DECIDIR ANTES DEL PORQUÉ

Hay que revisar a fondo el modelo caduco de la ciudad industria/servicios que todavía fija Barcelona e impulsar el concepto de Distrito Innovador, que no responde a los límites administrativos del área Metropolitana.

Josep-Maria Ureta, periodista.

¿Has comido del fruto del árbol que yo te había prohibido? Adam respondió: La mujer que has puesto a mi lado me ha ofrecido el fruto del árbol y he comido. Entonces el Señor-Dios preguntó a Eva y ella respondió: La serpiente me ha engañado y he comido.
(Genesis, 3. 11-14)

Este pasaje de la Biblia ha servido al experto en computación y filósofo Judea Pearl para escribir un texto apasionante, El libro del porqué (Pasado/Presento, 2020), que invita a saber distinguir entre causa y efecto. A Pearl, judío, le llama la atención que mientras Jahvè pregunta qué han hecho, Adam y Eva responden por qué lo han hecho. Rehuyen la pregunta principal. Distinguir entre qué y por qué todavía es la distancia amplia entre la inteligencia humana y lo artificial, y va por largo.
El 2020 nos ha llevado a una dimensión inesperada, hacernos preguntas básicas sobre nuestra fragilidad humana planetaria. ¿Es un qué o un por qué? La inmediatez de respuesta del sector de la salud mundial (atender a los afectados) y el científico (vacunas) es lo más esperanzador, pero rehuye otra vez el fondo de la cuestión: ¿qué y por qué se ha hecho mal?

La llamada biblia del mundo económico mundial es la británica The Economist. Su icónica portada de diciembre de cada año correspondiente al 2020 (excepcionalmente publicada en noviembre) sobre qué nos esperaba el 2021 fue astuta: una captación de pantalla de una máquina de tragaperras donde salían todo tipo de posibilidades de poder poner en fila los tres pictogramas que te dan premio. O sea, no sabían qué nos deparará el 2021, pero en páginas interiores hacían un eikosileg (20 preceptos), de lo que puede pasar a partir de ahora. Vienen a decir que el paraíso de los 1980-2020 son mamuts de relaciones industria-servicios en extinción, al menos en el concepto de proximidad.

El trabajo no presencial seguirá, dicen los redactores sabiondos, quizás demasiado centrados en Londres, como proveedora de servicios globales, pero añaden una serie de conceptos innovadores en cuanto a urbanismo y gobierno bastante indicativos: la llamada deslocalización de determinados servicios hacia zonas alejadas es limitada. Por más que se diga, los trabajadores vinculados a grandes empresas de todo tipo tendrán que ir a reuniones a la antigua oficina cada mes. Aun así, esta reorganización de trabajo a casa e ida a las oficinas propicia un cambio sustancial: la aparición de nuevos centros de encuentro diseñados para hacer reuniones más cerca de casa y dónde habrá servicios integrados (bares, tiendas, peluquerías) donde se irá de vez en cuando por motivos de trabajo. La descripción de The Economist, es tan imaginativa como premonitoria.

“La reorganización del trabajo en casa e ida a las oficinas propicia un cambio sustancial: la aparición de nuevos centros de encuentro diseñados para hacer reuniones más cerca de casa y donde habrá servicios integrados.”

Sería un desorden bíblico pensar que todo esto es irremediable porque no esperábamos una pandemia. Se trata de un error de confundir qué y por qué. Ya nos avisaban desde hace décadas que debemos cambiar nuestros parámetros de actuación por la disrupción del mundo digital y su crecimiento exponencial. El tecnólogo Miquel Barceló, uno de los precursores del 22@ —del cual ya dice que hay que superar— ha redefinido su análisis del crecimiento de las grandes ciudades y el entorno (siempre Barcelona como referencia, pero sin límites) en el reciente Innocities, (edición propia que se puede encontrar en la librería Nollegiu del Pueblo Nuevo), donde revisa la caducidad de los modelos todavía vigentes del siglo XX en la concepción de ciudades industriales de éxito y propone un concepto tan abstracto como entendedor, el Distrito Innovador. “Cuando en una sociedad hay gente formada, impregna al resto”.

Hay que revisar a fondo el modelo caduco de la ciudad industria/servicios que todavía fija Barcelona e impulsar el concepto de Distrito Innovador, que no responde a los límites administrativos del área Metropolitana, limitada a gestionar el abastecimiento de agua, la eliminación de residuos y la red de transportes públicos. Todavía no incluye nada vinculado a la sociedad del conocimiento, las redes de comunicación que garantizan a todas las empresas el acceso a los datos que necesitan a un precio asequible.

En la Jornada de los Economistas del 2018, el profesor de Economía de la UAB Joan Trullén insistió: “La economía del conocimiento es densa en ocupación y necesita más que antes de condiciones urbanas favorables”. Pensando que Barcelona es parte de la 11ª megaregión del mundo (de Alicante a Lyon), avisa: “El crecimiento debe ser inclusivo y mejorar la redistribución de la renta dentro del área contemplada”.

