CONCIENCIA DE LA METRÓPOLIS
A Pasqual Maragall, en su época de alcalde, le preguntaron en una ocasión por el número de habitantes de Barcelona. La respuesta estuvo a la altura de su famosa lógica: «depende de la hora del día», sentenció. No se trata de ninguna boutade sino de una obviedad: cabe recordar que una de las características de la ciudad metropolitana es su dinamismo y complejidad, expresada sobre todo mediante la fluidez e intensidad del desplazamiento de las personas (y de los bienes). Es un elemento esencial de la gran ciudad en constante cambio.
En un suplemento de La Vanguardia de marzo de 2019 (Ideas para relanzar la metrópolis), Josep Corbella escribió: “para cualquier investigador que llega desde Los Ángeles o desde Singapur, El Prat es Barcelona. Si visita el sincrotrón Alba le parecerá que Cerdanyola del Vallès es Barcelona. Si acude al campus de la Universidad Autónoma de Barcelona el mismo nombre de la institución le confirmará que no ha salido de Barcelona. Si es físico cuántico y acude al Instituto de Ciencias Fotónicas en Castelldefels, le dará la impresión de que sigue encontrándose en Barcelona. Y no porque las leyes de la mecánica cuántica permitan en dos sitios a la vez. Esto es porque, en la comunidad global de ciencia e innovación, Barcelona no es un municipio. Es un área metropolitana”. Otra característica: la realidad del territorio aunque no siempre sea percibida o reconocida.
Ambas observaciones ponen de manifiesto que el área metropolitana se define, en buena medida, por la práctica cotidiana de los desplazamientos -y las permanencias más o menos prolongadas en el tiempo- que se realizan en el territorio a causa del trabajo, de los estudios, del acceso a los servicios y por la existencia de ámbitos que generan, precisamente, esa capacidad de trabajo, estudio o prestación de servicios.
“Probablemente, a la ecuación metropolitana de Barcelona le falta el vector de la conciencia colectiva de pertenecer en un territorio complejo.” |
Es obvio que la movilidad de las personas es mucho más que una estadística sobre desplazamientos en la medida en que, a través de mecanismos complejos, genera relaciones, vínculos, espacios comunes, usos del territorio, oportunidades económicas y sociales que abocan necesariamente a considerar que la ciudad grande, amplia, es –o puede ser- un patrimonio compartido. Tenemos paisajes y servicios incorporados a nuestra realidad cotidiana que plantean interesantes y falsas disyuntivas: ¿es más determinante para las personas el lugar de residencia o el lugar de trabajo o estudio donde se pasan largas horas? ¿Qué y cómo determina nuestros lugares vitales? Los 400 barrios, aproximadamente, que existen en el territorio de la primera corona metropolitana son paisajes polivalentes para cientos de miles de personas. Los consumimos desde diferentes posiciones en momentos diferentes. Como «habitantes» y como «estantes».
La práctica diaria debe asumirse en todo su valor. Probablemente a la ecuación metropolitana de Barcelona le falte el vector de la conciencia colectiva de pertenecer a un territorio complejo con capacidad de transformar los problemas, de convertir las carencias en energía activa. Es una cuestión que interpela sin duda a las instituciones pero también a las personas con capacidad de generar opinión y ejercer liderazgo social.
Hay que entender colectivamente, en mi opinión, que la propia aglomeración urbana genera recursos y oportunidades para mejorar las condiciones de vida y de trabajo y para impulsar la economía productiva. También que un área como Barcelona podría ser un conjunto de territorios fagocitados, la acumulación suburbial de problemas no resueltos, aplazados, pero tenemos la opción de un proyecto compartido en el que la consecución de objetivos transformadores da sentido a la propia metrópolis.
Como sociedad debemos ampliar las visiones del entorno físico, social y cultural barcelonés, comprender las oportunidades de un territorio que no puede ser considerado una mera superposición de términos municipales. El metro nos lleva al trabajo pero también nos acerca, si queremos, al Centre Tecla Sala de Hospitalet, a los museos y teatros de Barcelona, al Liceu, a la Capsa del Prat, al auditorio de Cornellà y a la ciudad romana de Badalona. Por poner sólo algunos ejemplos culturales.
Francesc Castellana, histórico dirigente sindical del Baix Llobregat, hoy presidente del Consejo Económico y Social de Barcelona, se refería así,en una publicación del AMB, a las relaciones del Baix Llobregat con la ciudad grande, Barcelona: tendremos una ciudad referente, pero nuestra visión se extenderá por razones familiares, sociales o laborales. La misma percepción también se dará en Barcelona en relación con sus viejos límites de término municipal. Una cosa es la ciudad administrativa y, otra, la realidad social de la nueva ciudad. Sentirse del Baix en relación a Barcelona cada vez es más anacrónico, uno se siente del Baix porque hay un Baix, pero se siente también de un sitio que no es una contraposición, el área metropolitana y la región de Barcelona. “Las ciudades son inclusivas, más adaptables, más transformables y el sentimiento de comunidad es más fácil; cada vez más, el hecho de vivir en un continuo urbano nos da más esa identidad de ciudad amplia”.
