DESCARBONIZAR LA METRÓPOLIS: VERDADERO RETO ANTE EL CAMBIO CLIMÁTICO
Por Héctor Santcovksy, sociólogo y politólogo
Las terribles imágenes que nos ha mostrado estas semanas la televisión respecto a la crisis provocada por una DANA en Valencia pone en evidencia el hecho de que el cambio climático es un hecho lo suficientemente serio como para abordarlo de una manera estructural en todos los ámbitos y, por supuesto, en las ciudades y metrópolis.
La descarbonización y el combate del cambio climático se ha convertido en un elemento clave en las estrategias de ciudad. De hecho, las ciudades emiten entre el 70 y 75% de los gases de efecto invernadero, si sumamos los de los usos residenciales, el transporte, la industria urbana y el comercio.
El ayuntamiento de Barcelona ha dado un paso muy importante, dotado de un presupuesto significativo, y que incluye importantes medidas en casi todos los ámbitos en los que puede intervenir. Es un paso que una tiene doble significación: es contenido y es mensaje. La ciudadanía y los agentes sociales y económicos reciben una señal clara de que el ayuntamiento apostará por alcanzar uno de los retos más importantes que tiene la humanidad hoy en día.
Una vez más, los municipios, que continúan abriendo camino para paliar los efectos del cambio climático, tienen políticas ambientales como en su momento representaron la Carta y Agenda de Aalborg y la Agenda 21.
Continuar trabajando por la recogida selectiva, el control de las emisiones industriales, la implantación progresiva (aunque muy lenta en cuanto a los vehículos de vehículos eléctricos, de pasajeros, mercancías y privado), el lento avance de la instalación de las renovables en empresas, equipamientos públicos y residenciales, la falta de avances importantes en la mitigación y adaptación energética en busca de mayor eficiencia, y todos los esfuerzos son bienvenidos, pero hay que acelerar procesos.
Los argumentarios que frenan las dificultades derivadas de los precios, controles, legislaciones, soportes, incluso de stocks de vehículos y placas fotovoltaicas, son razones válidas, pero no suficientes para no asumir la magnitud de la problemática.
Por otro lado, las ciudades y metrópolis tienen posibilidades limitadas para mejorar las causas estructurales, porque muchas de las acciones las deben desplegar empresas y comunidades de vecinos y vecinas. Esto aparte, tienen una capacidad muy limitada para generar energía verde, por lo tanto, de una manera u otra deben pactar con el territorio allí donde esto sea posible.
«Este es el principal reto: cambiar la forma de abordar el problema, y los municipios han liderado la presión para hacer oír la voz de la proximidad en las políticas de transformación energética y medioambiental.” |
Sin embargo, hay un largo recorrido de cosas que deberían estar haciéndose en las ciudades para mejorar de manera sustancial su política en materia de lucha contra el cambio climático y para la descarbonización. El tema, aparte de un catálogo de medidas, pasa por cuatro principios definidos:
1. Asumir la magnitud del problema.
2. Elaborar un conjunto de actuaciones en perspectiva global y holística, tal y como está haciendo Barcelona, pero que aún restarían más medidas, sobre todo de la ciudadanía y las empresas.
3. Comprometer al conjunto de los actores en una estrategia interinstitucional y de concertación con los tejidos sociales y económicos.
4. Tomar una dimensión territorial amplia porque la contaminación y las emisiones no conocen fronteras en términos de aire y espacios.
A la larga, esto significará trabajar en todas las líneas de actuación, desde aquellas que van en temas de eficiencia energética, a otras de cambios en materia de movilidad o de suministro de energía de proximidad.
Esta política afectará a casi todos los órdenes de las políticas públicas en un territorio como el metropolitano y habrá que tener en cuenta cómo operarían los diversos objetivos que se deben alcanzar hacia la movilidad sostenible; la eficiencia energética de los edificios y viviendas; la instalación de energía fotovoltaica en edificios públicos; el tratamiento de los residuos, especialmente para reducir el impacto; aprovechar materia orgánica para producir biometano y promover más activamente la economía circular; promoción de comunidades energéticas y consumo compartidos; la replanificación de las infraestructuras verdes a la luz de los nuevos retos; intervenir contundentemente en construcciones libres de emisiones, entre otras medidas.
