ORIOL BARTOMEUS: BARCELONA NO TIENE PROYECTO DE CIUDAD 

El investigador del ICPS cree que la falta de proyecto afecta al conjunto del territorio metropolitano de Barcelona, falto de una institución que aborde la complejidad de problemas económicos y sociales y que dibuje su posición en España y el mundo, en contraste con Madrid, que tiene una idea clara de sus objetivos.

 

Por Rafael Pradas

 

Oriol Bartomeus (Barcelona, 1971) es investigador en el Instituto de Ciencias Políticas y Sociales (ICPS) y profesor asociado en el departamento de Ciencia Política y Derecho Público de la UAB. Su campo de estudio principal es el comportamiento electoral en Cataluña y específicamente los efectos del relevo generacional, temas a los que dedicó su tesis doctoral, publicada con el título El terremoto silencioso y también ha estudiado los fenómenos relacionados con la polarización.

-¿En qué momento colectivo nos encontramos?

-Estamos en un momento en que parece que no se puede aceptar la normalidad. No podemos aceptar que la realidad imponga que no hay cosa que el «ir tirando». Ahora mismo no hay nada en la perspectiva de los próximos cuatro años que nos haga pensar, a pesar de un hecho tan grave como la guerra de Ucrania, que vamos hacia una crisis total, hacia el apocalipsis. Los gobiernos deberían afrontar una situación de recuperación del escenario, poner los cimientos e ir tirando, pero esta perspectiva no es nada positiva y por eso hay que encontrar tensiones, momentos de ruptura. La política se ha convertido en un asunto que no acepta la gestión tranquila y normal de las cosas. Necesitamos estar en constante tensión

 

-¿De dónde nace esta tensión? Durante mucho tiempo España y Cataluña vivían en una cierta tranquilidad e incluso decíamos que los 11 de septiembre eran aburridos… 

-La política era aburrida y el Parlamento era aburrido y todo era «ir haciendo». Creo que la tensión nace como consecuencia del cambio del escenario político, de la ruptura de las grandes mayorías, la aparición de nuevos actores políticos y del surgimiento también de la incertidumbre como nuevo elemento a tener en cuenta. La política es insegura, no se sabe què pasará a las próximas elecciones, las encuestas dicen que todo se mueve, todo es incierto y en esta imprevisibilidad el mundo político se encuentra permanentemente tensionado. Pero, además, hay otro factor: la política debe disputar su espacio con otros ámbitos. Antes tenía reservado el espacio del gobierno, de las instituciones, que estaba un poco a rebasado de todo lo demás, y por lo tanto se garantizaba una cuota de atención por parte de los ciudadanos; no tenía que llamar para hacerse oír. El problema surge cuando la política se desacraliza y debe competir en plan de igualdad con todos los demás ámbitos, debe volverse llamativa para captar la atención. ¿Cómo hacer oír la voz en una sociedad donde se han multiplicado los canales y se ha trastocado completamente la antigua jerarquía de la información? Podemos decir que antes había unos medios que eran «los» medios por antonomasia que vehiculaban la información de la política. Ahora, el flujo continuo de información en todas direcciones contribuye a que la política deba estar constantemente llamando la atención, pero ya no mediante sus formas históricas, sinó adoptando las formas de la nueva comunicación.

 

-Y en este entorno tan convulso, ¿ cómo se hace la política de las cosas cotidianas?

-La política de las cosas se sigue haciendo. Hay dos planos de la política cada vez más claros: el de la política y el de «las políticas». La política es el grito estridente, polarizador, la política electoral, pero, por otro lado, están los gobiernos que hacen cosas. El problema es que los dos planos se alejan cada vez más el uno del otro y «las políticas» quedan no en manos de la política, sinó de  los aparatos administrativos de los estados, los gobiernos autonómicos, los ayuntamientos, de tal manera que las políticas no responden a una visión política, sinó sobre todo a la lógica de los altos funcionarios que son los que,  al final, acaban impulsando las actuaciones, las cosas.

