibe este sistema cultural catalán para generar un modelo de consumo propio no siempre es compatible con los requerimientos de circulación de los productos culturales y la realidad es que tiene dificultades de entendimiento con la cultura producida en el resto de España. Se podemos discutir las razones y cada uno tendrá las suyas pero se ha roto el principio básico en cultura de naturalizar la coproducción como una manera de funcionar y eso no quiere decir un acuerdo económico entre dos partes, quiere decir el intercambio, la interrelación entre creadores, artistas, gestores, empresarios… Este mecanismo que normaliza la relación entre lo que pasa aquí y lo que pasa en otros lugares de España atraviesa por dificultades en este momento y tiene como consecuencia una cierta pérdida del papel referencial que Cataluña y Barcelona habían tenido culturalmente en el ámbito latinoamericano.

–¿El propio acuerdo de cocapitalidad de Barcelona con el Estado puede ayudar a desencallar la situación?
-El acuerdo de cocapitalidad debe aprovecharse bien y darle sentido porque está claro que este convenio se puede utilizar de dos maneras: Barcelona recibe un dinero y los utiliza para compensar los déficits del Estado en materia de inversión convirtiendo estos recursos en política local o bien los aprovecha lo máximo posible para crear espacios y proyectos de referencia en Barcelona que marquen una pauta para el conjunto de España.

XAVIER MARCÉ: TURISMO A ESCALA METROPOLITANA

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