Pero hay cuatro componentes que son clave en la reformulación del combate contra el cambio climático:
1. La sensibilización, que debe ir mucho más allá que actitudes de «declaración de principios».
2. La implantación de una política de mayor apoyo a los emprendimientos que ciudadanía, instituciones y empresas toman por iniciativas de descarbonización.
3. La concertación con otras instituciones y empresas públicas y privadas para acelerar en un modelo de plan único territorial.
4. Y, por último, hay que hacer una acción de presión sobre los organismos supralocales, especialmente sobre el Estado. Muchos apoyos, ya sean económicos o fiscales, no pueden depender de actos voluntaristas de organismos locales. Los territorios, a nivel local o metropolitano, deben asumir la función de liderazgo ante, sobre todo, de Hacienda y Economía para tener apoyos, exenciones, créditos fiscales, financiación, etc., que ayuden en esta transformación trascendental.
Esto es, seguramente, el principal reto: cambiar la forma de abordar el problema, y los municipios han liderado la presión para hacer oír la voz de la proximidad en las políticas de transformación energética y medioambiental.
Todo este planteamiento exige un modelo de gobernanza innovadora que contenga planes de acción conjuntos, presupuestos verdes, monitorización colectiva de las emisiones, y seguimiento del impacto climático en los distintos territorios. Y es el rol de la política ahora: tomar el liderazgo, en nuestro caso metropolitano, para afrontar un reto que se hace imprescindible y que requiere una acción conjunta de todos los actores para avanzar hacia una descarbonización necesaria.
Y, nuevamente, debemos reconocer que Barcelona ha dado un gran paso. Ahora hay que sumar todos los actores y la ciudadanía, y el territorio que comprende la Región, y plantear una estrategia con el Estado y la Generalitat para acelerar el proceso por una ciudad libre de emisiones en un horizonte lo más cercano posible.
Por Héctor Santcovksy, sociólogo y politólogo
Las terribles imágenes que nos ha mostrado estas semanas la televisión respecto a la crisis provocada por una DANA en Valencia pone en evidencia el hecho de que el cambio climático es un hecho lo suficientemente serio como para abordarlo de una manera estructural en todos los ámbitos y, por supuesto, en las ciudades y metrópolis.
La descarbonización y el combate del cambio climático se ha convertido en un elemento clave en las estrategias de ciudad. De hecho, las ciudades emiten entre el 70 y 75% de los gases de efecto invernadero, si sumamos los de los usos residenciales, el transporte, la industria urbana y el comercio.
El ayuntamiento de Barcelona ha dado un paso muy importante, dotado de un presupuesto significativo, y que incluye importantes medidas en casi todos los ámbitos en los que puede intervenir. Es un paso que una tiene doble significación: es contenido y es mensaje. La ciudadanía y los agentes sociales y económicos reciben una señal clara de que el ayuntamiento apostará por alcanzar uno de los retos más importantes que tiene la humanidad hoy en día.
Una vez más, los municipios, que continúan abriendo camino para paliar los efectos del cambio climático, tienen políticas ambientales como en su momento representaron la Carta y Agenda de Aalborg y la Agenda 21.
Continuar trabajando por la recogida selectiva, el control de las emisiones industriales, la implantación progresiva (aunque muy lenta en cuanto a los vehículos de vehículos eléctricos, de pasajeros, mercancías y privado), el lento avance de la instalación de las renovables en empresas, equipamientos públicos y residenciales, la falta de avances importantes en la mitigación y adaptación energética en busca de mayor eficiencia, y todos los esfuerzos son bienvenidos, pero hay que acelerar procesos.
Los argumentarios que frenan las dificultades derivadas de los precios, controles, legislaciones, soportes, incluso de stocks de vehículos y placas fotovoltaicas, son razones válidas, pero no suficientes para no asumir la magnitud de la problemática.