 

-Bajando un escalón debemos interrogarnos sobre la política de las cosas en el área, en la región metropolitana de Barcelona…

-Está claro que existe una más que evidente realidad económica y social metropolitana, regional, de Barcelona. La gente va y viene cada día, trabaja en un lugar y duerme en otro y va al cine a otro y sopa en otro, hay un flujo constante en toda esta región que supera los límites del área metropolitana. Sin embargo, su realidad económica y social no se ha trasladado al ámbito de la política institucional, no tenemos una institución que reúna la Barcelona real. Incluso el área metropolitana, el AMB, queda corta geográficamente y en cuantot a su nivel de poder. El AMB gestiona los residuos, el transporte y la planificación territorial, pero se queda corta en sus competencias.  Si nos fijamos en el transporte, como cuestión muy importante, vemos que existe la Autoridad del Transporte Metropolita (ATM), una agencia que funciona bien, pero que no tiene poder sobre el conjunto de la movilidad, no puede controlar las carreteras, por poner un ejemplo, porque son de la Generalitat. En definitiva, no hay ninguna institución que vertebre este gran espacio que es Barcelona, que permita formular una idea política de su articulación. Pero, a més de todo esto, creo que hay una cuestión que es básica: existe un problema con el núcleo central de este gran ámbito porque Barcelona no sabe qué quiere ser y si Barcelona no sabe qué quiere ser toda su zona de influencia, este hinterland, queda desprotegido.

 

-¿Qué quiere decir exactamente que Barcelona no sabe qué quiere ser?

-Barcelona no tiene un proyecto de ciudad, un proyecto que irradie también sobre el conjunto. ¿Qué quiere ser esta ciudad? ¿Qué debe ser? Llevamos ya muchos y muchos años debatiendo sobre todo esto y quizás forma parte del problema de la política que no hace política, que no sabe qué quiere ser. El contraste es atroz con la otra gran ciudad que es Madrid.

 

-¿Madrid sí que tiene proyecto?

-Madrid tiene una institución que articula toda la región de influencia que es  una comunidad autónoma y,  por tanto, dispone de un gobierno que más allá de los pueblos de la Sierra, es el gobierno del Gran Madrid, con una influencia que sobrepasa la región y si no que se lo pregunten en las dos Castillas, convertidas en ciudades dormitorio y en servidoras de la capital. Madrid tiene un gobierno con presupuesto y con capacidad de gestión y de desarrollar políticas que afecta a todo el espacio regional y, sobre todo, tiene una idea clara de qué quiere hacer. Desde el año 2000 Madrid està desarrollando un plan y más o menos por la misma época, a partir del Foro de las Culturas de 2004, a Barcelona se le agotan las ideas, se le acaba el temple olímpico, y después de eso no ha habido proyecto de ciudad.

 

-Sabe que quiere ser una ciudad tecnológica, innovadora, que ya es mucho…

-Sí, pero más allá de desarrollar todo el sector 22@, que ha sido un gran éxito, no hay mucho más. No sé si Barcelona sabe qué quiere ser respecto al mundo ni respecto a España. Respecto de España a partir de 2012 prácticamente ha desaparecido, y este espacio lo ha ocupado Madrid.

 

-¿Pesa excesivamente el recuerdo permanente de los Juegos Olímpicos?

-No lo sé. Creo que los Juegos no fueron el proyecto, fueron la culminación del proyecto, lo cual es muy diferente. Los Juegos sirvieron como excusa para desarrollar una idea que existía previamente. En 1979, cuando se recupera el ayuntamiento democrático, la generación que entra en el consistorio tiene una idea de cómo transformar Barcelona, qué hacer de la ciudad. El proyecto tiene un momento de culminación que son los Juegos y luego llega una etapa de una cierta estabilización, pero ese proyecto no ha sido sustituido por otro nuevo.

 

-¿Las ciudades deben tener siempre un proyecto? ¿O pueden administrar su vida con una cierta normalidad?

-Creo que las ciudades deben tener un proyecto y es posible que sea siempre el mismo. Barcelona es Barcelona, y ya está. Pero la pregunta es: ¿para seguir estando en Barcelona basta con ir haciendo?

 

-¿Existe una comunidad Barcelona, un cierto pensamiento colectivo sobre la ciudad? 

-Cada vez se expresa más en términos nostálgicos. Existe un nacionalismo barcelonés. En los barceloneses y en los que no están hay una idea de lo que debería ser la ciudad. Siempre se ha imaginado de qué manera debería ser Barcelona y, en un momento dado, ese pensamiento sobre lo que tenía que ser la ciudad y lo que era coincidió, es decir la ciudad llegó a ser lo que la gente pensaba que tenía que ser. Lo ideal y la realidad confluyeron, pero la sensación que tengo es que ahora ya no es así. Podemos decir que la Barcelona real ya no es como la gente cree que debe ser.

