L’HOSPITALET, 100 AÑOS DE CIUDAD

El escritor y periodista Xavi Casinos repasa la historia de L’Hospitalet, que este año conmemora el centenario del otorgamiento del título de «ciudad» y analiza los puntos álgidos de su historia y los retos actuales

por Xavi Casinos, periodista y escritor

L’Hospitalet de Llobregat será este diciembre una ciudad centenaria. Será el momento en que se conmemorarán los 100 años del otorgamiento, el 15 de diciembre de 1925, el título de ciudad por parte del rey Alfonso XIII a este municipio de El Barcelonès, dado que superaba los 20.000 ciudadanos. Eso pasaba en plena dictadura de Primo de Rivera, y la declaración no era gratuita. El alcalde del momento, Tomás Giménez, había sido nombrado directamente por el Gobierno español y pensaba que con este gesto conseguiría cierto apoyo popular entre una población en la que las preferencias de los ciudadanos se orientaban hacia el anarquismo y el republicanismo.
Pero había un segundo motivo. Con la concesión del título de ciudad se esperaba reparar en parte el agravio que L’Hospitalet había sufrido cuatro años antes, cuando se segregó la parte del municipio que daba al mar, la actual Zona Franca. Este territorio pasó a formar parte del término de Barcelona para construir un puerto franco. L’Hospitalet recibió como compensación 85.000 pesetas de la época y perdió para siempre las playas presididas por el faro de la desembocadura del antiguo curso del río Llobregat, hoy dentro de la jurisdicción del puerto de Barcelona.
El puerto franco no se llegó a hacer nunca, por lo que el ayuntamiento de la segunda ciudad de Cataluña se planteó en 2015 reclamar la reversión de parte de aquellas 900 hectáreas expropiadas. Fue un susto que no tuvo consecuencias. Ahora bien, desde hace unos pocos años, L’Hospitalet intenta la cesión de una pequeña franja de terreno que le permita recuperar, aunque sea simbólicamente, la salida al mar que perdió hace un siglo.
No fue la única parte del término municipal que acabó en manos de Barcelona. Años más tarde, en 1931, recién proclamada la República, la capital catalana se anexionó el barrio de Solivella, unas 53 hectáreas. El gran argumento fue que así se podía ampliar la Diagonal hasta El Baix Llobregat. L’Hospitalet recibió un pago en especies. Entre los beneficios estaba la dotación de un servicio de extinción de incendios; la recogida de perros; el suministro de la vacuna de la viruela; la construcción de un colector bajo el Arroyo Blanco; la reparación de la acera de la Travessera de Les Corts entre la Riera Blanca y la carretera de Madrid, y la supresión de la aduana con Barcelona.
Por supuesto que la concesión del título de ciudad y las contraprestaciones por las dos grandes expropiaciones no compensaron lo suficiente, visto desde una perspectiva histórica, en L’Hospitalet. Todo fue fruto de un tacticismo de las autoridades locales del momento, de un regate en corto sin ninguna estrategia a largo plazo empujado por unos intereses económicos de familias de la burguesía barcelonesa propietarias de muchos de los terrenos afectados.

