LA BARCELONA METROPOLITANA: EL PLAN DE CATALUNYA EN EL MUNDO

Manel Manchon apunta que los alcaldes metropolitanos piden una salida para construir vivienda, mejorar el transporte y solventar la creciente inseguridad

Por Manel Manchon, director adjunto de Metrópoli

 

La ciudad de Barcelona se ha convertido en el gran puntal de todo un territorio, el catalán, por la que sus vecinos y sus profesionales, de todos los ámbitos, se proyectan en el mundo. La luz que irradia atrae talento y también inversores que siguen viendo en la urbe una gran oportunidad, porque sigue un peldaño por debajo de las grandes ciudades mundiales. Es esa condición, la de ser una gran ciudad algo más asequible que capitales europeas como Londres o París, la que permite, precisamente, que mantenga ese enorme tirón ya sea para la industria turística o para el sector tecnológico. Pero ¿cómo debe el territorio en el que se ubica responder a las necesidades económicas, sociales y culturales de esa gran ciudad y todo su entorno metropolitano? 

 

Esa es la gran cuestión que se plantean los alcaldes metropolitanos y el propio ente que se creó hace diez años, la Autoridad Metropolitana de Barcelona, el AMB, al entender que no se ha pensado, –por voluntad o por dejadez— una planificación sobre el futuro de todo el territorio. Alcaldes de Viladecans –Carles Ruiz–, de Gavà, –Gemma Pineda–, de Cornellà –Antoni Balmón—o de Santa Coloma—Núria Parlon—plantean las mismas dudas que siguen en el aire. ¿Qué se tiene en la cabeza para una región metropolitana, que actúa como el gran motor de la economía de Catalunya, casi el 70% del PIB, según las estadísticas del Idescat? 

 

El AMB, que pretendió hace diez años sustituir –aunque ya con propósitos distintos, más eficaces y pragmáticos— la gobernanza metropolitana que se había creado en 1974 con la Corporación Metroplitana de Barcelona que Jordi Pujol decidió desmontar en 1987, ha coordinado distintas políticas y servicios. Se trata de una gran mancha urbana que agrupa a 36 municipios y a 3,3 millones de habitantes. Hay políticas en común para el tratamiento de residuos o para el transporte. Pero, sin competencias directas, también ha entrado en la rehabilitación de viviendas, aprovechando los fondos europeos de los Next Generation. 

 

Esa primera gran urbe metropolitana, sin embargo, llega más allá, si se cuenta la región metropolitana, con más de cinco millones de habitantes y 164 municipios. Y es esa gran Barcelona la que debería ser el gran objeto de interés para el gobierno autonómico, según buena parte de ese poder municipalista. 

 

El Plan Territorial Metropolitano de Barcelona, de 2010, estableció una primera idea como ciudad-territorio, que podría comprender hasta siete comarcas: Barcelonès, Baix Llobregat, Garraf, Alt Penedès, Vallès Occidental, Vallès Oriental y Maresme. Siempre teniendo en cuenta la necesidad de preservar espacios llamados “abiertos” por su interés ecológico, agrícola o paisajístico, el espacio disponible, a pesar de pensar a priori que pudiera ser muy extenso, quedaba reducido a 816 kilómetros cuadrados. 

 

Se trata de una densidad importante, de 6.400 habitantes por kilómetro cuadrado, como ha apuntado el economista Miquel Puig en su libro La ciutat insatisfeta. Eso supone que ese territorio tiene la misma densidad que Londres, que es la gran referencia urbana en Europa. 

 

¿Está bien comunicado y cohesionado ese territorio que podría solucionar, con políticas bien coordinadas, cuestiones como la vivienda, que es el problema número uno en estos momentos para el conjunto de la sociedad catalana? Los alcaldes y alcaldesas metropolitanas han comenzado a situar esta cuestión sobre la mesa, aunque con enfoques distintos, o, en todo caso, intentando mantener sus ‘pequeñas’ soberanías sobre los ayuntamientos. La respuesta no es tanto la petición de mejora o de sofisticación del AMB, a modo de una Gran Alcalde Metropolitano, como la exigencia de que se implique el Govern de la Generalitat en todo aquello que es de su competencia: la vivienda o la seguridad. 