 

-¿Cómo podríamos caracterizar hoy la «sociedad metropolitana» si es que se puede hablar en estos términos?

-Como cualquier sociedad del mundo. Una sociedad urbana sacudida por esta característica de nuestro tiempo que es la incertidumbre total, sobre la propia vida, una cierta sensación de envoltorio, y en algunos casos una cierta nostalgia por unos tiempos que eran más comprensibles. Existe la idea de que alguien en algún momento debería detener la tormenta desatada a partir de 2008 y que las viejas ideas, las viejas afirmaciones, ya no sirven. No sabemos dónde estamos, todo es muy incierto, el futuro da miedo. Esto se expresa desde todas las posiciones ideológicas y también desde el nacionalismo. Hay una cierta voluntad de retornar a todo aquello que es sólido, y a veces se expresa mediante la idea de la nación, del grupo, del cierre en el colectivo.

 

-El territorio metropolitano de Barcelona es muy complejo con grandes diferencias económicas y sociales y problemas evidentes como la vivienda o la precariedad. ¿Es una sociedad polarizada? ¿Dónde se produce la polarización?

-En general en el periodo al que ya me he referido hemos vivido en todos los ámbitos el derrumbe de las posiciones que se encuentran en medio. Cada vez hay más cierre en las ideas propias y rechazo de las que no lo son, pero la polarización también es visible a nivel social. La clase media se ha rasgado y la precarización hace que el medio quede més desguarnit, que cada vez haya más personas en un extremo o en otro. En los barrios medios cada vez hay menos mezcla y el espacio público se encuentra más segmentado, més troceado, cuesta que haya lugares de encuentro de gente diferente. Durante la pandemia nos encerramos en casa, pero la reclusión ya venía de antes, hay como una especie de retirada hacia el domicilio y el abandono del espacio público, que es el lugar de mezcla. En los barrios se puede ver como los comercios de la clase media, para entendernos, están desapareciendo sustituidos por comercios precarios o de grandes cadenas. El resultado es que ahora tenemos barrios más empobrecidos en el sentido de menos diversidad. 

 

-¿La región metropolitana es demasiado grande para Cataluña?

-Cataluña siempre ha tenido una relación compleja con Barcelona. Se ha utilizado políticamente el encaje de la Gran Barcelona con Cataluña. Por un lado, por intereses electorales, ya que durante más de veinte años hubo un partido en el gobierno de la Generalitat que basaba en parte su éxito electoral en la denuncia soterrada del influjo barcelonés sobre el conjunto y, por otro, también ha habido lo que yo digo el discurso de «Terra Baixa» que contrapone una tierra alta idílica,  pura, en el sentido identitario con una tierra baja, que es una especie de Babilonia donde se mezcla todo. Este discurso vendría a decir que la «tierra alta» es la Cataluña de verdad y la «tierra baja» un lugar donde se pone en riesgo su supervivencia.

 

-¿Seremos capaces de construir consensos para los problemas de todo tipo que hay en este ámbito metropolitano?  

-Como ya he dicho, hay una tendencia general en todo el mundo al desmenuzado de intereses y cuesta mucho más llegar al consenso para abordar los intereses generales, la política consensual. Cada es más difícil hacer entender, no solamente a nivel político, también a nivel social que no podemos imponer nuestros intereses, sino que debemos negociar con los demás. En este sentido en un territorio tan plural y diverso económicamente, socialmente, lingüísticamente y también administrativamente como es la región metropolitana se hace difícil construir espacios de consensos, de encuentro, de negociación y de acuerdo sobre los diferentes intereses. Obviamente sería necesario encontrar un proyecto que abrazés todo el hinterland barcelonés, pero me temo que va contra la tendencia actual. Esto puede durar hasta que la inercia no sea la fragmentación sino el encuentro.

 

-¿Pueden ayudar las elecciones municipales a salir del laberinto?

-Sinceramente espero que las diferentes candidaturas presenten proyectos, no urbanísticos o de desarrollo de tal o cual infraestructura, sino sobre cómo debe ser Barcelona. Me refiero a la ciudad y la ciudad grande está claro, porque cuando Barcelona quiere ser algo este querer ser acaba irradiando en todo su espacio. Deseo que las diferentes opciones presenten a los ciudadanos y ciudadanas de Barcelona una idea, un proyecto de ciudad.