Por otro lado, las ciudades y metrópolis tienen posibilidades limitadas para mejorar las causas estructurales, porque muchas de las acciones las deben desplegar empresas y comunidades de vecinos y vecinas. Esto aparte, tienen una capacidad muy limitada para generar energía verde, por lo tanto, de una manera u otra deben pactar con el territorio allí donde esto sea posible.
«Este es el principal reto: cambiar la forma de abordar el problema, y los municipios han liderado la presión para hacer oír la voz de la proximidad en las políticas de transformación energética y medioambiental.» |
Sin embargo, hay un largo recorrido de cosas que deberían estar haciéndose en las ciudades para mejorar de manera sustancial su política en materia de lucha contra el cambio climático y para la descarbonización. El tema, aparte de un catálogo de medidas, pasa por cuatro principios definidos:
1. Asumir la magnitud del problema.
2. Elaborar un conjunto de actuaciones en perspectiva global y holística, tal y como está haciendo Barcelona, pero que aún restarían más medidas, sobre todo de la ciudadanía y las empresas.
3. Comprometer al conjunto de los actores en una estrategia interinstitucional y de concertación con los tejidos sociales y económicos.
4. Tomar una dimensión territorial amplia porque la contaminación y las emisiones no conocen fronteras en términos de aire y espacios.
A la larga, esto significará trabajar en todas las líneas de actuación, desde aquellas que van en temas de eficiencia energética, a otras de cambios en materia de movilidad o de suministro de energía de proximidad.
Esta política afectará a casi todos los órdenes de las políticas públicas en un territorio como el metropolitano y habrá que tener en cuenta cómo operarían los diversos objetivos que se deben alcanzar hacia la movilidad sostenible; la eficiencia energética de los edificios y viviendas; la instalación de energía fotovoltaica en edificios públicos; el tratamiento de los residuos, especialmente para reducir el impacto; aprovechar materia orgánica para producir biometano y promover más activamente la economía circular; promoción de comunidades energéticas y consumo compartidos; la replanificación de las infraestructuras verdes a la luz de los nuevos retos; intervenir contundentemente en construcciones libres de emisiones, entre otras medidas.
Pero hay cuatro componentes que son clave en la reformulación del combate contra el cambio climático:
1. La sensibilización, que debe ir mucho más allá que actitudes de «declaración de principios».
2. La implantación de una política de mayor apoyo a los emprendimientos que ciudadanía, instituciones y empresas toman por iniciativas de descarbonización.
3. La concertación con otras instituciones y empresas públicas y privadas para acelerar en un modelo de plan único territorial.
4. Y, por último, hay que hacer una acción de presión sobre los organismos supralocales, especialmente sobre el Estado. Muchos apoyos, ya sean económicos o fiscales, no pueden depender de actos voluntaristas de organismos locales. Los territorios, a nivel local o metropolitano, deben asumir la función de liderazgo ante, sobre todo, de Hacienda y Economía para tener apoyos, exenciones, créditos fiscales, financiación, etc., que ayuden en esta transformación trascendental.
Esto es, seguramente, el principal reto: cambiar la forma de abordar el problema, y los municipios han liderado la presión para hacer oír la voz de la proximidad en las políticas de transformación energética y medioambiental.
Todo este planteamiento exige un modelo de gobernanza innovadora que contenga planes de acción conjuntos, presupuestos verdes, monitorización colectiva de las emisiones, y seguimiento del impacto climático en los distintos territorios. Y es el rol de la política ahora: tomar el liderazgo, en nuestro caso metropolitano, para afrontar un reto que se hace imprescindible y que requiere una acción conjunta de todos los actores para avanzar hacia una descarbonización necesaria.
Y, nuevamente, debemos reconocer que Barcelona ha dado un gran paso. Ahora hay que sumar todos los actores y la ciudadanía, y el territorio que comprende la Región, y plantear una estrategia con el Estado y la Generalitat para acelerar el proceso por una ciudad libre de emisiones en un horizonte lo más cercano posible.
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