Una larga posguerra en blanco y negro

Con la guerra civil y, especialmente, con la larga posguerra, L’Hospitalet vivió quizás los años más oscuros de su historia. Fueron décadas en blanco y negro en las que una especulación urbanística salvaje llenó los municipios del área metropolitana de polígonos y suburbios de barraquismo vertical, como los hoy barrios hospitalenses de Bellvitge y El Gornal, destinados a alojar a la inmigración trabajadora que venía a Barcelona en busca de un futuro y también a realojar a familias que se habían instalado en conjuntos de infraviviendas de autoconstrucción.
Hoy, Bellvitge y El Gornal han conquistado, en democracia, la calidad de un espacio público del que no disfrutaron cuando se construyeron, con calles sin pavimentar y sin servicios. Manuel Vázquez Montalbán retrató el Caribe de aquella época en su exitosa novela Los mares del sur. Bajo el nombre ficticio de barrio de San Magín, el escritor encontró en el polígono hospitalense el marco idóneo para una de las mejores investigaciones de su gran detective Pepe Carvalho, con el que obtuvo el Premio Planeta 1979.
Aquel L’Hospitalet de la posguerra era el gran dormitorio de Barcelona. Una ciudad que, a pesar de ser la segunda de Cataluña, no tenía conciencia de serlo. El que sólo una calle la separara de Barcelona la desdibujaba y se la consideraba mayoritariamente un barrio más de la capital catalana. No fue hasta la llegada de los ayuntamientos democráticos que L’Hospitalet, como tantos otros municipios, fue recuperando el orgullo de ciudad.
A pesar de todo, no fue hasta la década de 1990 que L’Hospitalet fue encontrando su lugar. Los Juegos Olímpicos de 1992 le abrieron una ventana al mundo, al ser designada por el béisbol. El estadio de la Liga Larga, hoy reconvertido en campo de fútbol, vio a los mejores jugadores del mundo, los de la selección de Cuba, el equivalente al dream team norteamericano integrado por las grandes figuras de la NBA, pero con mucho menos impacto mediático. Incluso, alguien llegó a pensar en ofrecer asilo político a aquellos jugadores, y así L’Hospitalet tendría el mejor equipo mundial de béisbol del mundo. Fue una ocurrencia que acabó en nada.

Un antes y un después de la Feria

Pero el hecho más trascendental que cambió la historia de la ciudad fue que finalmente la ampliación de la Fira de Barcelona se hizo en su término municipal, en el antiguo Polígono Pedrosa. Barcelona había conquistado el mundo con la organización de las mejores olimpiadas de la historia y las instalaciones de la Feria en la avenida Reina María Cristina —legado de la Exposición Internacional de 1929— habían quedado pequeñas y obsoletas. Hubo un largo debate sobre cómo debía crecer. Fue el entonces alcalde de Barcelona y gran visionario metropolitano, Pasqual Maragall, quien tuvo la idea de ir a L’Hospitalet, y así le confió a su homólogo de la ciudad vecina, Juan Ignacio Pujana. Ambos se conjuraron para hacer realidad aquel sueño.
Parecía una empresa con muchas dificultades, entre otras cuestiones porque el Gobierno de la Generalitat de Jordi Pujol tenía otra apuesta en unos terrenos cercanos al aeropuerto de El Prat. En L’Hospitalet también fue recibida la iniciativa con cierto escepticismo, incluso por parte del que era primer teniente de alcalde y que acabaría sucediendo Pujana al frente del ayuntamiento, Celestino Corbacho. Maragall y Pujana buscaron alianzas y se salieron con la suya.
El nuevo recinto ferial se empezó a construir en 1993 y el primer pabellón se inauguró dos años después. A partir de 2002, las obras experimentaron un gran impulso con la convocatoria del concurso internacional que se llevó el arquitecto japonés Toyo Ito. Feria Gran Vía se inauguró finalmente en 2007. Actualmente, se está ampliando en los terrenos donde había estado la fábrica Porcelanosa. Y es que uno de los eventos más importantes del mundo, el Mobile World Congress, ha dejado pequeño el recinto de 2007 y necesita más metros cuadrados porque no deja de crecer.
La Feria significa un antes y un después para L’Hospitalet. Su llegada supuso, de entrada, un gran salto en los ingresos fiscales municipales. Además, actuó de motor para el desarrollo de la plaza Europa, el plan de hoteles de la ciudad y el soterramiento de la Gran Vía a su paso por esta parte del municipio que no hacía tanto había sido el reino de los ferrovellers. Fue el legado del alcalde Corbacho, que muy pronto venció sus recelos iniciales con el proyecto de Maragall y Pujana.