Por Rafael Pradas

 

Oriol Bartomeus (Barcelona, 1971) es investigador en el Instituto de Ciencias Políticas y Sociales (ICPS) y profesor asociado en el departamento de Ciencia Política y Derecho Público de la UAB. Su campo de estudio principal es el comportamiento electoral en Cataluña y específicamente los efectos del relevo generacional, temas a los que dedicó su tesis doctoral, publicada con el título El terremoto silencioso y también ha estudiado los fenómenos relacionados con la polarización.

-¿En qué momento colectivo nos encontramos?

-Estamos en un momento en que parece que no se puede aceptar la normalidad. No podemos aceptar que la realidad imponga que no hay cosa que el «ir tirando». Ahora mismo no hay nada en la perspectiva de los próximos cuatro años que nos haga pensar, a pesar de un hecho tan grave como la guerra de Ucrania, que vamos hacia una crisis total, hacia el apocalipsis. Los gobiernos deberían afrontar una situación de recuperación del escenario, poner los cimientos e ir tirando, pero esta perspectiva no es nada positiva y por eso hay que encontrar tensiones, momentos de ruptura. La política se ha convertido en un asunto que no acepta la gestión tranquila y normal de las cosas. Necesitamos estar en constante tensión

 

-¿De dónde nace esta tensión? Durante mucho tiempo España y Cataluña vivían en una cierta tranquilidad e incluso decíamos que los 11 de septiembre eran aburridos… 

-La política era aburrida y el Parlamento era aburrido y todo era «ir haciendo». Creo que la tensión nace como consecuencia del cambio del escenario político, de la ruptura de las grandes mayorías, la aparición de nuevos actores políticos y del surgimiento también de la incertidumbre como nuevo elemento a tener en cuenta. La política es insegura, no se sabe què pasará a las próximas elecciones, las encuestas dicen que todo se mueve, todo es incierto y en esta imprevisibilidad el mundo político se encuentra permanentemente tensionado. Pero, además, hay otro factor: la política debe disputar su espacio con otros ámbitos. Antes tenía reservado el espacio del gobierno, de las instituciones, que estaba un poco a rebasado de todo lo demás, y por lo tanto se garantizaba una cuota de atención por parte de los ciudadanos; no tenía que llamar para hacerse oír. El problema surge cuando la política se desacraliza y debe competir en plan de igualdad con todos los demás ámbitos, debe volverse llamativa para captar la atención. ¿Cómo hacer oír la voz en una sociedad donde se han multiplicado los canales y se ha trastocado completamente la antigua jerarquía de la información? Podemos decir que antes había unos medios que eran «los» medios por antonomasia que vehiculaban la información de la política. Ahora, el flujo continuo de información en todas direcciones contribuye a que la política deba estar constantemente llamando la atención, pero ya no mediante sus formas históricas, sinó adoptando las formas de la nueva comunicación.

 

-Y en este entorno tan convulso, ¿ cómo se hace la política de las cosas cotidianas?

-La política de las cosas se sigue haciendo. Hay dos planos de la política cada vez más claros: el de la política y el de «las políticas». La política es el grito estridente, polarizador, la política electoral, pero, por otro lado, están los gobiernos que hacen cosas. El problema es que los dos planos se alejan cada vez más el uno del otro y «las políticas» quedan no en manos de la política, sinó de  los aparatos administrativos de los estados, los gobiernos autonómicos, los ayuntamientos, de tal manera que las políticas no responden a una visión política, sinó sobre todo a la lógica de los altos funcionarios que son los que,  al final, acaban impulsando las actuaciones, las cosas.

