LA LUZ INTENSA DEL BARÇA PARA BARCELONA Y EL MUNDO
Manel Manchón, periodista especializado en economía y política, reflexiona sobre el impacto del equipo barcelonés para la ciudad y más allá, sobre todo a raíz de la futura remodelación del estadio
Por Manel Manchón, periodista especializado en economía y política
En un mundo virtual, lo físico cobra una especial importancia. La presencia de una empresa, –de un medio de comunicación, de una firma determinada, de un objeto identificable–, en un espacio público genera un sentimiento de pertenencia. La comunidad, con hechos tangibles que puede compartir con otros, puede exhibir un orgullo con un enorme efecto multiplicador: ayuda a seguir adelante, a pensar y en poner en marcha nuevas iniciativas, con la convicción de que todos los esfuerzos han valido la pena.
Es lo que Barcelona, además de muchas otras cuestiones, –desde el empuje que muestra con el sector turístico hasta los salones especializados que organiza Fira de Barcelona–, puede lograr con el nuevo estadio del F.C.Barcelona. Es lo mejor que podía hacer el propio club deportivo, y lo más importante que puede exhibir al mundo la ciudad en los próximos años.
La razón es clara. Guarda relación con las propias inversiones para la construcción de un estadio –en parte, porque se trata de rehacer y ampliar el Camp Nou—y la planificación y puesta a punto de los barrios de Les Corts, donde se ubica la infraestructura deportiva. Para el club, al margen de los problemas económicos que sufre, la instalación asegura su futuro. Ancla el equipo deportivo en la ciudad, lo hace más reconocible en el mundo y lo aleja, por tanto, de posibles franquicias. Lo que suceda deportivamente, los partidos de fútbol –y todas las emociones que eso conlleva—se identificará con una ciudad, Barcelona, que ya tiene un enorme atractivo en todo el planeta, pero que necesita regenerar de forma continua ese intangible que se vincula con la ilusión.
“El debate no ha hecho más que empezar —y no solo en el caso concreto del Barça— entre el espacio privado y público.” |
Eso es más importante –aunque pueda parecer lo contrario—que las propias inversiones y las cuestiones prácticas que se van a vivir en la ciudad. En todo caso, éstas no son menores. La remodelación del estadio y el proyecto asociado, el “Espai Barça”, tendrá un impacto económico notable en la capital catalana. El coste de 1.450 millones de euros es importante. Esa inversión debe permitir un incremento en los ingresos que se derivan del turismo y de los eventos que se puedan generar en el propio estadio. Todo ello incluye patrocinios y lo que se denominado “naming rights”. También provocará un aumento en la oferta de ocio y de entretenimiento, generando más visitantes y más ingresos para la ciudad.
El propio estadio generará ingresos para el club, con una capacidad de 105.000 espectadores. El club tiene previsto organizar distintos eventos, desde conciertos musicales o acontecimientos culturales. Y siempre estará la experiencia inmersiva del museo del F. C. Barcelona, que ha sido durante años el museo más visitado en Catalunya.
La cuestión es que todo depende de cómo se afronte una inversión como ésta. Es decir, un club de fútbol, una entidad privada con una enorme dimensión social, que excede a sus todavía propietarios –los socios—que debe entenderse y colaborar con una administración pública local. Porque el debate no ha hecho más que iniciarse –y no únicamente por el caso concreto del Barça—entre el espacio privado y el espacio público. ¿Cómo se conjuga esa disyuntiva?
Para la ciudad es esencial que se pueda afrontar desde la máxima colaboración. Y así se ha pensado, con la participación de las asociaciones de vecinos que están vinculadas al proyecto. La idea es reordenar todo el ámbito territorial, en Les Corts, rompiendo la barrera urbana que suponían hasta ahora las instalaciones del club. El estadio se integra en el tejido urbano del barrio.
Barcelona contará, de hecho, con un espacio nuevo. El 40% de todo el ámbito en el que se trabaja será público y se mejora la conexión entre la Travessera de Les Corts y el Campus Sud con una vía cívica que teje toda la transformación, con lo que se modifica el trazado de la calle Arístides Maillol. El suelo público global se incrementa en 10.000 metros cuadrados y las zonas verdes en unos 20.000. Y otros 30.000 metros cuadrados se destinan a nuevos espacios libres de uso público.
Lo que se pretende es que haya un equilibrio económico entre las plusvalías que generan las nuevas actividades privadas y la inversión pública en el barrio de Les Corts, a partir de equipamientos necesarios y demandados por los vecinos.
Todo ello es importante. La ciudad se transforma. El urbanismo, su capacidad para adaptarse a las necesidades sociales, es esencial. Y Barcelona ha hecho gala de ello a lo largo de los últimos decenios y, en especial, a partir de los Juegos Olímpicos de 1992.
Pero hay algo más trascendente. Las ciudades compiten entre ellas en todo el planeta. Son las que generan actividad, también ilusión y expectativas de cambio. Atraen a una población joven, con deseos de protagonizar cambios en sus propias vidas y para el conjunto de las sociedades en las que viven. Y las ciudades se dan a conocer por los símbolos que puedan exhibir.
Barcelona, hoy, sabe que seguirá siendo la sede de un club deportivo de enorme influencia en el mundo, reconocido y admirado. Tendrá otros muchos activos, pero es consciente de que no podía perder la luz intensa que genera el Barça.
Y no es algo obvio. La nueva fase del capitalismo, donde todo se puede comprar y llevar a territorios distintos, –la Liga desea organizar partidos de fútbol de los principales equipos en Miami, uno o dos al año—puede hacer posible lo hasta hace poco impensable.