La cobertura de las vías continúa pendiente

La sucesora de Corbacho, Núria Marín, se esforzó por continuar la labor de transformación urbanística de sus predecesores. Entre los grandes proyectos está la continuación del soterramiento de la Gran Vía a su paso por la zona hospitalaria de Bellvitge y Duran i Reynalds. El soterramiento debe proporcionar sol para atraer empresas dedicadas a la NSP y completar, así, el clúster integrado por los dos hospitales de referencia ya citados, más el campus de la salud de la Universidad de Barcelona y los centros de investigación Idibell e ICO. Este proyecto estratégico no ha podido arrancar aún debido a tropiezos judiciales del plan urbanístico asociado.
Tampoco ha podido comenzar la gran apuesta de Marín durante sus mandatos al frente del ayuntamiento, que es la cobertura de las dos líneas de ferrocarril que dividen en tres la ciudad. A pesar de las gestiones ante los gobiernos de Mariano Rajoy (PP) y Pedro Sánchez (PSOE), el proyecto se resiste de salir de los cajones del ministerio.
Otra operación estratégica es el Distrito Cultural que se desarrolla en un polígono industrial que el crecimiento de la ciudad ha dejado en una zona central de L’Hospitalet. Se trata de un conjunto de naves y edificios de dimensiones muy adecuadas para acoger talleres de artistas y pequeñas empresas dedicadas a la creación. Este proyecto recibió un primer gran impulso gracias a la presencia en el grupo directivo del ayuntamiento de Joan Francesc Marco, un referente en el ámbito cultural de Cataluña con una amplia experiencia en el sector, donde ha dirigido el Gran Teatre del Liceu y el Teatre Nacional, entre otros cargos. Últimamente, ha trabajado para el Ministerio de Cultura. Su marcha de L’Hospitalet hizo que el Distrito Cultural perdiera impulso.
Aun así, se establecieron beneficios fiscales para los propietarios que abrieran los edificios a la industria de la cultura y se amplió el distrito en toda la ciudad, que también recibió importantes galerías de arte en la zona de Santa Eulalia, atraídas al segundo municipio de Cataluña por el aumento de los alquileres en Barcelona. La estrategia de L’Hospitalet en el terreno cultural era convertirse en el Brooklyn de la capital catalana. Fueron años de grandes expectativas para el ayuntamiento, que se aprovechaba, además, de un fenómeno global en el que estaban adquiriendo protagonismo las segundas ciudades de las grandes áreas metropolitanas. Pero los grandes proyectos de Marín están de momento en stand by y el Distrito Cultural no está teniendo el empeño que se esperaba.

Los densos barrios del norte también esperan

La gran asignatura pendiente de la ciudad, más allá de la esperada cobertura de las vías del tren, son los densos barrios del norte. Se trata de Montmella Cases, La Florida, La Guingueta, Can Serra, Les planes y Solivella. Incluso hay quien habla de una ciudad de dos velocidades. Una, la de estos barrios fruto del urbanismo caótico de los años del «desarrollismo», poco planificado, desordenado y víctima de la especulación. Se trata de barrios con alta penetración de población inmigrada y renta limitada que contrastan con la ciudad que ha crecido alrededor de la plaza Europa y la Feria.
Es en esta zona que se concentran los principales hoteles que han abierto en L’Hospitalet espoleados por la Fira, pero también por las limitaciones que se establecieron en Barcelona durante la alcaldía de Ada Colau. La ciudad se benefició, no sólo con los hoteles, que encontraron una rápida tramitación gracias al plan aprobado hacía años y que no se había desarrollado. El plan había dejado unos cuantos solares listos para ocupar. De repente, Barcelona dejaba de expulsar actividades no deseadas y exportaba inversiones impensables hasta hacía poco.
David Quiros ha cogido el relevo de Marín. En la primera entrevista que concedió ya como alcalde, hizo una declaración de intenciones que se interpretó como un paso atrás respecto a sus antecesores. Afirmó que ahora era el momento del humanismo en lugar del urbanismo. Ahora hay que ver si la gestión de la cuarta alcaldía de la democracia confirma esta nueva estrategia o fue sólo una frase convertida en titular periodístico.
La ampliación del Hospital Clínic en la zona deportiva de la Universidad de Barcelona junto a la Diagonal será una nueva oportunidad para L’Hospitalet y puede impulsar otra asignatura pendiente como es el desarrollo de los terrenos de Can Rigalt, en la frontera con la capital catalana y que lleva años en los cajones con una serie de proyectos que no han prosperado. Can Rigalt ha sido señalado como una futura nueva plaza Europa que sirva también como motor para la esperada transformación de los barrios del norte.