El canadiense Richard Florida es otra autoridad en espacios urbanos. Hace una década ya describió (Las ciudades creativas, Pórtico 2011) con precisión tanto la emergencia de las clases creativas vinculadas al mundo digital como sus efectos. Barcelona como cabeza de una área más grande sale en buena posición por población y ocupación, pero no tanto por PIB, o sea, aprueba justito en innovación.

Florida describe ahora los modelos de sociedades cambiantes a The big great reset (versión española en Planeta), donde reset se traduce por «reajustar». Insiste en los cambios de hábitos de consumo y de propiedad. Pero justo a finales del 2020 reaparece, ¡ep!, el creador del Foro de Davos y gurú mundial Klaus Schwab, en un libro acabado de cocinar, Covid-19 The great reset, donde confirma que la pandemia lo cambia todo y propone lo necesario para tener un mundo más inclusivo y resistente. Ya no se trata de reajustar sino de recomponer. El verbo inglés reset es el mismo, el significado, no.

Otro estudioso de las metrópolis de todo el mundo es el catedrático del Iese Xavier Vives. Hace menos de un año describió en La Vanguardia los cambios irreversibles de la pandemia: menos mundialización económica y más producción local; y también que hay que “revisar la densidad urbana y el transporte”. Vives, un analista muy preciso, presentó el 2009 en el IEC un modelo de evaluación global con datos de todo tipo (un centenar) para saber si un espacio metropolitano tiene potencia de desarrollo. Tres ejes de atracción: recreo (turismo y congresos), innovación y capacidad de ser sede de empresas. Entonces, la conclusión de Vives era que Barcelona estaba en buena posición relativa en el conjunto de las 59 regiones metropolitanas mundiales. Sumaba el turismo, restaba ser sede de empresas y equilibraba la emergente red de centros de investigación y pequeñas empresas con suficiente talento para crecer. Hoy solo esta tercera tiene potencial para liderar la metrópoli.

Y si volvemos a la Génesis, a la pregunta de qué hay que hacer por la pandemia la respuesta debe ser, “es que es una sindèmia” (sin-, de sinergia) la coexistencia coincidente de fenómenos diversos que llevan a un cambio social. El porqué: hemos cambiado el modelo urbano porque la innovación afecta todos los ámbitos, no solo la pandemia.

La ecología es la nueva economía, porque ofrece oportunidades para desarrollar nuevas formas de producción, de consumo, de intercambio y de fomento de la vida, que no pongan en peligro nuestra propia existencia en el planeta y que permiten atraer talento y definir nuevos liderazgos en el mundo.

Josep-Maria Ureta, periodista.

¿Has comido del fruto del árbol que yo te había prohibido? Adam respondió: La mujer que has puesto a mi lado me ha ofrecido el fruto del árbol y he comido. Entonces el Señor-Dios preguntó a Eva y ella respondió: La serpiente me ha engañado y he comido.
(Genesis, 3. 11-14)

Este pasaje de la Biblia ha servido al experto en computación y filósofo Judea Pearl para escribir un texto apasionante, El libro del porqué (Pasado/Presento, 2020), que invita a saber distinguir entre causa y efecto. A Pearl, judío, le llama la atención que mientras Jahvè pregunta qué han hecho, Adam y Eva responden por qué lo han hecho. Rehuyen la pregunta principal. Distinguir entre qué y por qué todavía es la distancia amplia entre la inteligencia humana y lo artificial, y va por largo.
El 2020 nos ha llevado a una dimensión inesperada, hacernos preguntas básicas sobre nuestra fragilidad humana planetaria. ¿Es un qué o un por qué? La inmediatez de respuesta del sector de la salud mundial (atender a los afectados) y el científico (vacunas) es lo más esperanzador, pero rehuye otra vez el fondo de la cuestión: ¿qué y por qué se ha hecho mal?

La llamada biblia del mundo económico mundial es la británica The Economist. Su icónica portada de diciembre de cada año correspondiente al 2020 (excepcionalmente publicada en noviembre) sobre qué nos esperaba el 2021 fue astuta: una captación de pantalla de una máquina de tragaperras donde salían todo tipo de posibilidades de poder poner en fila los tres pictogramas que te dan premio. O sea, no sabían qué nos deparará el 2021, pero en páginas interiores hacían un eikosileg (20 preceptos), de lo que puede pasar a partir de ahora. Vienen a decir que el paraíso de los 1980-2020 son mamuts de relaciones industria-servicios en extinción, al menos en el concepto de proximidad.

El trabajo no presencial seguirá, dicen los redactores sabiondos, quizás demasiado centrados en Londres, como proveedora de servicios globales, pero añaden una serie de conceptos innovadores en cuanto a urbanismo y gobierno bastante indicativos: la llamada deslocalización de determinados servicios hacia zonas alejadas es limitada. Por más que se diga, los trabajadores vinculados a grandes empresas de todo tipo tendrán que ir a reuniones a la antigua oficina cada mes. Aun así, esta reorganización de trabajo a casa e ida a las oficinas propicia un cambio sustancial: la aparición de nuevos centros de encuentro diseñados para hacer reuniones más cerca de casa y dónde habrá servicios integrados (bares, tiendas, peluquerías) donde se irá de vez en cuando por motivos de trabajo. La descripción de The Economist, es tan imaginativa como premonitoria.