 

Esa es la disyuntiva que se plantea. Si esa gran urbe, donde vive la mayoría de la ciudadanía catalana, fuera la gran prioridad del gobierno autonómico, como si fuera la autoridad ‘local’ de la Gran Barcelona, muchos de los cuellos de botella existentes se podrían solucionar, y con ello, la propia viabilidad del conjunto de territorio catalán. 

 

Las grandes ciudades que rodean el núcleo –el término municipal de Barcelona—han experimentado una enorme presión en los últimos diez años. Ciudadanos locales e inmigrantes que buscan una salida a la falta de vivienda y a su progresivo encarecimiento. Y eso provoca presión para la convivencia, con problemas de seguridad, que se añade a la mayor sensibilidad de todos los vecinos por cualquier síntoma que rompa desde el silencio nocturno hasta el civismo en las calles. Las dotaciones de policía local –que no tienen asignadas labores de protección—están sobrepasadas y los propios incidentes de inseguridad son cada vez más violentos, producto, en muchos casos, de perfiles muy distintos de delincuentes, en comparación con unas décadas atrás. Esa cuestión atañe directamente a la Generalitat, y supera con creces la llamada “seguridad integral” que se ha querido coordinar desde el AMB. 

 

Otro de los grandes retos se plantea en la red de transporte urbano. Para que esa mancha urbana pudiera ser real, desde Barcelona hasta Manresa o Vic, sería necesaria una red de transporte eficaz y rápida, que en estos momentos no se puede garantizar. En el Baix Llobregat, de hecho, la conexión es pobre entre las propias poblaciones. Algunos alcaldes, como Carles Ruiz, insisten en acelerar los trabajos de lo que se denomina el Metro del Delta, para conectar Gavà y Sant Boi, pasando por Viladecans. Con núcleos industriales y de servicios ya presentes en toda la comarca del Baix Llobregat, sus trabajadores y profesionales no tienen por qué pasar por Barcelona para comunicarse entre esas ciudades. ¿Nadie pensó en eso hace unas cuántas décadas?

 

El tren de Cercanías tiene aquí su gran oportunidad y es el reto que las distintas administraciones deberían asumir, con un liderazgo del gobierno autonómico. Es lo que se constata desde el ámbito municipal por parte de los responsables locales que atienden cada día a esa población tan numerosa. 

 

Desde el punto de vista político todo ello supone un cambio de rasante. Y una especie de salto en el vacío. ¿La Generalitat debe ser la gran administración local? Si atiende a ese espacio metropolitano –políticas claras de seguridad, bien diseñadas; planes de vivienda pública asequible; transporte posible y rápido—también se ocupa de la otra parte del territorio más alejado de esos núcleos urbanos, que podría conectarse mejor y aprovechar el dinamismo económico de la ‘mancha urbana’. 

 

El núcleo, el llamado ‘rovell de l’ou’, –el centro de Barcelona– sería el que podría atraer a un talento internacional dispuesto a pagar por vivir y trabajar en uno de los centros urbanos más atractivos del mundo. Es lo que ha sucedido en Londres, que mantiene todavía –a pesar del Brexit—esa capacidad seductora por ser una de las pocas ciudades realmente globales. El núcleo de Barcelona como gran centro mundial, que permitiría generar un dinamismo económico aprovechable para la gran mayoría de la población catalana. 

 

El precio que exige esa operación puede ser alto, pero para los alcaldes metropolitanos, que tampoco verbalizan con claridad un modelo ideal, podría suponer la solución a enormes problemas: ¿cómo se atiende la demanda de vivienda, que se considera un derecho básico de la ciudadanía? 

 

Sin espacio apenas para construir, con una densidad de las más altas del mundo, la Gran Barcelona pide su turno. Aunque ello supondría un gran debate sobre la identidad de esa gran superficie urbana. Sin embargo, sería la Catalunya-ciudad que ya había pensado Gabriel Alomar. 