por Xavi Casinos, periodista y escritor

L’Hospitalet de Llobregat será este diciembre una ciudad centenaria. Será el momento en que se conmemorarán los 100 años del otorgamiento, el 15 de diciembre de 1925, el título de ciudad por parte del rey Alfonso XIII a este municipio de El Barcelonès, dado que superaba los 20.000 ciudadanos. Eso pasaba en plena dictadura de Primo de Rivera, y la declaración no era gratuita. El alcalde del momento, Tomás Giménez, había sido nombrado directamente por el Gobierno español y pensaba que con este gesto conseguiría cierto apoyo popular entre una población en la que las preferencias de los ciudadanos se orientaban hacia el anarquismo y el republicanismo.
Pero había un segundo motivo. Con la concesión del título de ciudad se esperaba reparar en parte el agravio que L’Hospitalet había sufrido cuatro años antes, cuando se segregó la parte del municipio que daba al mar, la actual Zona Franca. Este territorio pasó a formar parte del término de Barcelona para construir un puerto franco. L’Hospitalet recibió como compensación 85.000 pesetas de la época y perdió para siempre las playas presididas por el faro de la desembocadura del antiguo curso del río Llobregat, hoy dentro de la jurisdicción del puerto de Barcelona.

”El hecho más trascendental que cambió la historia de la ciudad fue que finalmente la ampliación de la Fira de Barcelona se hizo en su término municipal.”

 

 

 

El puerto franco no se llegó a hacer nunca, por lo que el ayuntamiento de la segunda ciudad de Cataluña se planteó en 2015 reclamar la reversión de parte de aquellas 900 hectáreas expropiadas. Fue un susto que no tuvo consecuencias. Ahora bien, desde hace unos pocos años, L’Hospitalet intenta la cesión de una pequeña franja de terreno que le permita recuperar, aunque sea simbólicamente, la salida al mar que perdió hace un siglo.
No fue la única parte del término municipal que acabó en manos de Barcelona. Años más tarde, en 1931, recién proclamada la República, la capital catalana se anexionó el barrio de Solivella, unas 53 hectáreas. El gran argumento fue que así se podía ampliar la Diagonal hasta El Baix Llobregat. L’Hospitalet recibió un pago en especies. Entre los beneficios estaba la dotación de un servicio de extinción de incendios; la recogida de perros; el suministro de la vacuna de la viruela; la construcción de un colector bajo el Arroyo Blanco; la reparación de la acera de la Travessera de Les Corts entre la Riera Blanca y la carretera de Madrid, y la supresión de la aduana con Barcelona.
Por supuesto que la concesión del título de ciudad y las contraprestaciones por las dos grandes expropiaciones no compensaron lo suficiente, visto desde una perspectiva histórica, en L’Hospitalet. Todo fue fruto de un tacticismo de las autoridades locales del momento, de un regate en corto sin ninguna estrategia a largo plazo empujado por unos intereses económicos de familias de la burguesía barcelonesa propietarias de muchos de los terrenos afectados.