Por Mario Romeo, presidente de Portes Obertes del Catalanisme
Entre las muchas asignaturas pendientes que el gobierno de la Generalitat y las instituciones catalanas deben abordar a corto y medio plazo figura una cuestión tan fundamental para nuestro futuro colectivo como es la metropolitana. No podemos olvidar que en la Región de Barcelona viven más de 5 millones de personas, casi el 67% de la población catalana, y se genera el 70% del PIB de Cataluña y el 14% del de España. Es motor de la economía de Cataluña y uno de los grandes motores, también, de la española.
La región metropolitana de Barcelona es, en efecto, una de las más importantes áreas urbanas, económicas, productivas de Europa de reconocido dinamismo productivo, social, cultural y tecnológico, pero acumula también un considerable grosor de problemas relacionados sobre todo con las condiciones de vida, la vivienda, la educación, la movilidad, la cohesión social y la igualdad de oportunidades. El paro juvenil o la pobreza infantil, para citar solo dos cuestiones, logran cotas impropias de una sociedad que se ve a sí misma como moderna y avanzada.
Dar respuesta a las exigencias y necesidades de la Cataluña metropolitana (para decirlo de una manera esquemática y poco rigurosa, porque Tarragona-Reus y también Girona dibujan sus propias realidades metropolitanas aunque de alcance e impacto muy menores) no solo es una responsabilidad compartida de los municipios, de las diputaciones o del área Metropolitana de Barcelona, ni únicamente de un departamento de la Generalitat.
El tema metropolitano es una cuestión central de país a la cual el gobierno de Cataluña, las instituciones, las fuerzas parlamentarías y las organizaciones económicas y sociales deben prestar la máxima atención. Creo que se puede afirmar, desde la perspectiva de los que creemos en el catalanismo de amplio espectro como un espacio central de la vida política del país, que construir “soluciones metropolitanas” es un acto de patriotismo, en el sentido más digno e inclusivo de la palabra. El gobierno de la Generalitat deben entender que abordar los problemas económicos, sociales, de movilidad, de sostenibilidad, de la conurbación barcelonesa es una responsabilidad que no se puede rehuir.
En este sentido es bueno recordar cómo el catalanismo histórico ya tuvo claro que la fuerza de Cataluña radicaba en la posibilidad de fortalecer su red de ciudades y como la existencia de una metrópolis como Barcelona y su pujanza industrial y comercial fue determinante para la recuperación y expansión de la cultura catalana, de su identidad colectiva. La Mancomunidad de Cataluña, en concreto, desarrolló hasta donde pudo su vocación de urbanizar el país. El concepto de la Cataluña ciudad, acuñado por el noucentisme, se debe entender en términos de cohesión social, de potenciación de la red de equipamientos públicos, de poner la cultura en primer plan como una herramienta de gran importancia para la construcción social. La Cataluña Ciudad se concebía como un país en el que todas las comarcas pudieran acceder a servicios que garantizaran la calidad de vida de sus habitantes.
«Probablemente, a la ecuación metropolitana de Barcelona le falta el vector de la conciencia colectiva de pertenecer en un territorio complejo.” |
En el terreno de los hechos concretos, hay que mencionar como la Generalitat republicana intentó con el denominado Pla Macià, de la mano de la arquitectura racionalista, dibujar la Barcelona moderna. Hoy continúa teniendo sentido que, desde una visión integral de Cataluña y de su entorno geográfico y político, se tenga una preocupación fundamental por Barcelona, que se hagan nuevos esfuerzos para contribuir al desarrollo de la ciudad real. Fortalecer Barcelona, área y región metropolitana, es fortalecer también Cataluña.
Probablemente, desde una óptica estrecha del territorio, alguien puede considerar que una Barcelona demasiado grande y un área metropolitana potente ponen en peligro la autoridad del gobierno de Cataluña. En el ámbito metropolitano, es cierto, confluyen, además de la Generalitat, las actuaciones de la administración del estado y la administración local: la diputación, el AMB y los ayuntamientos. El de Barcelona, en concreto, tiene, desde siempre, una enorme dimensión que ultrapasa cualquier comparación. El antiguo calificativo de “cap i casal” resume bien su posición. Sería un error ver contraposición, contradicción, entre la Gran Barcelona y el conjunto del país. La fuerza del área metropolitana es la fuerza de Cataluña y por eso parece prudente y necesario no solo abordar los problemas sociales y urbanos sino también reforzar su papel en el espacio mediterráneo y en el ámbito de una España que debe dejar de ser radial y debe reconocer la cocapitalidad de Barcelona más allá del estricto campo de la cultura, del mismo modo que se debe rehacer el compromiso de Cataluña con la gobernanza de España.
Nos hay que construir soluciones concertadas entre los diferentes agentes institucionales, políticos, sociales y económicos para resolver las necesidades del área metropolitana de Barcelona, desde la reindustrialización, la vivienda o la formación profesional hasta el acabado de las infraestructuras pendientes, por citar unos ejemplos, pero también las inversiones en materia de cultura o de salud. Son retos nacionales porque la metrópolis es un reto nacional. Al gobierno de todos los catalanes y las catalanas le corresponde liderar las soluciones.
share: |