«La reorganización del trabajo en casa e ida a las oficinas propicia un cambio sustancial: la aparición de nuevos centros de encuentro diseñados para hacer reuniones más cerca de casa y donde habrá servicios integrados.”

 

 

 

Sería un desorden bíblico pensar que todo esto es irremediable porque no esperábamos una pandemia. Se trata de un error de confundir qué y por qué. Ya nos avisaban desde hace décadas que debemos cambiar nuestros parámetros de actuación por la disrupción del mundo digital y su crecimiento exponencial. El tecnólogo Miquel Barceló, uno de los precursores del 22@ —del cual ya dice que hay que superar— ha redefinido su análisis del crecimiento de las grandes ciudades y el entorno (siempre Barcelona como referencia, pero sin límites) en el reciente Innocities, (edición propia que se puede encontrar en la librería Nollegiu del Pueblo Nuevo), donde revisa la caducidad de los modelos todavía vigentes del siglo XX en la concepción de ciudades industriales de éxito y propone un concepto tan abstracto como entendedor, el Distrito Innovador. “Cuando en una sociedad hay gente formada, impregna al resto”.

Hay que revisar a fondo el modelo caduco de la ciudad industria/servicios que todavía fija Barcelona e impulsar el concepto de Distrito Innovador, que no responde a los límites administrativos del área Metropolitana, limitada a gestionar el abastecimiento de agua, la eliminación de residuos y la red de transportes públicos. Todavía no incluye nada vinculado a la sociedad del conocimiento, las redes de comunicación que garantizan a todas las empresas el acceso a los datos que necesitan a un precio asequible.

En la Jornada de los Economistas del 2018, el profesor de Economía de la UAB Joan Trullén insistió: “La economía del conocimiento es densa en ocupación y necesita más que antes de condiciones urbanas favorables”. Pensando que Barcelona es parte de la 11ª megaregión del mundo (de Alicante a Lyon), avisa: “El crecimiento debe ser inclusivo y mejorar la redistribución de la renta dentro del área contemplada”.

El canadiense Richard Florida es otra autoridad en espacios urbanos. Hace una década ya describió (Las ciudades creativas, Pórtico 2011) con precisión tanto la emergencia de las clases creativas vinculadas al mundo digital como sus efectos. Barcelona como cabeza de una área más grande sale en buena posición por población y ocupación, pero no tanto por PIB, o sea, aprueba justito en innovación.

Florida describe ahora los modelos de sociedades cambiantes a The big great reset (versión española en Planeta), donde reset se traduce por «reajustar». Insiste en los cambios de hábitos de consumo y de propiedad. Pero justo a finales del 2020 reaparece, ¡ep!, el creador del Foro de Davos y gurú mundial Klaus Schwab, en un libro acabado de cocinar, Covid-19 The great reset, donde confirma que la pandemia lo cambia todo y propone lo necesario para tener un mundo más inclusivo y resistente. Ya no se trata de reajustar sino de recomponer. El verbo inglés reset es el mismo, el significado, no.

Otro estudioso de las metrópolis de todo el mundo es el catedrático del Iese Xavier Vives. Hace menos de un año describió en La Vanguardia los cambios irreversibles de la pandemia: menos mundialización económica y más producción local; y también que hay que “revisar la densidad urbana y el transporte”. Vives, un analista muy preciso, presentó el 2009 en el IEC un modelo de evaluación global con datos de todo tipo (un centenar) para saber si un espacio metropolitano tiene potencia de desarrollo. Tres ejes de atracción: recreo (turismo y congresos), innovación y capacidad de ser sede de empresas. Entonces, la conclusión de Vives era que Barcelona estaba en buena posición relativa en el conjunto de las 59 regiones metropolitanas mundiales. Sumaba el turismo, restaba ser sede de empresas y equilibraba la emergente red de centros de investigación y pequeñas empresas con suficiente talento para crecer. Hoy solo esta tercera tiene potencial para liderar la metrópoli.

Y si volvemos a la Génesis, a la pregunta de qué hay que hacer por la pandemia la respuesta debe ser, “es que es una sindèmia” (sin-, de sinergia) la coexistencia coincidente de fenómenos diversos que llevan a un cambio social. El porqué: hemos cambiado el modelo urbano porque la innovación afecta todos los ámbitos, no solo la pandemia.

La ecología es la nueva economía, porque ofrece oportunidades para desarrollar nuevas formas de producción, de consumo, de intercambio y de fomento de la vida, que no pongan en peligro nuestra propia existencia en el planeta y que permiten atraer talento y definir nuevos liderazgos en el mundo.

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