 

¿Quién está en condiciones de defender una apuesta de tal calibre?

Por Manel Manchon, director adjunto de Metrópoli

 

La ciudad de Barcelona se ha convertido en el gran puntal de todo un territorio, el catalán, por la que sus vecinos y sus profesionales, de todos los ámbitos, se proyectan en el mundo. La luz que irradia atrae talento y también inversores que siguen viendo en la urbe una gran oportunidad, porque sigue un peldaño por debajo de las grandes ciudades mundiales. Es esa condición, la de ser una gran ciudad algo más asequible que capitales europeas como Londres o París, la que permite, precisamente, que mantenga ese enorme tirón ya sea para la industria turística o para el sector tecnológico. Pero ¿cómo debe el territorio en el que se ubica responder a las necesidades económicas, sociales y culturales de esa gran ciudad y todo su entorno metropolitano? 

 

Esa es la gran cuestión que se plantean los alcaldes metropolitanos y el propio ente que se creó hace diez años, la Autoridad Metropolitana de Barcelona, el AMB, al entender que no se ha pensado, –por voluntad o por dejadez— una planificación sobre el futuro de todo el territorio. Alcaldes de Viladecans –Carles Ruiz–, de Gavà, –Gemma Pineda–, de Cornellà –Antoni Balmón—o de Santa Coloma—Núria Parlon—plantean las mismas dudas que siguen en el aire. ¿Qué se tiene en la cabeza para una región metropolitana, que actúa como el gran motor de la economía de Catalunya, casi el 70% del PIB, según las estadísticas del Idescat? 

 

El AMB, que pretendió hace diez años sustituir –aunque ya con propósitos distintos, más eficaces y pragmáticos— la gobernanza metropolitana que se había creado en 1974 con la Corporación Metroplitana de Barcelona que Jordi Pujol decidió desmontar en 1987, ha coordinado distintas políticas y servicios. Se trata de una gran mancha urbana que agrupa a 36 municipios y a 3,3 millones de habitantes. Hay políticas en común para el tratamiento de residuos o para el transporte. Pero, sin competencias directas, también ha entrado en la rehabilitación de viviendas, aprovechando los fondos europeos de los Next Generation. 

 

Esa primera gran urbe metropolitana, sin embargo, llega más allá, si se cuenta la región metropolitana, con más de cinco millones de habitantes y 164 municipios. Y es esa gran Barcelona la que debería ser el gran objeto de interés para el gobierno autonómico, según buena parte de ese poder municipalista. 

 

El Plan Territorial Metropolitano de Barcelona, de 2010, estableció una primera idea como ciudad-territorio, que podría comprender hasta siete comarcas: Barcelonès, Baix Llobregat, Garraf, Alt Penedès, Vallès Occidental, Vallès Oriental y Maresme. Siempre teniendo en cuenta la necesidad de preservar espacios llamados “abiertos” por su interés ecológico, agrícola o paisajístico, el espacio disponible, a pesar de pensar a priori que pudiera ser muy extenso, quedaba reducido a 816 kilómetros cuadrados. 

 

Se trata de una densidad importante, de 6.400 habitantes por kilómetro cuadrado, como ha apuntado el economista Miquel Puig en su libro La ciutat insatisfeta. Eso supone que ese territorio tiene la misma densidad que Londres, que es la gran referencia urbana en Europa. 

 

¿Está bien comunicado y cohesionado ese territorio que podría solucionar, con políticas bien coordinadas, cuestiones como la vivienda, que es el problema número uno en estos momentos para el conjunto de la sociedad catalana? Los alcaldes y alcaldesas metropolitanas han comenzado a situar esta cuestión sobre la mesa, aunque con enfoques distintos, o, en todo caso, intentando mantener sus ‘pequeñas’ soberanías sobre los ayuntamientos. La respuesta no es tanto la petición de mejora o de sofisticación del AMB, a modo de una Gran Alcalde Metropolitano, como la exigencia de que se implique el Govern de la Generalitat en todo aquello que es de su competencia: la vivienda o la seguridad. 