Una larga posguerra en blanco y negro

Con la guerra civil y, especialmente, con la larga posguerra, L’Hospitalet vivió quizás los años más oscuros de su historia. Fueron décadas en blanco y negro en las que una especulación urbanística salvaje llenó los municipios del área metropolitana de polígonos y suburbios de barraquismo vertical, como los hoy barrios hospitalenses de Bellvitge y El Gornal, destinados a alojar a la inmigración trabajadora que venía a Barcelona en busca de un futuro y también a realojar a familias que se habían instalado en conjuntos de infraviviendas de autoconstrucción.
Hoy, Bellvitge y El Gornal han conquistado, en democracia, la calidad de un espacio público del que no disfrutaron cuando se construyeron, con calles sin pavimentar y sin servicios. Manuel Vázquez Montalbán retrató el Caribe de aquella época en su exitosa novela Los mares del sur. Bajo el nombre ficticio de barrio de San Magín, el escritor encontró en el polígono hospitalense el marco idóneo para una de las mejores investigaciones de su gran detective Pepe Carvalho, con el que obtuvo el Premio Planeta 1979.
Aquel L’Hospitalet de la posguerra era el gran dormitorio de Barcelona. Una ciudad que, a pesar de ser la segunda de Cataluña, no tenía conciencia de serlo. El que sólo una calle la separara de Barcelona la desdibujaba y se la consideraba mayoritariamente un barrio más de la capital catalana. No fue hasta la llegada de los ayuntamientos democráticos que L’Hospitalet, como tantos otros municipios, fue recuperando el orgullo de ciudad.
A pesar de todo, no fue hasta la década de 1990 que L’Hospitalet fue encontrando su lugar. Los Juegos Olímpicos de 1992 le abrieron una ventana al mundo, al ser designada por el béisbol. El estadio de la Liga Larga, hoy reconvertido en campo de fútbol, vio a los mejores jugadores del mundo, los de la selección de Cuba, el equivalente al dream team norteamericano integrado por las grandes figuras de la NBA, pero con mucho menos impacto mediático. Incluso, alguien llegó a pensar en ofrecer asilo político a aquellos jugadores, y así L’Hospitalet tendría el mejor equipo mundial de béisbol del mundo. Fue una ocurrencia que acabó en nada.

Un antes y un después de la Feria

Pero el hecho más trascendental que cambió la historia de la ciudad fue que finalmente la ampliación de la Fira de Barcelona se hizo en su término municipal, en el antiguo Polígono Pedrosa. Barcelona había conquistado el mundo con la organización de las mejores olimpiadas de la historia y las instalaciones de la Feria en la avenida Reina María Cristina —legado de la Exposición Internacional de 1929— habían quedado pequeñas y obsoletas. Hubo un largo debate sobre cómo debía crecer. Fue el entonces alcalde de Barcelona y gran visionario metropolitano, Pasqual Maragall, quien tuvo la idea de ir a L’Hospitalet, y así le confió a su homólogo de la ciudad vecina, Juan Ignacio Pujana. Ambos se conjuraron para hacer realidad aquel sueño.
Parecía una empresa con muchas dificultades, entre otras cuestiones porque el Gobierno de la Generalitat de Jordi Pujol tenía otra apuesta en unos terrenos cercanos al aeropuerto de El Prat. En L’Hospitalet también fue recibida la iniciativa con cierto escepticismo, incluso por parte del que era primer teniente de alcalde y que acabaría sucediendo Pujana al frente del ayuntamiento, Celestino Corbacho. Maragall y Pujana buscaron alianzas y se salieron con la suya.
El nuevo recinto ferial se empezó a construir en 1993 y el primer pabellón se inauguró dos años después. A partir de 2002, las obras experimentaron un gran impulso con la convocatoria del concurso internacional que se llevó el arquitecto japonés Toyo Ito. Feria Gran Vía se inauguró finalmente en 2007. Actualmente, se está ampliando en los terrenos donde había estado la fábrica Porcelanosa. Y es que uno de los eventos más importantes del mundo, el Mobile World Congress, ha dejado pequeño el recinto de 2007 y necesita más metros cuadrados porque no deja de crecer.
La Feria significa un antes y un después para L’Hospitalet. Su llegada supuso, de entrada, un gran salto en los ingresos fiscales municipales. Además, actuó de motor para el desarrollo de la plaza Europa, el plan de hoteles de la ciudad y el soterramiento de la Gran Vía a su paso por esta parte del municipio que no hacía tanto había sido el reino de los ferrovellers. Fue el legado del alcalde Corbacho, que muy pronto venció sus recelos iniciales con el proyecto de Maragall y Pujana.