El Barça jugará sus partidos como local en Barcelona. Y la ciudad se beneficiará de ello. Con un estadio nuevo, que transforma urbanísticamente parte de esa capital. La luz de la capital catalana seguirá siendo intensa.
Por Manel Manchón, periodista especializado en economía y política
En un mundo virtual, lo físico cobra una especial importancia. La presencia de una empresa, –de un medio de comunicación, de una firma determinada, de un objeto identificable–, en un espacio público genera un sentimiento de pertenencia. La comunidad, con hechos tangibles que puede compartir con otros, puede exhibir un orgullo con un enorme efecto multiplicador: ayuda a seguir adelante, a pensar y en poner en marcha nuevas iniciativas, con la convicción de que todos los esfuerzos han valido la pena.
Es lo que Barcelona, además de muchas otras cuestiones, –desde el empuje que muestra con el sector turístico hasta los salones especializados que organiza Fira de Barcelona–, puede lograr con el nuevo estadio del F.C.Barcelona. Es lo mejor que podía hacer el propio club deportivo, y lo más importante que puede exhibir al mundo la ciudad en los próximos años.
La razón es clara. Guarda relación con las propias inversiones para la construcción de un estadio –en parte, porque se trata de rehacer y ampliar el Camp Nou—y la planificación y puesta a punto de los barrios de Les Corts, donde se ubica la infraestructura deportiva. Para el club, al margen de los problemas económicos que sufre, la instalación asegura su futuro. Ancla el equipo deportivo en la ciudad, lo hace más reconocible en el mundo y lo aleja, por tanto, de posibles franquicias. Lo que suceda deportivamente, los partidos de fútbol –y todas las emociones que eso conlleva—se identificará con una ciudad, Barcelona, que ya tiene un enorme atractivo en todo el planeta, pero que necesita regenerar de forma continua ese intangible que se vincula con la ilusión.
Eso es más importante –aunque pueda parecer lo contrario—que las propias inversiones y las cuestiones prácticas que se van a vivir en la ciudad. En todo caso, éstas no son menores. La remodelación del estadio y el proyecto asociado, el “Espai Barça”, tendrá un impacto económico notable en la capital catalana. El coste de 1.450 millones de euros es importante. Esa inversión debe permitir un incremento en los ingresos que se derivan del turismo y de los eventos que se puedan generar en el propio estadio. Todo ello incluye patrocinios y lo que se denominado “naming rights”. También provocará un aumento en la oferta de ocio y de entretenimiento, generando más visitantes y más ingresos para la ciudad.
El propio estadio generará ingresos para el club, con una capacidad de 105.000 espectadores. El club tiene previsto organizar distintos eventos, desde conciertos musicales o acontecimientos culturales. Y siempre estará la experiencia inmersiva del museo del F. C. Barcelona, que ha sido durante años el museo más visitado en Catalunya.
La cuestión es que todo depende de cómo se afronte una inversión como ésta. Es decir, un club de fútbol, una entidad privada con una enorme dimensión social, que excede a sus todavía propietarios –los socios—que debe entenderse y colaborar con una administración pública local. Porque el debate no ha hecho más que iniciarse –y no únicamente por el caso concreto del Barça—entre el espacio privado y el espacio público. ¿Cómo se conjuga esa disyuntiva?
Para la ciudad es esencial que se pueda afrontar desde la máxima colaboración. Y así se ha pensado, con la participación de las asociaciones de vecinos que están vinculadas al proyecto. La idea es reordenar todo el ámbito territorial, en Les Corts, rompiendo la barrera urbana que suponían hasta ahora las instalaciones del club. El estadio se integra en el tejido urbano del barrio.
“El debate no ha hecho más que empezar —y no solo en el caso concreto del Barça— entre el espacio privado y público.” |
Barcelona contará, de hecho, con un espacio nuevo. El 40% de todo el ámbito en el que se trabaja será público y se mejora la conexión entre la Travessera de Les Corts y el Campus Sud con una vía cívica que teje toda la transformación, con lo que se modifica el trazado de la calle Arístides Maillol. El suelo público global se incrementa en 10.000 metros cuadrados y las zonas verdes en unos 20.000. Y otros 30.000 metros cuadrados se destinan a nuevos espacios libres de uso público.
Lo que se pretende es que haya un equilibrio económico entre las plusvalías que generan las nuevas actividades privadas y la inversión pública en el barrio de Les Corts, a partir de equipamientos necesarios y demandados por los vecinos.
Todo ello es importante. La ciudad se transforma. El urbanismo, su capacidad para adaptarse a las necesidades sociales, es esencial. Y Barcelona ha hecho gala de ello a lo largo de los últimos decenios y, en especial, a partir de los Juegos Olímpicos de 1992.
Pero hay algo más trascendente. Las ciudades compiten entre ellas en todo el planeta. Son las que generan actividad, también ilusión y expectativas de cambio. Atraen a una población joven, con deseos de protagonizar cambios en sus propias vidas y para el conjunto de las sociedades en las que viven. Y las ciudades se dan a conocer por los símbolos que puedan exhibir.
Barcelona, hoy, sabe que seguirá siendo la sede de un club deportivo de enorme influencia en el mundo, reconocido y admirado. Tendrá otros muchos activos, pero es consciente de que no podía perder la luz intensa que genera el Barça.
Y no es algo obvio. La nueva fase del capitalismo, donde todo se puede comprar y llevar a territorios distintos, –la Liga desea organizar partidos de fútbol de los principales equipos en Miami, uno o dos al año—puede hacer posible lo hasta hace poco impensable.
El Barça jugará sus partidos como local en Barcelona. Y la ciudad se beneficiará de ello. Con un estadio nuevo, que transforma urbanísticamente parte de esa capital. La luz de la capital catalana seguirá siendo intensa.
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