 

-Bajando un escalón debemos interrogarnos sobre la política de las cosas en el área, en la región metropolitana de Barcelona…

-Está claro que existe una más que evidente realidad económica y social metropolitana, regional, de Barcelona. La gente va y viene cada día, trabaja en un lugar y duerme en otro y va al cine a otro y sopa en otro, hay un flujo constante en toda esta región que supera los límites del área metropolitana. Sin embargo, su realidad económica y social no se ha trasladado al ámbito de la política institucional, no tenemos una institución que reúna la Barcelona real. Incluso el área metropolitana, el AMB, queda corta geográficamente y en cuantot a su nivel de poder. El AMB gestiona los residuos, el transporte y la planificación territorial, pero se queda corta en sus competencias.  Si nos fijamos en el transporte, como cuestión muy importante, vemos que existe la Autoridad del Transporte Metropolita (ATM), una agencia que funciona bien, pero que no tiene poder sobre el conjunto de la movilidad, no puede controlar las carreteras, por poner un ejemplo, porque son de la Generalitat. En definitiva, no hay ninguna institución que vertebre este gran espacio que es Barcelona, que permita formular una idea política de su articulación. Pero, a més de todo esto, creo que hay una cuestión que es básica: existe un problema con el núcleo central de este gran ámbito porque Barcelona no sabe qué quiere ser y si Barcelona no sabe qué quiere ser toda su zona de influencia, este hinterland, queda desprotegido.

 

-¿Qué quiere decir exactamente que Barcelona no sabe qué quiere ser?

-Barcelona no tiene un proyecto de ciudad, un proyecto que irradie también sobre el conjunto. ¿Qué quiere ser esta ciudad? ¿Qué debe ser? Llevamos ya muchos y muchos años debatiendo sobre todo esto y quizás forma parte del problema de la política que no hace política, que no sabe qué quiere ser. El contraste es atroz con la otra gran ciudad que es Madrid.

 

-¿Madrid sí que tiene proyecto?

-Madrid tiene una institución que articula toda la región de influencia que es  una comunidad autónoma y,  por tanto, dispone de un gobierno que más allá de los pueblos de la Sierra, es el gobierno del Gran Madrid, con una influencia que sobrepasa la región y si no que se lo pregunten en las dos Castillas, convertidas en ciudades dormitorio y en servidoras de la capital. Madrid tiene un gobierno con presupuesto y con capacidad de gestión y de desarrollar políticas que afecta a todo el espacio regional y, sobre todo, tiene una idea clara de qué quiere hacer. Desde el año 2000 Madrid està desarrollando un plan y más o menos por la misma época, a partir del Foro de las Culturas de 2004, a Barcelona se le agotan las ideas, se le acaba el temple olímpico, y después de eso no ha habido proyecto de ciudad.

 

-Sabe que quiere ser una ciudad tecnológica, innovadora, que ya es mucho…

-Sí, pero más allá de desarrollar todo el sector 22@, que ha sido un gran éxito, no hay mucho más. No sé si Barcelona sabe qué quiere ser respecto al mundo ni respecto a España. Respecto de España a partir de 2012 prácticamente ha desaparecido, y este espacio lo ha ocupado Madrid.

 

-¿Pesa excesivamente el recuerdo permanente de los Juegos Olímpicos?

-No lo sé. Creo que los Juegos no fueron el proyecto, fueron la culminación del proyecto, lo cual es muy diferente. Los Juegos sirvieron como excusa para desarrollar una idea que existía previamente. En 1979, cuando se recupera el ayuntamiento democrático, la generación que entra en el consistorio tiene una idea de cómo transformar Barcelona, qué hacer de la ciudad. El proyecto tiene un momento de culminación que son los Juegos y luego llega una etapa de una cierta estabilización, pero ese proyecto no ha sido sustituido por otro nuevo.

 

-¿Las ciudades deben tener siempre un proyecto? ¿O pueden administrar su vida con una cierta normalidad?

-Creo que las ciudades deben tener un proyecto y es posible que sea siempre el mismo. Barcelona es Barcelona, y ya está. Pero la pregunta es: ¿para seguir estando en Barcelona basta con ir haciendo?

 

-¿Existe una comunidad Barcelona, un cierto pensamiento colectivo sobre la ciudad? 

-Cada vez se expresa más en términos nostálgicos. Existe un nacionalismo barcelonés. En los barceloneses y en los que no están hay una idea de lo que debería ser la ciudad. Siempre se ha imaginado de qué manera debería ser Barcelona y, en un momento dado, ese pensamiento sobre lo que tenía que ser la ciudad y lo que era coincidió, es decir la ciudad llegó a ser lo que la gente pensaba que tenía que ser. Lo ideal y la realidad confluyeron, pero la sensación que tengo es que ahora ya no es así. Podemos decir que la Barcelona real ya no es como la gente cree que debe ser.