La cobertura de las vías continúa pendiente

La sucesora de Corbacho, Núria Marín, se esforzó por continuar la labor de transformación urbanística de sus predecesores. Entre los grandes proyectos está la continuación del soterramiento de la Gran Vía a su paso por la zona hospitalaria de Bellvitge y Duran i Reynalds. El soterramiento debe proporcionar sol para atraer empresas dedicadas a la NSP y completar, así, el clúster integrado por los dos hospitales de referencia ya citados, más el campus de la salud de la Universidad de Barcelona y los centros de investigación Idibell e ICO. Este proyecto estratégico no ha podido arrancar aún debido a tropiezos judiciales del plan urbanístico asociado.
Tampoco ha podido comenzar la gran apuesta de Marín durante sus mandatos al frente del ayuntamiento, que es la cobertura de las dos líneas de ferrocarril que dividen en tres la ciudad. A pesar de las gestiones ante los gobiernos de Mariano Rajoy (PP) y Pedro Sánchez (PSOE), el proyecto se resiste de salir de los cajones del ministerio.
Otra operación estratégica es el Distrito Cultural que se desarrolla en un polígono industrial que el crecimiento de la ciudad ha dejado en una zona central de L’Hospitalet. Se trata de un conjunto de naves y edificios de dimensiones muy adecuadas para acoger talleres de artistas y pequeñas empresas dedicadas a la creación. Este proyecto recibió un primer gran impulso gracias a la presencia en el grupo directivo del ayuntamiento de Joan Francesc Marco, un referente en el ámbito cultural de Cataluña con una amplia experiencia en el sector, donde ha dirigido el Gran Teatre del Liceu y el Teatre Nacional, entre otros cargos. Últimamente, ha trabajado para el Ministerio de Cultura. Su marcha de L’Hospitalet hizo que el Distrito Cultural perdiera impulso.
Aun así, se establecieron beneficios fiscales para los propietarios que abrieran los edificios a la industria de la cultura y se amplió el distrito en toda la ciudad, que también recibió importantes galerías de arte en la zona de Santa Eulalia, atraídas al segundo municipio de Cataluña por el aumento de los alquileres en Barcelona. La estrategia de L’Hospitalet en el terreno cultural era convertirse en el Brooklyn de la capital catalana. Fueron años de grandes expectativas para el ayuntamiento, que se aprovechaba, además, de un fenómeno global en el que estaban adquiriendo protagonismo las segundas ciudades de las grandes áreas metropolitanas. Pero los grandes proyectos de Marín están de momento en stand by y el Distrito Cultural no está teniendo el empeño que se esperaba.

Los densos barrios del norte también esperan

La gran asignatura pendiente de la ciudad, más allá de la esperada cobertura de las vías del tren, son los densos barrios del norte. Se trata de Montmella Cases, La Florida, La Guingueta, Can Serra, Les planes y Solivella. Incluso hay quien habla de una ciudad de dos velocidades. Una, la de estos barrios fruto del urbanismo caótico de los años del «desarrollismo», poco planificado, desordenado y víctima de la especulación. Se trata de barrios con alta penetración de población inmigrada y renta limitada que contrastan con la ciudad que ha crecido alrededor de la plaza Europa y la Feria.
Es en esta zona que se concentran los principales hoteles que han abierto en L’Hospitalet espoleados por la Fira, pero también por las limitaciones que se establecieron en Barcelona durante la alcaldía de Ada Colau. La ciudad se benefició, no sólo con los hoteles, que encontraron una rápida tramitación gracias al plan aprobado hacía años y que no se había desarrollado. El plan había dejado unos cuantos solares listos para ocupar. De repente, Barcelona dejaba de expulsar actividades no deseadas y exportaba inversiones impensables hasta hacía poco.
David Quiros ha cogido el relevo de Marín. En la primera entrevista que concedió ya como alcalde, hizo una declaración de intenciones que se interpretó como un paso atrás respecto a sus antecesores. Afirmó que ahora era el momento del humanismo en lugar del urbanismo. Ahora hay que ver si la gestión de la cuarta alcaldía de la democracia confirma esta nueva estrategia o fue sólo una frase convertida en titular periodístico.
La ampliación del Hospital Clínic en la zona deportiva de la Universidad de Barcelona junto a la Diagonal será una nueva oportunidad para L’Hospitalet y puede impulsar otra asignatura pendiente como es el desarrollo de los terrenos de Can Rigalt, en la frontera con la capital catalana y que lleva años en los cajones con una serie de proyectos que no han prosperado. Can Rigalt ha sido señalado como una futura nueva plaza Europa que sirva también como motor para la esperada transformación de los barrios del norte.

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