 

Esa es la disyuntiva que se plantea. Si esa gran urbe, donde vive la mayoría de la ciudadanía catalana, fuera la gran prioridad del gobierno autonómico, como si fuera la autoridad ‘local’ de la Gran Barcelona, muchos de los cuellos de botella existentes se podrían solucionar, y con ello, la propia viabilidad del conjunto de territorio catalán. 

 

Las grandes ciudades que rodean el núcleo –el término municipal de Barcelona—han experimentado una enorme presión en los últimos diez años. Ciudadanos locales e inmigrantes que buscan una salida a la falta de vivienda y a su progresivo encarecimiento. Y eso provoca presión para la convivencia, con problemas de seguridad, que se añade a la mayor sensibilidad de todos los vecinos por cualquier síntoma que rompa desde el silencio nocturno hasta el civismo en las calles. Las dotaciones de policía local –que no tienen asignadas labores de protección—están sobrepasadas y los propios incidentes de inseguridad son cada vez más violentos, producto, en muchos casos, de perfiles muy distintos de delincuentes, en comparación con unas décadas atrás. Esa cuestión atañe directamente a la Generalitat, y supera con creces la llamada “seguridad integral” que se ha querido coordinar desde el AMB. 

 

Otro de los grandes retos se plantea en la red de transporte urbano. Para que esa mancha urbana pudiera ser real, desde Barcelona hasta Manresa o Vic, sería necesaria una red de transporte eficaz y rápida, que en estos momentos no se puede garantizar. En el Baix Llobregat, de hecho, la conexión es pobre entre las propias poblaciones. Algunos alcaldes, como Carles Ruiz, insisten en acelerar los trabajos de lo que se denomina el Metro del Delta, para conectar Gavà y Sant Boi, pasando por Viladecans. Con núcleos industriales y de servicios ya presentes en toda la comarca del Baix Llobregat, sus trabajadores y profesionales no tienen por qué pasar por Barcelona para comunicarse entre esas ciudades. ¿Nadie pensó en eso hace unas cuántas décadas?

 

El tren de Cercanías tiene aquí su gran oportunidad y es el reto que las distintas administraciones deberían asumir, con un liderazgo del gobierno autonómico. Es lo que se constata desde el ámbito municipal por parte de los responsables locales que atienden cada día a esa población tan numerosa. 

 

Desde el punto de vista político todo ello supone un cambio de rasante. Y una especie de salto en el vacío. ¿La Generalitat debe ser la gran administración local? Si atiende a ese espacio metropolitano –políticas claras de seguridad, bien diseñadas; planes de vivienda pública asequible; transporte posible y rápido—también se ocupa de la otra parte del territorio más alejado de esos núcleos urbanos, que podría conectarse mejor y aprovechar el dinamismo económico de la ‘mancha urbana’. 

 

El núcleo, el llamado ‘rovell de l’ou’, –el centro de Barcelona– sería el que podría atraer a un talento internacional dispuesto a pagar por vivir y trabajar en uno de los centros urbanos más atractivos del mundo. Es lo que ha sucedido en Londres, que mantiene todavía –a pesar del Brexit—esa capacidad seductora por ser una de las pocas ciudades realmente globales. El núcleo de Barcelona como gran centro mundial, que permitiría generar un dinamismo económico aprovechable para la gran mayoría de la población catalana. 

 

El precio que exige esa operación puede ser alto, pero para los alcaldes metropolitanos, que tampoco verbalizan con claridad un modelo ideal, podría suponer la solución a enormes problemas: ¿cómo se atiende la demanda de vivienda, que se considera un derecho básico de la ciudadanía? 

 

Sin espacio apenas para construir, con una densidad de las más altas del mundo, la Gran Barcelona pide su turno. Aunque ello supondría un gran debate sobre la identidad de esa gran superficie urbana. Sin embargo, sería la Catalunya-ciudad que ya había pensado Gabriel Alomar. 

 

¿Quién está en condiciones de defender una apuesta de tal calibre?

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