 

-¿Cómo podríamos caracterizar hoy la «sociedad metropolitana» si es que se puede hablar en estos términos?

-Como cualquier sociedad del mundo. Una sociedad urbana sacudida por esta característica de nuestro tiempo que es la incertidumbre total, sobre la propia vida, una cierta sensación de envoltorio, y en algunos casos una cierta nostalgia por unos tiempos que eran más comprensibles. Existe la idea de que alguien en algún momento debería detener la tormenta desatada a partir de 2008 y que las viejas ideas, las viejas afirmaciones, ya no sirven. No sabemos dónde estamos, todo es muy incierto, el futuro da miedo. Esto se expresa desde todas las posiciones ideológicas y también desde el nacionalismo. Hay una cierta voluntad de retornar a todo aquello que es sólido, y a veces se expresa mediante la idea de la nación, del grupo, del cierre en el colectivo.

 

-El territorio metropolitano de Barcelona es muy complejo con grandes diferencias económicas y sociales y problemas evidentes como la vivienda o la precariedad. ¿Es una sociedad polarizada? ¿Dónde se produce la polarización?

-En general en el periodo al que ya me he referido hemos vivido en todos los ámbitos el derrumbe de las posiciones que se encuentran en medio. Cada vez hay más cierre en las ideas propias y rechazo de las que no lo son, pero la polarización también es visible a nivel social. La clase media se ha rasgado y la precarización hace que el medio quede més desguarnit, que cada vez haya más personas en un extremo o en otro. En los barrios medios cada vez hay menos mezcla y el espacio público se encuentra más segmentado, més troceado, cuesta que haya lugares de encuentro de gente diferente. Durante la pandemia nos encerramos en casa, pero la reclusión ya venía de antes, hay como una especie de retirada hacia el domicilio y el abandono del espacio público, que es el lugar de mezcla. En los barrios se puede ver como los comercios de la clase media, para entendernos, están desapareciendo sustituidos por comercios precarios o de grandes cadenas. El resultado es que ahora tenemos barrios más empobrecidos en el sentido de menos diversidad. 

 

-¿La región metropolitana es demasiado grande para Cataluña?

-Cataluña siempre ha tenido una relación compleja con Barcelona. Se ha utilizado políticamente el encaje de la Gran Barcelona con Cataluña. Por un lado, por intereses electorales, ya que durante más de veinte años hubo un partido en el gobierno de la Generalitat que basaba en parte su éxito electoral en la denuncia soterrada del influjo barcelonés sobre el conjunto y, por otro, también ha habido lo que yo digo el discurso de «Terra Baixa» que contrapone una tierra alta idílica,  pura, en el sentido identitario con una tierra baja, que es una especie de Babilonia donde se mezcla todo. Este discurso vendría a decir que la «tierra alta» es la Cataluña de verdad y la «tierra baja» un lugar donde se pone en riesgo su supervivencia.

 

-¿Seremos capaces de construir consensos para los problemas de todo tipo que hay en este ámbito metropolitano?  

-Como ya he dicho, hay una tendencia general en todo el mundo al desmenuzado de intereses y cuesta mucho más llegar al consenso para abordar los intereses generales, la política consensual. Cada es más difícil hacer entender, no solamente a nivel político, también a nivel social que no podemos imponer nuestros intereses, sino que debemos negociar con los demás. En este sentido en un territorio tan plural y diverso económicamente, socialmente, lingüísticamente y también administrativamente como es la región metropolitana se hace difícil construir espacios de consensos, de encuentro, de negociación y de acuerdo sobre los diferentes intereses. Obviamente sería necesario encontrar un proyecto que abrazés todo el hinterland barcelonés, pero me temo que va contra la tendencia actual. Esto puede durar hasta que la inercia no sea la fragmentación sino el encuentro.

 

-¿Pueden ayudar las elecciones municipales a salir del laberinto?

-Sinceramente espero que las diferentes candidaturas presenten proyectos, no urbanísticos o de desarrollo de tal o cual infraestructura, sino sobre cómo debe ser Barcelona. Me refiero a la ciudad y la ciudad grande está claro, porque cuando Barcelona quiere ser algo este querer ser acaba irradiando en todo su espacio. Deseo que las diferentes opciones presenten a los ciudadanos y ciudadanas de Barcelona una idea, un proyecto de ciudad.

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